Todo lo que toca Sánchez se estropea, hasta Melody
Antonio R. Naranjo.- Melody es una chica de su tiempo, aunque su tiempo no nos guste. Es quizá una consecuencia de la edad, que nos va haciendo impermeables a las novedades y a las cosas de los joveznos, como esos berridos a los que ahora llaman música y esas puestas en escena fluidas e inclusivas que en tiempos no tan remotos serían una mamarrachada: culpa nuestra, que tenemos la onda mal sintonizada y no entendemos las brillantes vanguardias, con chicos que parecen chicas, chicas que parecen grullas y grullas que parecen ornitorrincos, por ejemplo.
De ahí se salió felizmente nuestra Melody, una conservadora al lado del circo eurovisivo y sostenible, para ejercer de española, con esa mezcla de Rocío Jurado y de polígono industrial maravillosa. Nada que objetar: la muchacha es fantástica, lo da todo y luce bandera con orgullo en un país donde eso es sospechoso de las peores intenciones.
Pero quedó penúltima, con la duda de si ese mal resultado obedeció al castigo reservado al Gobierno de España, y no ella, por tildar de genocida a Israel, pretender su expulsión del festival y, al final, movilizar a media Europa en favor del Estado hebreo y en contra del español.
El debate es ocioso, tanto como convencer a los devotos de Sánchez de que, hombre, alguna duda deberían tener del humanitarismo a tiempo parcial del presidente cuando desaparece, por arte de magia, cuando puede ponerse a prueba con la represión y el exilio en Venezuela y Cuba o con los asesinatos masivos de cristianos en África y Asia.
Porque lo sustantivo no es la obscena utilización del drama en Gaza, inducido por el yihadismo mundial, que ha elegido ese rincón para victimizarse y blanquearse por el método de martirizar a Palestina. Ni tampoco lo es el asalto a RTVE para que traslade a un evento festivo la demagogia sectaria de su patrón en La Moncloa, llegando al desdoro de defender el veto a una cantante secuestrada y torturada por el fundamentalismo, con la misma falta de apego por la verdad que les lleva a explicar el conflicto en términos de genocidio perpetrado por Israel, una indignidad que no deja de serlo por mucho que la repitan.
En realidad, a Melody, a Eurovisión y a España les ha atropellado la imperiosa necesidad de Sánchez de desviar la atención, con otra buena polémica, de la agenda judicial, política y económica que padece, una suerte de antesala coral del juicio final que sus fechorías reclaman a voces.
Mejor hablar de Melody y de Israel que de Begoña, de David, de José Luis, de Santos, de Barrabés, de Puigdemont, de Otegi, de García Ortiz y de todos los iconos del parque temático de la putrefacción que es un Gobierno ilegítimo, tramposo, contrario a los intereses de España y probablemente corrupto.
La utilización de una guerra, ciertamente cruel, como cortina de humo para despistar al personal y trasladar la discusión pública, confirma la indigencia moral del sanchismo, pero también su grado de desesperación y su pánico, justificado, a la acción tranquila de los sólidos restos del Estado de derecho al que no han podido ocupar ni derribar.
La diva valiente es Melody, pero esto va de la primera dama imputada, el músico procesado, el amigo del alma pillado y el propio presidente pringado hasta las cejas de ese festival de la corrupción en el que se ha sacado ya todos los puntos. No nos despistemos, pues.