¿Permite entender al hombre el interés individual?
El mártir y el misionero cristianos, San Bartolomé o la Madre Teresa de Calcuta, no actúan a ciegas, sin perspectiva: su fe, que es la mía, aunque mucho más fuerte en su lógica, les dice: “recibirás ciento pot uno”…en la otra vida, en la que creen más allá de toda duda (eso es la fe); saben, porque así lo creen, que su martirio o su dedicación a los demás será cumplidamente recompensada; cada mártir cristiano ha pronunciado frases inequívocas al respecto en el momento crucial. Al final el hombre es un ser racional. En otras palabras, el hombre actúa siempre por su interés individual, por su conveniencia, y este es el esencial criterio explicativo de la conducta humana, así se trate de comerciantes o de ascetas, de misioneros o de políticos.
Claro que el interés individual es muy subjetivo y varía de unos individuos a otros, de modo que habría que valorarlo. ¿Cómo? Hay un modo obvio y sencillo: el dinero. Un buen interés da buen dinero, en términos financieros o cualesquiera otros. Y un mal interés da menos da menos o no lo da. Por supuesto, el interés de Teresa de Calcuta no puede valorarse así, puesto que espera la ganancia en la otra vida; pero también cebe decir que responde a una especie de alucinación o en todo caso a una idea irreal. Porque en el mundo real que todos conocemos el dinero mide todas las mercancías y los servicios humanos. Es más, la misma Teresa solo podía practicar sus caridades con vistas al premio de ultratumba si recibía dinero por donaciones o de otro modo. Alguna corriente liberal estaría de acuerdo con todo esto, máxime que entraña, al parecer, la libertad. Esta consistiría, esencialmente, en que el individuo pudiese actuar conforme a su propio interés o conveniencia.
Así, pues el alfa y omega de la racionalidad humana consistiría en la satisfacción del interés individual, y el modo de medir el valor objetivo de ese interés sería el dinero. Quitando esto último, ya las corrientes hedonistas griegas pensaban lo mismo, con el nombre de “placer”, bien que en algunos casos el refinamiento del concepto y el temor al dolor conducían a una especie de ascetismo, paradójicamente.
Se puede objetar, sin embargo, que muchos esfuerzos y conductas no se rigen por ese interés o la esperanza de obtenerlo. Por ejemplo, en la guerra los soldados saben que pueden morir o sufrir mutilaciones por la patria o por otros intereses no individuales, y que en su gran mayoría no obtendrán ninguna compensación palpable, y menos en dinero (por supuesto, algunos huirán o se pasarán al enemigo si esperan que este venza, pero por lo común no es así). En mi novela, Alberto pregunta a un comunista que se arriesga seriamente en la posguerra, incluso a ser fusilado, por qué lo hace, si no sacará ninguna ventaja ni cree que le espere un premio en la otra vida. Pero en la vida corriente se presentan muchas conductas que no tienen que ver con el interés individual, como la crianza de los hijos –un gasto y un esfuerzo muy grandes, sin otra perspectiva que el abandono del hogar, una vez criados–, ayudas caritativas incluso por ateos, o hasta acciones contrarias a ese interés, como el rechazo a la posibilidad de robar impunemente o de quedarse con un dinero perdido. Muchos, por ejemplo, no piratean libros, discos o películas en internet. Pero creo mayoría a los que, pudiendo hacerlo sin riesgo, lo hacen. Y no cabe duda de que las prohibiciones al respecto atentan contra la conveniencia de millones de individuos.
Aparte de eso, muchos crímenes (asesinatos) se cometen por dinero (crímenes racionales). Pero otros muchos se cometen sin ese interés, por accesos de cólera, por pasión sexual, por odio más o menos justificable, por motivos ideológicos… Los motivos son muchos, y juzgar en la todos ellos siempre hay alguna conveniencia particular supone ampliar y retorcer desmedidamente el significado de esa conveniencia o interés.
En la vida real no todo son amables intercambios mutuamente ventajosos, como en el pequeño comercio, sino que el interés de unos choca frecuentemente con el interés de otros. Para comprobarlo basta considerar la enorme actividad de pleitos judiciales, de abogados, etc. (un puntal de la economía, por otra parte). Por ello, la libertad no puede definirse en función de la conveniencia particular, sino, si acaso, de la conveniencia colectiva que marca límites a aquella: se supone, y ocurre casi siempre, que el interés colectivo dejará, de todos modos, un espacio mayor o menor a los intereses particulares, que de otro provocarían luchas generalizadas; pero nunca el interés colectivo podrá satisfacer todas las conveniencias particulares, sino que necesariamente las oprimirá en mayor o menor grado. Esas normas chocan a menudo muy dolorosamente con los deseos e intereses individuales, y además son impuestas por élites u oligarquías, aceptadas más o menos, pero nunca universalmente.
Otra observación: el propio individuo nunca es más que parcialmente consciente de su interés, que dentro de él mismo suele chocar con otros intereses, obligándole, a veces dolorosamente, a priorizar unos sobre otros, o a conducirse de modo confuso y contradictorio. Hay, además, siempre un riesgo, con su factor de azar, en las decisiones adoptadas con vistas a satisfacer un interés. Gran número de empresas se arruinan, incluso en los momentos de mayor prosperidad general. En otro sentido, quien piratea una película apenas corre ningún riesgo, pero quien realiza algo ilegal, sí lo corre y sin embargo no pocas veces sale triunfante. Pongamos el caso de Pujol: unos años más y muere en olor de santidad laica; e incluso ahora su castigo será meramente moral, ya que no entrará en la cárcel, y desde un punto de vista racional, ¿qué importancia tiene eso? ¡Que le quiten lo bailado! ¿Y qué decir de Teresa de Calcuta si no existiera una vida posterior? ¿Qué sentido habría tenido su actuación en este?
Me parece bastante claro que sobre la idea del interés particular no puede fundarse ni la libertad ni la moral. Más bien destruye ambas. Y la noción de individuo merece mayor profundización que la aparente evidencia con que la utilizan algunos liberales y anarquistas. Porque se olvida la verdad profunda simbolizada en el mito del pecado original: el ser humano tiende al mal. No es cierto que el interés de los individuos signifique el bien, y la sociedad, o el poder o el estado, concentren todo el mal. Aparte de que el estado, etc., nacen de los individuos y están constituidos por individuos. Al igual que son individuos los comunistas: ¿dejarían de ser individuos, o lo serían de segunda clase, por no pensar lo mismo que los anarquistas y ciertos liberales? Creo que el comunismo es detestable, pero su crítica a partir de los intereses particulares me parece inconcluyente.