Araceli de frontera y de batalla
Carmen Klecker.- Araceli ha dejado padres, lugar que la ha visto crecer, paisaje conocido y por amor se une a uno de los fenómenos más singulares ocurridos en España; convertirse en colono de su propia Nación. Los musulmanes que, hasta Santiago de Compostela llegaron y arrasaron con las campanas –recordemos que en 997, Almanzor quemó el templo prerrománico que se había edificado en honor a Santiago, respetando su sepulcro, pero tomando prisioneros cristianos a los que hizo cargar con las campanas del templo hasta Córdoba , el mercado de esclavos por excelencia de los musulmanes- , habían dejado por tanto huella de su conquista en las entrañables tierras gallegas de donde parte Araceli. Araceli es una mujer de su época pero es sobre todo la representación de cualquiera de nuestras madres, abuelas.
Desposada por amor y por ese vínculo maravilloso de unión de las almas, viajando allí donde su esposo quiera establecer el futuro para ambos. No era una aventura en el sentido feliz de la emigración, sino teñido de toda suerte de incertidumbres y peligros. Araceli se hace cargo rápido de su nueva vida y con la ilusión de esa construcción de algo mejor –los colonos formaban parte de esa hueste que se establece en la frontera con una serie de derechos como la caza y el disfrute de la labranza del campo que pudieran roturar, y la obligación de defender ese territorio frente a las constantes racias de los invasores musulmanes-. Poseían casa y caballo, para poder acudir a la carrera hasta la iglesia de la comarca, fortaleza de ladrillo y de fe, eran libres, sin peaje que pagar al Señor, más que la servidumbre de ser parte de una milicia de concejo, por la propia seguridad de todos. La casa de Araceli y de Higinio está algo retirada del núcleo de población de Aldesanz y La Cuesta, así que toda contingencia que les sucede deben ser autosuficientes para paliarla. La primera cosecha tarda en llegar el tiempo previsto, todo un año, y el primer bebé, que milagros de la vida, nace en tan duras circunstancias sano y salvo. Una niña, una nueva boca que alimentar y un nuevo reto de futuro que acometer.
El horror de la racia en su comarca que, de manera tan realista ha descrito magistralmente Enrique de Diego en su novela histórica “Las Navas de Tolosa” (Ed. Rambla), hace que su segundo bebé se malogre y nazca muerto, y es solo en ese momento donde Araceli, cae en el profundo pozo de la depresión. No quisiera contar más porque nada mejor que la propia novela para conducirnos por la historia que pudo muy bien ser la de cualquiera de nuestras antepasadas en aquellos tiempos. Pero Araceli sostiene a su esposo, le empuja, le conmina para ir hacía las Navas, le infunde valor a pesar de lo que van a emprender que es ir a jugarse la vida; porque las mujeres, y aquí las feministas se morirán de ira, no somos más ni menos que las custodias de ese núcleo sobre el que sustenta la civilización: la familia; somos esposas, consejeras, enfermeras, excelentes ecónomas y fuertes interiormente como rocas de granito, bellas en todos los términos posibles, fundamentales. Araceli se las ingenia, como solo sabemos hacerlo las mujeres, para que nada falte en el camino hasta el lugar donde tendrá lugar la Batalla de las Navas de Tolosa. Araceli de Monterroso. Araceli de Segovia, de frontera y de batalla. Una mujer que Enrique de Diego ha dignificado con esta novela “Las Navas de Tolosa” (Ed. Rambla), que va batiendo records de ventas.
Sara, ni sola, ni débil
Toledo arde en el verano de 1212. Ciudad al borde de la cristiandad, del occidente. Algo alejada de la aljama, de su propio pueblo, Sara en una choza ha aceptado, se ha adaptado a un destino sobre el que poco ha podido decidir. En la soledad se ha hecho fuerte, en el aislamiento de la marginación se las ha ingeniado para, pareciendo una sombra, llevar consuelo a sus gentes. La historia de Sara. Mujer cuya suerte le arrebatado el matrimonio por dos veces, ante el fallecimiento de sus prometidos. Termina siendo la curandera, “la bruja” que lo mismo alivia dolores menstruales que atrae a los corazones al amor. La espectacular descripción que Enrique de Diego en la novela histórica “Las Navas de Tolosa” (Ed. Rambla) hace del compendio de remedios que se tenían como tales entre la medicina y la magia en la edad media, nos lleva hasta la choza de Sara, donde entre la veracidad de algunas propiedades de plantas y brebajes y la leyenda colectiva del remedio eficaz una mujer sobrevive con ingenio a la soltería y la orfandad. Sara se ha refugiado en el temor o respeto que infunde su “ciencia” para sentirse segura.
Sara, sin embargo es miembro del pueblo judío, no renuncia a sus raíces, ayuda a su comunidad, aunque para todos sea algo clandestino o pecaminoso, y sin embargo recurran a ella. Sara juega también con ese poder que le da su propia marginación, y sabe que aun siendo mujer en un mundo judío donde la oración de la mañana es “Gracias Yavé por no haberme hecho mujer”, es consultada por hombres que tienen voz de autoridad en la comunidad judía. Los judíos de Toledo están a salvo, aunque paguen peaje al rey, cuentan con su protección. Las caravanas que recorren el orbe también traen productos, novedades, y noticias que a toda España interesan. No pueden tener armas, pero cuentan con la defensa del monarca si llega la circunstancia. En esa amalgama de guerra a la vista, paz de pueblo que medra y trabaja, e incierto futuro si los cristianos no logran echar a los musulmanes, los judíos serán puestos a prueba en su paz de frontera. Sara intenta apaciguar a los corazones de los hombres judíos. Sara también teme por mujer y por judía la llegada de los ultramontanos, que aunque serán necesarios para que no sucumba un occidente donde han encontrado refugio, al otro lado de los Pirineos los judíos son tan enemigos como los musulmanes. Sara sobrevivirá a un episodio que las crónicas de la época reflejaron, y con las que Enrique de Diego ha confeccionado una escena de terrible realismo. Habrá también milagro para Sara, amor para Sara. Pero eso, tendrán ustedes que buscarlo en la novela histórica “Las Navas de Tolosa” (Ed. Rambla).
Laila, la danza de la belleza
Verso suelto en el mundo fanático del Islam. Laila sumisa como manda el Corán y elevada por amor en la intimidad de una relación atípica entre los suyos, a compañera del alma. Laila la musulmana convertida en la esposa favorita de Ahmed ibn Qabdis, el último de un linaje de la misma sangre del Profeta. Declina el día y el mundo tal y como lo han vivido. Laila es belleza, sensualidad, ternura. Laila no es objeto a la manera musulmana, depositaria de la cuitas, de su esposo. Quizá la fantasía de cómo pudieran, deberían ser las mujeres en ese cerrado, sumiso, esclavo mundo islámico, sea lo que el autor nos regala en este personaje. Alma de los versos de poetas, el último verso de un tiempo donde el sufismo trajo lo que de hermoso pudiera haber tenido aquel al-andalus. Pero Laila solo es tan respetable para Ahmed ibn Qabdis, y de lo que le sucede es un velo que no vamos a descubrir aquí. Les invitamos a conocerlo leyendo “Las Navas de Tolosa” (Ed. Rambla), de Enrique de Diego.
Tres mundos en 1212, en tres mujeres, de tres pueblos. Ellas comparten una característica: son fuertes, y eso a lo largo de la historia del mundo, es lo que mejor nos identifica.