El congreso de los ratones
Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala, nacido en Laguardia (Álava) en 1745, fue un escritor español famoso por sus fábulas, las cuales además de una gran pedagogía, solían encerrar siempre alguna moraleja. Allí vino al mundo nuestro fabulista, al lado mismo de donde viene a morir el río Miño, el cual desemboca entre A Guarda (España) y Caminha (Portugal), en el océano Atlántico, compartiendo territorio portugués a partir del embalse de Frieira durante los últimos 76 km.
Desde mis tiempos de colegio recuerdo muy bien que mi maestro de escuela D. Francisco, apodado cariñosamente “el cojo”, nos puso como tarea aprender de memoria “el congreso de los ratones”, precisamente del autor al que me he referido más arriba.
El congreso de los ratones es una fábula corta, escrita por Samaniego, que enseña a los niños que es muy fácil tener y proponer ideas pero no siempre es igual de fácil realizarlas, es decir, las buenas ideas no son nada hasta que no se llevan a la práctica.
La fábula cuenta lo siguiente:
Cansados de los continuos ataques de un enorme gato, los ratones de Ratonilandia se reúnen en congreso para encontrar una solución. Allí, grandes oradores, entre palabras altisonantes y plúmbeos discursos, deciden ponerle al gato un cascabel. De este modo, con el ruido del mismo, se alertaría a todos los roedores de la presencia de su archienemigo y podrían escapar con facilidad del istmo de sus fauces.
El cuento concluye cuando un ratón barbicano, colilargo, hociquirromo, que encrespando el grueso lomo dice al senado romano, después de hablar culto un rato:
“¿Quién de todos ha de ser el que se atreva a ponerle dicho cascabel al gato?”
Y es precisamente aquí donde viene la moraleja. Unos ratones dicen que con ellos no se cuente porque están viejos. Otros que están cojos o gotosos. Otros que no sabrían anudarle el cascabel al gato o que son cortos de vista. En fin, todos abochornados por su cobardía, buscaban excusas para no hacer nada y dejar que otros resolvieran el problema.
Mucho hablar y hablar, pero a la hora de la verdad, nadie está dispuesto a hacer nada por la comunidad ni a ofrecer soluciones realizables.
Qué fácil es señalar los grandes peligros de la nación de roedores e incluso proponer soluciones disparatadas e irrealizables, pero qué difícil es arrimar el hombro venciendo al miedo o a las ambiciones personales. Temiendo poner en peligro la comodidad de sus ratoniles casitas, pero sin querer quedar mal con sus conciudadanos.
Actualmente la Nación Española se enfrenta a un peligro mortal que amenaza con destruirla hasta sus cimientos morales sobre todo y materiales también.
Ha aparecido un voraz gato, un tal Antonio según el italiano Mario Draghi al que también llaman Pedro Sánchez, que sujeto a una terrible voracidad y ambición, amenaza devorarlo todo con tal de imponernos su voluntad al pueblo español. Es un impulso enfermizo que pasará a los anales de la Psicopatología del futuro, el que mueve a este hombre. Estudiantes de Psiquiatría examinarán el caso dentro de unos años en las Universidades, pero por desgracia en la actualidad el personaje vuela libre en Falcon por los cielos de España.
De nada valen los poderes y salvaguardas constitucionales del Estado de Derecho. No hay ley ni tribunales que se le opongan durante mucho tiempo. Todos los contrapesos del Estado Español han ido cayendo como fichas de dominó, uno tras otro en sus insaciables fauces: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, todo le da igual. Al grito de “Muerte a Rousseau”, sus hordas de mininos han tomado por asalto nuestra vieja piel de toro. No hay codicioso, ni amoral que no haya tomado partido a favor de su causa.
Muchos ciudadanos alarmados proclaman por todos lados la necesidad de conjurar este peligro. Taxistas, tenderos, clientes de frutería o contumaces carnívoros, jubilados o por jubilar, señoras en la peluquería o “pelaos” por la calle. Todo el mundo señala que hay que hacer algo. Que están asustados, que tienen miedo.
Políticos “pisamoquetas” de la oposición al gobierno, periodistas no afectos y afectos al poder, militares de boquilla y medallistas de ferretería, patriotas de carnaval y de restaurante de lomo en manteca colorá, la derechona económica ideológica o no ideológica, claman al Sol brindando por la maravillosa solución de ponerle a Pedro Sánchez un cascabel. Que hay que derrotarlo en unas Elecciones Generales libres y justas que de momento parecen no llegar. Esa es la solución milagrosa.
Pero todas estas personas ni han pensado en mojarse, ni en arrimar el hombro. No están dispuestos a unir fuerzas unos con otros. No se puede contar con Intelectuales indignadísimos aunque beneficiados por mil paguitas, premios literarios y canonjías variadas. Ni con banqueros que cuando veían al gobierno fastidiar a los demás definían a Sánchez como un estadista ejemplar, pero ahora que les han dado un zarpazo con el impuestazo a la banca, ya no es amiguito para cenas ni quedadas. No contéis tampoco con Conferencias Episcopales que tragan con campañas gubernamentales que promueven el derecho de las madres al infanticidio (derecho a la interrupción voluntaria del embarazo lo llaman para disimular) sin decir esta boca es mía. Tal vez el 0.7% del IRPF sea suficiente para aplacar sus conciencias culposas. O tal vez el miedo a ser chantajeados con campañas que aclaren la pedofilia clerical. No sé, algo habrá por ahí que justifique tan clamorosos silencios.
Y yo me pregunto en la actual España lo mismo que el ratón de la fábula:
“¿Quién de todos ha de ser el que se atreva a ganarle unas elecciones a Pedro Sánchez?, porque a lo que se ve nadie parece estar haciendo nada para conseguirlo, y a mí eso me suena muy raro. Tan raro como que lo que tengan planeado sea cambiar gato pardo por gato gris, sin que nada cambie en realidad. Espero que si al final hay elecciones, no nos las den con queso”.
Muy bueno. Claro y exacto. Mis felicitaciones.