España alcanza su tercera final olímpica tras vencer a Rusia (67-59)
Al menos plata. España alcanza su tercera final olímpica tras las de Los Ángeles y Pekín al derrotar a Rusia por 67 a 59. Con la imagen mostrado por ‘La Roja’, la selección no se puede considerar alternativa de nadie, y menos del mejor equipo Estados Unidos ha presentado en sus últimas presencias internacionales, pero, al menos, se llega a la final esperada por todos, que no es poco. El mérito es evidente; la forma de llegar, un tanto decepcionante. Los partidos preparatorios prometían un entretenido campeonato, con un juego vistoso, alegre, rápido y mucha anotación. La realidad se ha quedado en mucho sufrimiento, ataques trabados, y apenas veinte minutos de brillantez en todo el torneo.
España comenzó el partido siendo el reflejo de sí misma. Rusia, también. Pero los rusos han disputado un gran torneo, por lo que la continuidad solo suponía buenas noticias. David Platt tiene en su equipo a jugadores con talento e interiores potentes para acompañar a una estrella de la talla de Kirilenko (muy desafortunado hoy), y el estadounidense ha aprovechado todas las posibilidades que le dan estos componentes para conformar un equipo temible que sigue al dedillo el guión marcado por su técnico.
A Scariolo, por su parte, le cuesta reconocer en muchas ocasiones a sus hombres en la pista, sobre todo a sus exteriores. En poco se parecen a los que llegaron a Londres. Navarro, el mejor escolta de Europa; Rudy Fernández, considerado un gran lanzador desde larga distancia en la NBA; Sergio Rodríguez, letal en la última final de la ACB. Nombres que daban miedo antes del torneo olímpico y que complementaban perfectamente el poderío de los postes españoles, pero que se han convertido el escopetas de feria desde la línea de tres puntos cuando el juego se traba.
Contra los exsoviéticos no se produjo un cambio radical en este aspecto. Al contrario, la primera parte fue la peor España que se recuerda de la generación del 80. El 31-20 dejó tras de sí datos que sacaban los colores. Solo seis canastas en veinte minutos, con dos de once en triples y ni un contraataque claro. Pese a la baja puntuación del rival, la defensa no fue precisamente buena. Los rusos estuvieron también fallones, pero con la inspiración de Monya (tres triples) y el trabajo bajo los aros de Kaun (8 puntos) les bastaba para mandar con comodidad en el marcador, con una máxima ventaja que llegó a los trece puntos. Además, se esmeraban en no permitir una canasta fácil.
Por los españoles, el de siempre. Pau Gasol, que sumó siete puntos y ocho rebotes pese a estar maniatado por la defensa rusa. Detrás, el desierto.
Otra España
Tras el descanso, otra España saltó a la pista. Eran los mismos del principio -Calderón, Rudy, Navarro y los Gasol-, pero esta v$$ez eran los de verdad. En los primeros tres minutos anotaron nueve puntos, los mismos que los logrados en todo el primer cuarto. Y los fallos desde la larga distancia se equilibraban con los aciertos de Fernández y la eficacia de Pau, disfrazado de robot multiusos. Atrás seguía faltando un punto de rabia y los contraataques, ni se veían ni se les esperaban, pero los 26 puntos en estos diez minutos ponían las cosas en un escenario más prometedor.
Así, el partido se igualó al máximo (46-46) con el triple del base titular español en el último ataque del tercer cuarto, que daba inicio a un partido nuevo y con Kirilenko y Frezson presionados por sus tres faltas personales.
En este nuevo choque, España siguió con su inercia positiva y comenzó a correr, a acabar sus transiciones, a apretar los dientes y barrer cualquier balón (otra vez los secundarios -Reyes, Llull y San Emeterio- tuvieron mucho que ver en ese cambio de actitud). Y, para sentenciar, los triples de Calderón. El de los Raptors estuvo fantástico en la dirección y en sus lanzamientos y, de su mano, su equipo se escapó (60-50). A los rusos, mientras, les pasaba lo que a los franceses en cuartos. Se preguntaban qué les había fallado, qué habían hecho mal para que se les escapara un partido que tenían en la mano. Eso sí, con mucha más dignidad que con la que acabaron los galos.
Una pérdida de balón de Calderón, seguida de una antideportiva, mantuvieron la tensión y retrasaron los abrazos de celebración por la final. Y lo que al principio parecía una pesadilla se convirtió en el sueño, el sueño americano. O al menos, en otra merecida plata.
¡Vamos,! Ahora a echarle cojones a EE.UU.