¿Otro Papa socialista?
Antonio R. Naranjo.- El mundo se ha dado una pausa para conocer al nuevo Papa, en una ceremonia de esperanza colectiva que incluso ha frenado a los habituales del brochazo contra la Iglesia, conversos repentinos aunque no inocentes.
Porque el despliegue de los medios oficiales para cubrir la muerte de Francisco y la designación de León no ha tenido nada de casual: desviaba la atención de los múltiples problemas del presidente y de su Gobierno borroso; valía para utilizar al Santo Padre como embajador de sus propias políticas, con un tirabuzón ideológico tan infantil como reiterado; e incluso servía para legitimar el desigual trato a la Iglesia española, contraponiendo su supuesta identidad reaccionaria con el progresismo del Pontífice, como si fueran cosas muy distintas.
La obscena apropiación del Papa difunto, presentado como una mezcla de Sánchez, Yolanda Díaz y Carmena e incluso tildado de gran admirador de la vicepresidenta segunda por boca de ella misma; no ha sido casual, como nada lo es en el universo sanchista, capaz de sostener a la vez que la misma institución es aquí pedófila, fascista y homófoba y allí, en Roma, forofa de Greta Thunberg.
Con el nuevo Papa el marketing político doméstico ha seguido por los mismos derroteros, como si en lugar de elegirse al sucesor de Pedro el cónclave hubiera sido unas Primarias del PSOE o un Congreso de CC.OO. y la doctrina social de la Iglesia, que es la misma siempre y está en su propia fundación hace dos milenios, fuese una traslación del programa electoral de Sánchez o una versión de El capital de Marx.
Más allá del interés cortoplacista, que consiste en hablar de cualquier cosa antes que del desprecio antisistema al Congreso de los Diputados por parte de todo un presidente o los escándalos interminables de Begoña, David o Ábalos; el intento de apropiación de la figura del Papa ofrece una ocasión estupenda para entender algo básico: los valores humanos no son un invento de la izquierda y el «progresismo» no es una etiqueta que le pertenezca, por mucho que la haya intentado privatizar en beneficio electoral propio, aunque luego no la practique.
Quienes han caído en la trampa de comprar ese discurso de las izquierdas españolas han reaccionado mal, probablemente, contra Francisco y su legado. Y lo harán contra León, con seguridad, como si el mero hecho de que unos cuantos les presenten como compañeros de armas socialistas fuera suficiente para que, efectivamente, lo sean.
Sería mucho más razonable, en el fondo, que tanto socialista asumiera que aunque le moleste reconocerlo es cristiano, pero como esa confesión les produce erisipela y contradice una parte de sus discursos y de sus estrategias frentistas, consistentes en esto en meter a la Iglesia española bajo el palio de Franco y tirar de argumentario barato para consolidar su dinámica de enfrentamiento entre bloques; han preferido convertir al primero de los cristianos, desde El Vaticano, en unos de los suyos.
La enseñanza del Papa muerto y de su sucesor es bien distinta: la paz, la conservación del planeta, la humanidad con el desfavorecido o la igualdad de oportunidades son valores cristianos, y también liberales, y quienes los tengan han de lucirlos con orgullo y sin complejos.
A ver si la izquierda se queja de la utilización por sus rivales de la bandera de España, cuando en realidad es una renuncia propia; y los demás van a cometer la torpeza de hacer lo mismo con causas, principios e ideales que también tienen, no sea que les llamen socialistas. Hay que espabilar.