La España garzoniana
De entre todas las acusaciones que se formulan estos días contra el juez Garzón, se echa en falta la que debería ser la más importante: su patrimonio. Que un funcionario público posea un holgado patrimonio sin que su procedencia pueda justificarse como fruto de una herencia familiar o de un décimo premiado de la lotería, debería habernos inducido a interesarnos sobre sus actividades extramuros. En España, sin embargo, los supuestos actos de inmoralidad o no dependen de la adscripción ideológica del que los comete. La izquierda siempre tuvo un concepto muy vaporoso de la ejemplaridad de los cargos públicos.
Otra cuestión que debería haber servido de punto de análisis estos días es la inconveniencia de que un juez provoque tamaña división en un país ya de por sí tan fracturado como el nuestro. Como los malos árbitros de fútbol que se convierten en protagonistas del partido, la obsesión de Garzón por situarse al frente de la crónica política española, debería servir de aldabonazo contra futuras tentaciones de otros jueces.
La indignación que provoca Garzón en un sector de la opinión pública se alimentó a diario con algún caso nuevo. Él respondía con ese desdén altanero propio de quien confunde el servicio al Estado con el servicio a uno mismo. Sus fobias fueron también feroces. La que tuvo como destinatario al mando de la Guardia Civil más condecorado por su lucha contra ETA acaso fuese la más incomprensible de todas.
Por otra parte, se reprocha a muchos jueces su escasa o nula solidaridad con el compañero caído en desgracia. Extraña objeción a la vista de episodios tan garzonescos como irse de cacería con el ministro socialista Bermejo sólo unos días después de que éste acusara a los colegas de Garzón de actuar al dictado de criterios corporativos. Tan inextricable como si el ministro de Sanidad nos dijese que los médicos de la Seguridad Social anteponen sus intereses salariales a la salud del doliente.
Nada más peligroso que los encargados de velar por el cumplimiento de unas normas generales, manteniendo la imprescindible neutralidad que en cualquier Estado democrático les sería siempre exigida, tomen partido cada día por cosas que nada tienen que ver con el interés de todos. Hay nociones básicas cuya reiteración nos debería resultar ociosa, pero es que este adaptador del derecho a su ideología política o conveniencia se bastó solito para devolvernos a la realidad que se cobija bajo esas instituciones supuestamente neutrales.
Muchos y rotundos han sido los calificativos destinados a Garzón estos días. Nunca una condena contra alguien había suscitado en España tantos plácemes y aplausos: prevaricador egregio de una democracia degenerada, falsario instrumento de la progresía, instigador de los mas bajos instintos en la degradación de un pueblo, instrumento del inquisidor odio que no respeta ni a los muertos, cipayo de repúblicas bananeras, sembrador de la revolución patibularia, adalid de la justicia como instrumento de venganza, trincón beneficiado de todas las corruptelas, narcisista irredento y bufón indigenista. Todo es nada. La mismidad es Garzón sin el envoltorio y oropel de negras puñetas.
Que la Justicia, como el arte, es un bien universal no cabe la menor duda, razón por la cual los encargados de impartirla deben estar por encima de banderas y banderías, ya que, caso contrario, se convierten en meros instrumentos de sus propias ideas. Esto le ocurrió a Garzón dejando que sus ideas sobre los muertos de la contienda civil pesaran más que su deber institucional de permanecer neutral.
El terror de la guerra civil no puede reducirse a tan fáciles esquemas. Ser víctima únicamente de un bando, en un país tan maniqueo como el nuestro, resulta fácil en exceso. Si el juez Garzón prosiguió con sus investigaciones parciales sobre los horrores de la guerra, no tiene derecho a reclamarnos ahora la misma comprensión que él no mostró con los asesinados del bando contrario a su ideología. Con ello faltó al presupuesto que se le reclama a cualquier juzgador, dejando de quedar incólume su conciencia individual y su sentido imparcial de la justicia.
Pero lo más grave de este sujeto es que abrió una causa que va contra la Constitución, practicando una suerte de inquisición general incompatible con los principios que inspiran el derecho penal en un Estado de Derecho. Esto nos aboca a un dilema: O Garzón es un indocumentado que no sabe de leyes e incurre en disparates impropios incluso para un estudiante de Derecho o Garzón es un juez que volvió a prevaricar mediante resoluciones encaminadas a alimentar sus fines justicieros.
Pero Garzón no es el único. En las elecciones de 2008, incluso, se llegó al extremo de que un grupo de jueces progres pidiera abiertamente que no se votara a un determinado partido. Es pintoresco que deba ser yo quien recuerde que una genuina democracia, además de elecciones, requeriría también instituciones que se mantengan neutrales, contrapesos y cultura política democrática. Ni en Europa ni en América se había dado antes que instituciones encargadas de que se respete y proteja el pluralismo y la imparcialidad del Estado en la toma de decisiones de los ciudadanos, sean las que tomen partido por unos y no por otros en torno a los criterios políticos que mantienen los sanedrines de una determinada facción judicial.
Ahora lo crucial es que no caigamos en la trampa de la izquierda. Garzón no ha sido acusado de prevaricación por sus ideas políticas, sino por actuar al márgen de las propias normas, lo que invalida su capacidad arbitral, su equilibrio institucional y su supuesto magisterio moral para reclamar la misma justicia que él ha negado a tantos.
Y ya mirando al futuro, a Garzón le aguardan dos escenarios seguros: diputado en el esperpento nacional de una izquierda desnortada y guerracivilista o el plató de ‘Sálvame’ como ‘bufón estrella’. En cualquier caso, no dejará de seguir trincando.
Garzón nunca ha sido juez. Un juez imparte, no obedece a una parte. Un juez debe tener en la mano los libros de la ley y el entendimiento en el corazón. No debe aplicar las leyes como si fueran telas de araña, a través de las cuales pasan libremente las moscas grandes y quedan enredadas las pequeñas. La ley es la seguridad de un pueblo, la seguridad de cada uno de los gobernados y la seguridad de cada uno de los gobernantes. Las leyes como las casas se apoyan unas en otras. Por eso donde la ley acaba, comienza la… Leer más »
Hola Armando…”Mi difunto padre siempre me decía; cada vez que un juez muere por muerte natural, mi corazón siente que el mundo es un poco más justo”… Verdad que generalizar no es de seres justos, pero exceptuando la generalización, no puedo estar mas de acuerdo con mi padre. A Garzón le han echado además de por otros casos PORrrrr tontoooooooo. Ahora se dice “eres más tonto que garzón, en vez de Picio- Los hombres y mujeres- gays muchos y lesbianas bastantes- que hacen dictan y ejecutan la justicia de TODOS, son por lógica genética partidistas, como mínimo además de narcisistas… Leer más »
GARZÓN: ¿OLIVARERO DE JAÉN?