El bien y el mal definen la condición humana
El bien y el mal permean o dan carácter a todas las acciones humanas, desde las más personales a las más sociales o políticas, y al uso de sus capacidades. En rigor es precisamente lo que define al ser humano por comparación con el resto del cosmos. Lo expresa el mito griego con los símbolos de Prometeo y la caja de Pandora: la técnica impulsa al hombre a creerse igual a los dioses (a burlarse de ellos), con el castigo (consecuencia) consiguiente de la expansión de todos los males por la vida humana (deja solo la esperanza). El mito hebreo, probablemente de origen anterior, viene a decir algo semejante: Dios prohíbe a Adán y Eva comer del fruto del árbol del bien y el mal. El desacato a la orden los convierte en propiamente seres humanos al perder la inocencia propia de los animales o, más allá, del resto de la creación. Y también desobedecen por la tentación de “ser como dioses”, pretendiendo ignorar que su existencia y sus capacidades no las deben a sí mismos.
Así, lo que define la situación humana con respecto al resto de la naturaleza es su cualidad moral. Una cualidad atormentada, porque nunca encuentra la calma en la forma de una distinción clara y definitiva entre el bien y el mal, pues la relación entre ambos es fluida, insegura, cambiante, el mal se transforma a veces en bien y viceversa, el mal de unos puede ser el bien de otros…
Diríamos que como Proteo, la distinción se transforma cuando intenta agarrársela firmemente. Por poner un ejemplo, la ley y cierta idea de la moral, considera el asesinato como el mayor mal, el crimen a castigar inexorablemente para sostener la cohesión social. Sin embargo, al examinar las circunstancias encontramos matizaciones, atenuantes o agravantes, eximentes, justificaciones incluso genéticas, consecuencias del crimen quizá buenas… Al ejecutar a un reo por asesinato, queda además en cuestión la legitimidad de los ejecutores, y siempre habrá personas que exculpen al asesino. Etc.
El problema entraña el de la libertad: el hombre puede elegir el bien o el mal, o al menos elige en mil casos algo que le parece bueno por conveniencia, sin medir las consecuencias (el hermano de Prometeo, el previsor, Epimeteo, el que piensa después). Azaña, y seguramente otros, ha dicho que “la libertad no hace feliz al hombre, lo hace solamente hombre”. Es cierto: la libertad, la posibilidad intrínseca de elegir, puede resultar insufrible por sus consecuencias, y siempre está la tentación de volver “al paraíso”, a una libertad sin responsabilidad. Es la aspiración de todas las utopías, de todas las ideologías.
Clark y cols. proponen que el libre albedrío sirve para justificar los impulsos a castigar al hacer a los que infringen las normas moralmente responsables, y así justificamos su castigo sin sufrir el estrés que hacer daño a un semejante implica. Castigar es a menudo aversivo porque es hacer daño a una persona y hay una norma moral universal que dice que hacer daño a los demás está mal. En el caso del castigo, que es una forma de daño, nos encontramos con una situación de ambivalencia. Por un lado, es absolutamente necesario para la supervivencia de una sociedad que … Leer más »