Malhechores (IV) El obrero, reacio a dejarse emancipar por el PSOE
La misión del PSOE como partido marxista consistía en emancipar a la clase obrera, tarea que coincidía con la imposición del poder e ideas del partido. Ello podría lograrse por medios pacíficos (propaganda y agitación) y violentos, fuera combinándolos o pasando una etapa más o menos larga y fundamentalmente pacífica, para atraer a suficiente número de obreros, para pasar luego a la violencia revolucionaria abierta que derrocaría al capitalismo.
Para ello se enfrentaba, como dijimos, con varios problemas: la masa obrera, aunque estaba concentrada en varias ciudades decisivas, no era lo bastante numerosa en un país mayoritariamente rural. Además, pese a la degradación de los barrios y la escasa práctica religiosa, la gran mayoría seguía considerándose católica y, por supuesto, española, con un sentimiento nacional más o menos acentuado, pero muy real, y eso no podía eliminarse de la noche a la mañana. El llamado anticlericalismo, propiamente anticatolicismo, era asunto más bien de republicanos “pequeñoburgueses” liberales radicalizados; y romper esas barreras exigiría mucho tiempo y dedicación.
Entre los obreros había muchos analfabetos, lo que no era un problema demasiado grave, pues bastantes de ellos sabían leer y leían, para sí y para sus compañeros, la prensa. Pero incluso los más ilustrados encontraban abstrusas y poco interesantes las tiradas sobre la naturaleza del capitalismo, la plusvalía, la proletarización de las capas medias y la miseria creciente, así como sobre los “intereses históricos” del proletariado. Estaban interesados en mejoras concretas y su actitud teórica hacia los problemas sociales recordaba más bien a un catolicismo sentimental: “los pobres y los ricos” o más propiamente “los injustamente pobres y los injustamente ricos”. “Educar” al proletariado contras semejante mentalidad no sería tarea fácil ni rápida.
Un problema añadido consistía en la disputa con los anarquistas por hacerse con la clientela proletaria. Los anarquistas tenían sus propias teorías sobre cómo emancipar al pueblo aniquilando de golpe toda clase de poder, denunciaban la “dictadura proletaria” como un poder aún más dañino que el burgués, eran aún más radicales que los marxistas en el uso de la provocación, la mentira o el asesinato y, consecuentes con sus premisas, creían eficaz el atentado terrorista mediante sociedades secretas, mientras que los marxistas se pronunciaban por movimientos de masas que, sin descartar el asesinato y en su caso el terror “plebeyo” (en frase de Marx), solo los consideraban como práctica accesoria. Pese a esa diferencia, eran los anarquistas quienes llevaban ventaja sobre el PSOE en cuanto a influencia en medios obreros, aunque esa influencia fuera en los dos casos harto restringida. A lo largo de esta historia hasta finales de los años 30 del siglo XX, la rivalidad entre ambas corrientes motivaría tanto alianzas como persecuciones a tiros, asesinatos y hasta dos guerra civiles dentro de la guerra de 1936.
Estas realidades las exponía a su modo el doctrinario socialista J. J. Morato (fallecería en Moscú en 1938), en El Partido Socialista Obrero (pp. 102 y ss) : “Nace el Partido en un país de formas de producción casi medievales, donde aún no se creó un capitalismo fuerte y emprendedor, donde casi no existe una burguesía, donde esta no es dueña, sino condueña, del Poder político”, por lo cual el PSOE se desarrollable “en un ambiente hostil, tanto que durante muchos años ha de comparársele con una planta de estufa” Según este autor, todo en torno a los primeros socialistas era “ausencia general de costumbres cívicas; menosprecio de los derechos, indiferencia hacia los negocios públicos, incultura, versatilidad, ligereza, barbarie, servilismo”. Como puede verse, los socialistas no aspiraban a solucionar esos problemas y atrasos, sino que dejaban la labor a la llamada burguesía… para después decapitarla.
Por otra parte las impresiones de Morato reflejan muy mal la realidad histórica. Tras la invasión napoleónica había tomado forma en España una triple oposición entre carlistas tradicionalistas y liberales, y dentro de estos, entre moderados y exaltados. Antes, España había sido durante tres siglos quizá el país internamente más estable de Europa, pero el resultado de las divisiones causadas por dicha invasión serían varias guerras civiles, ganadas por los liberales, y una larga serie de pronunciamientos militares de unos liberales contra otros.
Se suele identificar a los liberales con la burguesía, por lo que el XIX habría sido en España un siglo liberal y burgués, con fuerte influencia inglesa y francesa. De hecho, se habían ido desarrollando las instituciones capitalistas como la Bolsa, la banca e industrias no despreciables, aunque muy localizadas. Visto en conjunto, el resultado no había sido tan “medieval” o “bárbaro” como supone Maroto (y con él una muy larga tradición de análisis más o menos marxistas). Según los estudios de Angus Maddison, España había ido superando las devastaciones de la invasión francesa, y en el plano económico estaba en situación mejor que la mayoría de los países europeos, aunque a distancia de las tres o cuatro potencias de cabeza. Claro que políticamente el balance había sido peor: el país había perdido su imperio y bajado de una de las primeras potencias a un puesto de tercera o cuarta fila, mediatizada por los intereses ingleses y franceses y sin verdadera política exterior independiente.
Por otra parte, Maroto encontraba que “los partidos republicanos eran fuertes y pletóricos de hombres verdaderamente ilustres y superiores”. Es difícil creer que Maroto hablara en serio después de la experiencia semidemente de la I República, pero no es incongruente pensar que aquellos meses caóticos fueran valorados en el PSOE como un modelo que podría conducir a la “dictadura del proletariado”, es decir, del propio PSOE.
En su I Congreso, celebrado nueve años después de su fundación en Barcelona, el PSOE proclamó: “La actitud del Partido Socialista Obrero con los partidos burgueses, llámense como se llamen, no puede ni debe ser conciliadora ni benévola, sino de guerra constante y ruda”. Otros analistas han explicado el largo período de inanidad política del partido, hasta 1909, por esa actitud excesivamente sectaria, que no disimulaba sus fines ni le permitía alianzas con partidos que de un modo u otro pudieran ayudarle a avanzar, en especial los republicanos u otros “avanzados”, como recomendaba el Manifiesto Comunista.
Durante bastante años el PSOE no pasó de tener un número insignificante de afiliados, entre unas docenas y unos centenares con altibajos, con influencia política casi nula y que en algunos momentos casi podía darse por desaparecido. Sin embargo las cosas iban a mejorar para ese partido, como para los coetáneos separatismo y al anarquismo, a raíz del “Desastre” de 1898.
Los antiguos obreros son los liberales de ahora, los que mejor viven. La degradación del capitalismo y la globalización han invertido los polos entre las clases medias y bajas; eso sí, la clase alta sigue a salvo.
Hoy, el ánimo de lucha está catalizado y controlado por diferentes sindicatos y organismos adheridos al sistema. De revolución, nada.