Francia pita a nuestros deportistas
Se comprende humanamente que los franceses estén de uñas con los éxitos del deporte español y que, durante la presentación del Tour 2011, hayan pitado a Contador como pitaron a Nadal en la final de Roland Garros. Debe ser muy duro para un chauvinista que tu vecina del sur lleve años de empacho en empacho triunfal… deportivamente hablando. Debe serlo también tener que viajar hasta el paleolítico para recordar la victoria de un ciclista francés en la ‘Grande Boucle’. Bernard Hinault, un bretón con cara de malas pulgas y de aspecto acharrapado, fue el último en lograrla. Ganó la ronda gala en 1985. Mitterand aún gozaba de buena salud y nuestros comunistas garbanceros soñaban todavía con el paraíso soviético. Miren si ha llovido. Desde entonces, nada de nada. O rien de rien.
El recuerdo tendría que retroceder hasta el pleistoceno para encontrar la última referencia de un triunfo francés en Roland Garros; concretamente al 5 de junio de 1983, cuando un chaval de 23 años llamado Yannick Noah tuvo en sus manos la ensaladera. Yannick Noah era un fornido tenista de ascendencia camerunesa que utilizaba siempre una doble muñequera con los colores de su país de origen. Aquel triunfo tenístico fue un visto y no visto. Desde entonces y con algunas episódicas intromisiones de tenistas europeos y americanos, los españoles han ganado ya la friolera de once veces el torneo. Siempre nos quedará París para recochinearnos de ellos.
Si hablamos de otros deportes llamados de masas, a la catedral de Notre Dame aún no le habían instalado el cimborrio la última vez que los franceses ganaron algo. Se entiende pues la frustración deportiva de un país tan rarito como para convertir el ‘escargot’ y el chocolate en un binomio gastronómico.
Es bien sabido que la Naturaleza aborrece el vacío, y debería serlo que no hay alianza posible entre una fe y una duda. La fe de unos deportistas españoles que aún no ha perdido su norte identitario frente a la duda de una nación sin apenas deportistas autóctonos con los que disfrutar de un sonoro triunfo. Ganaron el mundial de fútbol de 1998, sí, pero gracias a unos jugadores que eran en su mayoría de origen extracomunitario, representantes de esa mixtura étnica y cultural que en Francia lleva tiempo asentando sus reales. Y no me parece mal, es la forma de suicidarse que han elegido los franceses, pero que al menos se sientan obligados a respetar que nuestros triunfos deportivos hayan sido gracias y no a pesar de la gente de casa. Algo para tener muy en cuenta en el futuro.
Y ahora, ¡oh-la-là!, a por el sexto Tour español consecutivo.