Nadal y la mezquindad sanchista
Mayte Alcaraz.- La tarde es calurosa. Ruge el estadio porque el más grande del tenis español va a recibir un emotivo homenaje. Por muy sublime que sea el tributo nunca podrá hacerle justicia. Pero el país se vuelca en rendirle honores, por él que no quede, y por sus aficionados, tampoco. Aquellos que disfrutaron días de gloria y saltos felices en el sofá gracias a su tenis, a su pundonor, a su resistencia, a su tesón, hoy se lo quieren agradecer. El campeón retirado acude al entrañable acto con su mujer, su hijo, sus padres, su hermana, y sus abuelas, y los emocionados aplausos le saben a miel. Ríe y llora. Cómo no iba a llorar. Es mucha la vida que se ha dejado allí, en esa tierra batida que tanto sudó. La nación ensalza al héroe en agradecimiento a una entrega sin fisuras que ha permitido gozar a medio mundo. Cicerón lo escribió: «Nada es más honorable que un corazón agradecido».
Pero no estoy hablando de España. De esa España que lo vio nacer en una cálida isla del mediterráneo donde el azul del mar y el del cielo cobijan toda la hermosura del mundo. Triste y penosamente no ha sido España. En esa tierra manda un presidente sectario que decidió crear un muro entre él y todos los que no le jalean; y entre estos está el mejor deportista español de todos los tiempos: Rafael Nadal Parera. Ha sido Francia la agradecida, la que ha despedido a la leyenda de Roland Garros como a un grande sin importarle que fuera de otra nación. La vergüenza y la rabia que sentí al no verle honrado por sus compatriotas será difícil de olvidar. Ni siquiera recuerdo —he tenido que repasarlo— qué diantres de homenaje se le hizo aquí. Se lo dieron en el Martín Carpena de Málaga en la Copa Davis, y nos dejó fríos. Fue cicatero y escaso y no estuvo a la altura de la dimensión de Rafa.
Pero es que nada es casual: el Gobierno no le quiere porque no es uno de los suyos y no va de palmero y, sobre todo, porque ha defendido la unidad de España, nuestras tradiciones; porque no ha pronunciado discursos woke o, simplemente, porque ha ganado el dinero que tiene a base de destrozar sus músculos hasta gritar de dolor, y no degenerando como el banderillero de Belmonte, de los que hoy aquí hay muchos. Sánchez fue más cálido con Almudena Grandes que con Nadal. Ya está dicho todo. Nadal es la contrafigura del sanchismo: querido, esforzado, leal, patriota, respetuoso. Pero este país de impenitentes todavía no ha caído en la cuenta de que se retira lo mejor de nosotros, incluso alguien tan bueno y feliz de ser español que no parece de los nuestros.
A medio camino entre el hombre y el héroe, Nadal se ha marchado en silencio, dando una última lección de educación, ese valor ancestral que casi, casi, es un paradigma aristocrático por su desuso, una reserva de elegancia que, por escasa en la vida pública española, parece excéntrica, rara, digna de épica. No sirve de nada, pero estoy segura de que somos millones los que hemos dado el tributo íntimo que merece a quien nos proporcionó las horas más emocionantes como país.
Aunque han querido hacer de él otro pelele al que mantear por no comulgar con el pensamiento único, no han conseguido ni rozarle, porque él sí cree que España es un gran país por el que vale la pena luchar. En su marcha solo hay agradecimiento: a su familia, a su equipo, a sus adversarios, a su gente, que somos todos los que le hemos querido y seguido y que no sabemos qué será de nuestra vida colectiva sin él en la cancha. No dejó de ser un tipo modesto aun siendo el abanderado de todas nuestras ilusiones y esperanzas. Un ser humano que gestionó con la misma serenidad lo bueno y lo malo. Nunca sacó pecho en las victorias ni se escondió tras la derrota. Un ejemplo de bonhomía. Siempre nos insufló un chute de patriotismo el verlo celebrar sus triunfos envuelto en la bandera de España. Lástima que su retirada haya coincidido con las horas más tristes y desagradecidas de la política española.
No es el momento de blanquear a Nadal, gran tenista, sí, pero mediocre persona y palanganero de Bill Gates. Su partidismo con el fraude de la “timovakunación” ensombrece su moral, presuntamente intachable. Él sucumbió a la corrección política, todo lo contrario que el memorable Djokovic, quien antepuso su conciencia a los intereses fácticos.
No hay como las circunstancias para mostrar la verdad de las personas,