País de trileros
Hubo un tiempo en este país en el que se le llamaban a las cosas por su nombre. Corría 1939 y en una España destrozada por la guerra, se instauraban las cartillas de racionamiento para quitarse un poco el hambre.
Gracias a la democracia y a los políticos de izquierda, cualquiera que no tenga un IBI con valor catastral superior a 70.000 euros, va a recibir un cheque para paliar los efectos derivados “de la guerra de Putin”, porque hablar de hambre en este país por la pésima gestión, el expolio y la traición globalista de sus putrefactos dirigentes, no suena tan bonito como lo del cheque.
De tal manera, cualquier jubilado de los que levantó este país a golpe de esfuerzo sudor y privaciones, con una casa pagada con 30 años de sacrificios e hipotecas y con una pensión de mierda, no tendrá derecho a esa ayuda.
Y es que quitar el IVA de las compresas tiene que ser de un impacto cojonudo en abuelas menopáusicas.
Para los que pasen hambre de verdad, siempre quedará Cáritas Diocesana, y el día que se animen las miles de mezquitas a repartir comida, ese día habrá un gran banquete; sin cerdo, eso sí, pero… ¿quién quiere comerse a sus gobernantes?
Feliz 2023.