El marianismo que no cesa
José María Nieto Vigil.- La política, tal y como se entiende en España, es puro teatro, pero del malo, del que tiene pésimo gusto e infame representación y puesta en escena. Salvo en los hemiciclos circenses de las repúblicas bananeras, convertidos en verdaderos cuadriláteros de pressing catch, con tanganas, peleas y todo tipo de alborotos. El de la Carrera de San Jerónimo es una burda réplica del Circo Price. Menudo espectáculo hemos “disfrutado” con la fallida moción de censura. Jamás llegué a creer que podría ver una performance política tan ridícula y, a la par, pretenciosa y jactanciosa.
Pero no crean, en los teatrillos parlamentarios regionales y en los guiñoles municipales la cosa no mejora. También allí, con actores y actrices menos afamados y reconocidos, se lleva a escena bailes de máscaras, comedias de enredo y engaño, tragedias de postín, melodramas de escaso talento, bufonadas y operetas bufas de todos los colores, aromas y sabores. Mientas, los espectadores –léase los ciudadanos-, acostumbrados a tanta pamema y farsa tragicómica, se sienten hastiados y aburridos de tan tedioso vaudeville, Y eso que este teatrillo de variedades tiene un programa y un repertorio abundante de números de parodias, mimos, funambulistas, contorsionistas, trapecistas, equilibristas y, sobre todo, muchos payasos de poca gracia.
Se acercan las elecciones, se oyen los clarines, los actores y vicetiples políticos, ahora más que nunca políticas, se apremian en buscar su disfraz y en aprenderse un guión tan grandilocuente como ridículo.
Pronto veremos nuestras calles y farolas engalanadas de retratos, retocados y travestidos, de personajes promocionando eslóganes publicitarios de sus respectivas marcas políticas. A cada cual más imaginativa y demagógica. Puro espectáculo, lo malo es que tanto dispendio lo pagamos los contribuyentes, vía ley de financiación de partidos y otras “donaciones” de dudosa procedencia.
La bancada popular, representante del centro político, es decir la nada, celebra jubilosa y gozosa la llegada del líder gallego con alegría incontenible. Parece como si el orensano ya hubiese ganado la elección de Mister España. Es tanta la felicidad dionisíaca que sienten que, emborrachados de encuestas, se están olvidando de que necesitan a su hermano de Zumosol –me refiero a Santiago Abascal-, para hacer la mudanza a la Moncloa. Solos no pueden, no tienen amigos que les quieran, ni familiares que les echen una no, las dos manos. Pero he ahí que Don Alberto Núñez, muy digno y altivo, orgulloso y arrogante, engallado y estirado, excesivamente soberbio con Don Santiago, le da plantones en el hemiciclo madrileño, le dedica pronunciamientos desconcertantes y le deja “claro”, por ahora, que con la familia, de momento, luego ya veremos, no quiere nada. Ahora le niega el pan y la sal, pero mañana, en el confesionario, le prometerá amor eterno, tan falso y fingido como obsceno y despreciable.
El daltonismo político de Feijóo es genético, heredado de un legado cultural de sus ancestros más cercanos. Me refiero al marianismo y su peor versión, el sorayismo, de sus mentores y referentes intelectuales. Los mismos que, víctimas de su falta de olfato político, fueron derrocados por los okupas de la Moncloa. Los mismos que pensaron que la cuestión de Cataluña se resolvía con advertencias y amonestaciones dulzonas. Y así les fue. Su narcisismo, solo superado por el del lindo Don Pedro, señor de la Moncloa y candidato a hombre que pasará a la Historia por sus egolatrías, les impidió verse en el espejo sin distorsiones. Hoy, nuevamente, utilizan el mismo espejo de entonces, el de la señorita Pepis, tan modosito y recatado, pero falso.
Seguro que han oído aquello del partido veleta, referido a la formación anaranjada y hoy prácticamente en vía de extinción, Ciudadanos, por sus constantes vaivenes y traspiés políticos. Se decía que no tenían brújula, que se orientaban merced a los vientos y las estrellas nocturnas, que no sabían a dónde iban. En muchas ocasiones, cuando llegaban a una rotonda, siempre se equivocaban y optaban por una salida que les llevaba por los caminos de la perdición de imposible retorno. Así ha sido y así lo han comprobado todos ustedes. Hoy, en los albores de la campaña preelectoral, los chicos de la calle Génova, parecen no haber aprendido que en política hay que tener un sitio y no se puede estar cambiando de burladero. La burla al fiel electorado se paga cara. Intentar matizar y clarear lo colores es poco decente e indigno, cobarde y oportunista.
Alberto Núñez Feijóo, vivo exponente del arriolismo aderezado de marianismo, con buenas dosis de sorayismo, no es un buen chef para la cocina política española, tan necesitada de buenas recetas y con comensales hambrientos sentados a la mesa. Pero tampoco me gusta el equipo del maestro, empezando por Borja Sémper, que poco o nada han demostrado en sus respectivas tareas al frente de la gastronomía regional de sus territorios. Para triunfar hay que tener buen producto, buen servicio, buen precio y, sobre todo, buena mano. Inventar una carta innovadora, creativa, de diseño y atractiva es muy fácil, lo difícil es trabajarse la clientela y servir una buena mesa. Ya me entienden, para bazofias ya hemos tenido años de dominio culinario de Zapatero y Sánchez. Ya no tenemos más estómago para la nausea. Soy español y me gustan las cosas claras y el chocolate espeso, llamar a las cosas pos su nombre, que no me den gato por liebre y, al pan, pan, y al vino, vino.
En la política patria, la nuestra, la de todos, la antropofagia es una práctica habitual, no solo dentro de la misma familia política, sino una costumbre con la que se obsequia al amigo u aliado. Ocurre a uno y otro lado del espectro electoral. Es triste, deplorable y lamentable. Este canibalismo es un comportamiento que caracteriza la vileza moral, la escasa encarnadura ética y la impostura del sistema de partidos. ¿Dónde quedan los principios y los valores? El mercado persa en el que se ha convertido el panorama político español es vergonzoso, deprimente y escandaloso.
Frente al sanchismo triunfante, adultero en sus relaciones íntimas políticas, se levanta la nueva versión de un marianismo que parece no cesar entre las huestes populares, cuya enseña es enarbolada por Alberto Núñez Feijóo, siempre dispuesto a dejar en la estacada a las mesnadas de Santiago Abascal si el lance político lo requiere. Un lema de campaña oportuno, clarificador del mensaje de fondo, bien podría ser el de: “Sin ti, pero contigo”. Don Alberto, usted no me inspira ninguna confianza y la cocina que me propone menos aún. Lo light nunca me ha gustado.
Doctor en Filosofía y Letras.