Democrimencracia
Juan Urrutia/Colaboración.- Vivimos en un país donde las ideas utópicas y los dogmas políticos predominan sobre la razón. Ignorando las más elementales bases de una sociedad, nos hemos colocado a la altura del peor de los regímenes dictatoriales. Hemos alcanzado aquellas “más altas cotas de la miseria”, en este caso ética y social, con las que bromeaba Groucho Marx.
Durante años se ha transigido con el sistema de dominación orquestado por los nacionalismos. En el caso de la Comunidad Autónoma Vasca, éste comienza hace treinta años con la segregación de los profesores plurales, sin ideología claramente afecta al proyecto de Sabino Arana. Los docentes, apartados de sus puestos de trabajo, fueron sustituidos por un ejército de jóvenes promesas euskaldunes de férreas tendencias nacionalistas. En colaboración directa con AEK (red de academias de euskera tras la cual la Justicia demostró se hallaba ETA), este nuevo profesorado y el Gobierno del PNV distribuyeron abundante material didáctico destinado a la ideologización del alumnado. El hecho en sí es deleznable e ilegal, pero nada se hizo para evitarlo. Las pocas personas que lucharon con fuerza contra esta estrategia de creación de un pensamiento único en la sociedad vasca fueron social, política y, muchas veces, físicamente destruidas. El hecho de disentir con este proyecto era sinónimo de convertirse en un fascista anti vasco ante los ojos, no sólo del nacionalismo, sino también de aquellos que les siguieron el juego.
A lo largo de los años las más inverosímiles historias fueron colándose en los libros de texto vascos, desapareciendo a la vez numerosos hechos, personajes y lugares relevantes. Sustituida la historia por sentimientos de odio visceral, fue sencillo crear una corriente social que ejerciera una presión feroz sobre los constitucionalistas. Ser nacionalista era “lo correcto”, cualquier forma de pensamiento distinta fue demonizada tal como hicieran los clérigos medievales con los mitos celtas. No es extraño, por tanto, que miles de vascos optasen por marcharse de un lugar donde se les trataba con irracional hostilidad. Doscientas mil personas abandonaron la tierra que les vio nacer durante el mandato de Ibarretxe. Una cifra absolutamente dramática para un lugar cuya población total apenas supera los dos millones de habitantes.
Tras la marcha de La Moncloa de Felipe González, que no opuso resistencia alguna a lo que ya se fraguaba en el ámbito de la educación vasca, el Gobierno del Partido Popular continuó con una ceguera parcial respecto a la situación. Cometió el error de no actuar ante la barbarie, ante proyectos curriculares de centros educativos públicos cuyo objetivo era, no el de instruir, sino el de transformar y dirigir las mentes en formación. Los populares se quedaron en la superficie, no vieron las nefastas consecuencias que en un futuro acarrearía su no actuación. El crimen mafioso de ETA era lo evidente, pero se alimentaba de las escuelas públicas vascas y las ikastolas, pues de ellas procedía su apoyo social. La ideologización de los escolares es hoy un hecho triste y real, sirva como ejemplo un niño de corta edad al que oí despreciar a los Reyes Magos porque “son españoles”. Ignorancia y fanatismo se complementan para dar rienda suelta a los delirios del nacionalismo.
Con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero surgió un nuevo escollo para los demócratas vascos: la legitimación del crimen mediante algo tan simple como es considerar a quienes lo cometen y apoyan como ciudadanos comunes. El socialismo español ejerció un papel de colchón, de protección hacia un mundo, el de ETA, cuyos fines e ideas son esencialmente ilícitos. No es un invento personal, les animo a que lean los preceptos de los nacionalistas, desde su comienzo no han abandonado la creencia en la raza pura, la superioridad del vasco sobre el “torvo español” (palabra de Arana) y la fe ciega en la monarquía absolutista; siempre que ellos sean los monarcas, claro está. Por este motivo, lo lógico sería excluir de las instituciones a todo el entorno bilduetarra, dejen o no las armas los terroristas, pues no sólo los hechos caracterizan a este grupo como fascista y totalitario, también su ideología básica, que es manifiestamente perniciosa. Entramos aquí en conflicto con aquellos que, como Cayo Lara, defienden que todas las ideas valen y que si trescientos mil vascos votan a Bildu es porque esta formación ha de estar ahí. Suena muy bonito, casi parece democrático. La realidad es que las ideas de Bildu son análogas a las del nacionalsocialismo y durante décadas se ha dirigido la voluntad de los vascos mediante amenazas, asesinatos y un complejo proceso de ideologización de la juventud patrocinado por las arcas públicas. Esto nos deja una sociedad coartada en su libertad de pensamiento y elección, pues a miles de jóvenes no se les ha otorgado otra opción que el odio basado en interesadas falacias.
Aunque me dejo innumerables detalles en el tintero, lo anteriormente explicado da idea de por qué trescientos mil vascos han dado su apoyo a una asociación mafiosa en las urnas. Jóvenes criados en el odio, criminales de oficio acostumbrados a vivir del terror y ciudadanos que, desamparados por el Gobierno español, escapan en masa de la asfixiante situación social de su tierra. Éste podría ser un acertado epitafio para la democracia en nuestro país, pues un lugar donde el asesinato es legítimo modo de conseguir poder político, lógicamente se aleja mucho del concepto en cuestión.
Existe un detalle que convierte este escenario en algo todavía más sangrante. Me refiero a que la sociedad vasca ha ido envileciéndose, se ha dado cuenta de que es muy fácil vivir en el lado de Bildu: nadie amenaza o cuestiona al abertzale, sólo por pertenecer a esta casta superior tiene asegurado el mismo “respeto” que se le tiene a una víbora (nadie perturba a un ofidio por motivos evidentes), las simpatías de una micro sociedad dentro de la cual se puede vivir, trabajar y crear un hogar con pasmosas facilidades otorgadas por los mafiosos y una especie de licencia de superioridad moral sustentada por la fe en un ideario fanático: todos son malos menos yo es un triste pero completo resumen de éste. Muchos vascos no creen en Bildu más que en apariencia, pero sí creen en los beneficios del crimen sin castigo, de los sueldos cuantiosos, de conseguir empleo por motivos “étnicos”. En resumidas cuentas: a trescientas mil personas (y al PSOE, que ha otorgado su apoyo a ETA) no les importa construir su bienestar económico y social sobre la sangre de las víctimas de del terrorismo.