Condición humana
El hombre siempre ha tratado de entenderse y mucho es lo que ha llegado a saber sobre sí mismo. Estamos diseñados, por decirlo así, para manejarnos en el mundo y en la sociedad, para alcanzar fines parciales mediante el esfuerzo, el conocimiento y el cálculo, también mediante la acción instintiva. En la tragedia Antígona de Sófocles podemos leer: Muchos son los terribles prodigios del mundo; pero, de todos, la mayor es el hombre. Él cruza los mares espumosos agitados por el impetuoso Noto, desafiando las rugientes olas. Él fatiga a la Tierra, la más vieja de las diosas, labrándola año tras año con el ir y venir de los arados tirados por caballos. Con su ingenio envuelve en sus redes a las aves, a las fieras y a los peces del mar. Con sus artes captura a los animales salvajes y montaraces, somete al yugo al caballo y al toro indomable. Él aprendió por sí mismo el lenguaje y se adiestró con la palabra y el sutil pensamiento que informa las costumbres civilizadas; y también aprendió a resguardarse de la intemperie, de sus penosas heladas y lluvias inclementes. Sus recursos le permiten encontrar soluciones a todo, y prever el futuro de modo que no le sorprenda. Solo del Hades no ha podido escapar, aunque sabe luchar contra las peores enfermedades y curarlas. Y con su ingenio más allá de lo imaginable, se abre camino hacia el bien, pero otras veces hacia el mal, infringiendo las leyes de los dioses y de los hombres…
En esta descripción, el hombre aparece al mismo tiempo como un ser maravilloso y terrible, el sentido de cuyos afanes es dictado por las leyes divinas y humanas, dando por sabido el contenido de ellas. Aun así, la propia tragedia expone un conflicto sin solución en la conducta humana, que deja el sentido de su vida en la incertidumbre: se atribuye a Sócrates la frase “De todos los misterios, el mayor es el hombre” (¿?? No conozco el origen de la cita, que quizá se refiera a Sofocles, ya que el término usado para calificar al hombre también podría significar “misterio”).
Cabe observar que este tipo de reflexiones apenas parece afectar a la mayoría de las personas, cuya vida transcurre bajo la presión de las necesidades y afanes inmediatos, valiéndose de las certezas elementales necesarias para subsistir, sin plantearse problemas de mayor enjundia. No obstante, en ese nivel doméstico o trivial tratamos de obrar intencionalmente, “con sentido”, y evitamos actuar “a lo loco”. Adecuamos los medios a los fines que nos proponemos, y lo hacemos con más o menos inteligencia, pero en conjunto con la suficiente para vivir, a veces con dificultad, a veces con holgura. Claro que no siempre tenemos éxito, y los errores persistentes pueden llevar a la locura, que se manifiesta precisamente en acciones ilógicas, “sin sentido”.
A lo largo de la vida nos planteamos objetivos de lo más variado, desde la preparación de una comida o tomarnos un descanso, hasta proyectos para la vida entera, sean profesionales, conyugales o de otro género. Todo esto, con sus dificultades como con sus logros y fracasos, es bastante inteligible y nuestra razón puede por lo general explicarlo bastante bien y prever el futuro de modo que este “no nos sorprenda”.
Sin embargo, incluso en el nivel más trivial de la actividad cotidiana permanece la incertidumbre, en forma de accidentes o de incidencias inesperadas, que estropean los cálculos más finos y arruinan el esfuerzo más perseverante. Como decía Julián Marías, el hombre es un ser “futurizo”, volcado al porvenir, que obra de acuerdo con proyectos, orientados hacia un futuro… el cual es por naturaleza desconocido, solo calculable de modo parcial y expuesto a mil errores. Así, la actividad más simple y bien ordenada puede frustrarse por intervención de lo que llamamos azar, cuya naturaleza consiste precisamente en que desborda los cálculos racionales. En el curso de la vida nos afectan sucesos, o encuentros con otras personas… que pueden desviar bruscamente nuestra orientación o planes previos, o dar al traste con ellos. Esto es una experiencia corriente, y tal elemento imponderable es también connatural a la condición humana y hace que “la fortuna”, buena o mala, desempeñe en ella un papel importante e incontrolable.
Y dentro de esas condiciones, los planes, por lúcidos que sean, tropiezan con otro obstáculo: la dificultad, a menudo imposibilidad, de prever las consecuencias de sus actos a largo plazo y aún a medio plazo. Unas acciones generan otras acciones y mueven o influyen en proyectos ajenos, difíciles de calcular o prever y que pueden destruir nuestras esperanzas en principio mejor fundadas. Se trata de una experiencia muy corriente. Es decir, gran parte de nuestra vida, incluso en el plano más trivial, escapa a nuestra voluntad y cálculos racionales. Y hasta los individuos más absorbidos por intereses puramente utilitarios se ven forzados a percibir el misterio en ocasión de enfermedades o accidentes graves, de la pérdida de seres queridos o de sucesos catastróficos, a veces de la simple contemplación del firmamento nocturno.
Por lo demás, sí existe una certeza real, y no precisamente consoladora: nuestra vida, tan colmada de inquietudes y trabajos, está abocada finalmente a deshacerse en lo que se nos presenta como la nada, a desvanecerse del mundo en que se ha desenvuelto mejor o peor por un tiempo y que contiene todas sus referencias. Aun así, nadie sabe cuándo le llegará, salvo en momentos inminentes o en caso de suicidio, generalmente causado por una depresión profunda. La consciencia del fin al que abocan los afanes, penas y alegrías de la vida, afecta, por vagamente que sea, a toda persona. Este sentimiento indefinible recorre y subyace a la vida humana. A él solo es posible escapar en parte, mediante el trabajo y la diversión, en cuyos logros o placer encontramos cierto sentido implícito. Pero el sentimiento profundo puede aflorar como una anonadante angustia vital que incapacita para las actividades normales.
A pesar de todas estas limitaciones, extrapolamos de modo impensado al conjunto de nuestras vidas la sensación de sentido que encontramos en las parciales acciones cotidianas. Sentido que relacionamos con nosotros mismos, con nuestros intereses o deseos. Sin embargo, cuando lo referimos a la vida como un todo encontramos una dificultad definitiva. Hay muchas citas de pensadores sobre la perplejidad que inspira al ser humano su propia condición, pero quizá sea Omar Jayam quien más breve y racionalmente haya expresado ese sentimiento de misterio: “Me dieron la existencia sin consultar conmigo / Luego la vida aumentó cada día mi asombro/ Me iré sin desearlo y sin saber la causa / de mi llegada, mi estancia y mi partida”.
Esta incertidumbre radical puede extenderse a la especie humana y al mundo, que tampoco “saben” la causa ni el objeto de su existencia. Así, la condición humana podría definirse como un conjunto variable de certezas parciales y relativas, abordables aproximadamente con la razón… dentro de un marco de incertidumbre radical. Lo que podríamos llamar certeza de la incertidumbre. Semeja, salvando las distancias, al comportamiento de los animales domésticos: entienden parcialmente lo que el hombre espera de ellos y reaccionan y cumplen mejor o peor, pero sin poder penetrar el designio humano, que puede llegar a ser muy cruel para ellos. Pues así como podemos discernir, al menos hasta cierto punto práctico, el sentido o intención de nuestros actos, nos es imposible descubrir la intención de aquella fuerza, voluntad o como queramos llamarla, que nos ha traído al mundo, nos deja vivir en él por un tiempo con más o menos trabajo, y finalmente nos expulsa sin molestarse en explicarnos la razón de todo ello.
En suma, aunque el ser humano experimenta un impulso fortísimo a conocer y dominar su propia existencia, ello le es posible solo de forma muy restringida, y la vida se desenvuelve sujeta a misterios. No solo los definitivos como el expresado por Omar Jayam, sino los que envuelven los aspectos de la vida más cotidianos o familiares y que tendemos a creer dominables por nuestra razón, pero que solo lo son en parte.
Lo que se llama Azar, esa situación imprevista, esa curiosa caualidad, esa coincidencia sorprendente, esa indeseable eventualidad , todo eso que no podemos controlar, no podemos,,ni siquiera intuir, y por supuesto evitar, son los inescrutables designios de Dios Al que por cierto después de la odisea que es nuestro camino en la tierra, después de este laberinto en el que nos angustiamos buscando su oculta salida, después de este valle de lágrimas, encontraremos porque Él es nuestro destino. Nuestro misterio es el misterio del Amor de Dios, que nos quiso crear para que al dejar este mundo, pudiéramos gozar de… Leer más »