Hay que abordar el suicidio de manera seria, pero no en los programas frívolos de televisión
Por Magdalena del Amo.- Estos días, a propósito de la muerte de Verónica Forqué, en los programas de televisión frívolos, tipo Sálvame, de la cadena Telecinco, expertos en hacer morbo con las desgracias ajenas aun a costa de contar falsedades e intimidades, injuriar y calumniar o tratar temas delicados en horario infantil, han dado todo lujo de detalles sobre el desafortunado final de la actriz. Disfrazados de personas serias y autorizadas, han desmenuzado el caso ofreciendo a su audiencia unas sesiones de circo en la línea acostumbrada, entrando en detalles sobre el cómo y el porqué de esta decisión desafortunada. Llama la atención que no tengamos una Fiscalía responsable que actúe de oficio, dado el perjuicio que este tipo de programas del vale todo está causando, no solo a los niños, sino a la sociedad considerada en bloque. Este tipo de televisión es responsable de muchas conductas sociales patológicas. Los realities, en los que concursa lo peor de cada casa, muestran personas de escasos valores, incultas, maleducadas y promiscuas, acostumbradas a todo aquello que representa la antítesis de lo que debe ser una persona equilibrada.
Los eligen así a propósito para conseguir audiencias millonarias. No es entendible que en estos espacios se hable de un tema tan delicado como el extremo de quitarse la vida. Sin embargo, lo han hecho de manera pormenorizada. Solo les faltó poner la foto de la finada.
Si antes de la covid el número de suicidios superaba al de fallecidos en accidentes o de enfermedades terribles como el cáncer, la situación se ha vuelto más preocupante en los últimos diecinueve meses. A falta de los datos globales de 2021, en el 2020 se produjeron 3.941 muertes, el mayor número registrado en España desde que se hacen registros.
Se trata de la mayor causa de muerte por causa externa en nuestro país, con el agravante de que por cada persona que se suicida existen entre quince y veinte intentos. Analizando la situación político-social actual, y lo que vemos día a día simplemente hablando con la gente, no es difícil columbrar que estas cifras se están incrementando notablemente.
Las personas que se quitan la vida no lo hacen porque no quieran vivir. Toman esa decisión extrema porque padecen algún desequilibrio psíquico que puede deberse a varios factores no fácilmente detectables. Por eso, al analizarlo globalmente, siempre se utiliza el término multifactorial. Los estudios realizados a este respecto indican que una buena parte de los suicidados había acudido al médico por problemas de insomnio, cansancio, tristeza, falta de apetito, ganas de no hacer nada o de llorar, síntomas todos ellos de la depresión. Con mucha frecuencia, esta enfermedad no es eficientemente detectada por el médico de atención primaria, lo que imposibilita su posterior tratamiento.
La pandemia, de alguna manera, ha “masificado” estos factores rompiendo el sistema de protección y afectando a las personas más vulnerables. El suicidio se ceba, especialmente, con adolescentes y mujeres. Las causas son varias. La adolescencia requiere un entorno muy equilibrado. La sociedad actual, con los nuevos modelos de familia, no favorece la armonía hogareña. Muy al contrario, a los problemas propios de la adolescencia, como la depresión, sobre la cual no existen criterios claros de diagnóstico, a la que se pueden sumar una baja autoestima o un conflicto de desvalorización, hay que añadir factores de riesgo, como el divorcio de los padres, la convivencia con un padrastro/madrastra y hermanastros, el cambio de casa o ciudad y el fracaso escolar. Todo esto se agrava con la pobreza y otros estados de carencia. Estas circunstancias suelen hacer al menor más vulnerable, aunque puede haber otras causas que hay que analizar de manera personalizada. Como acabamos de expresar, la pandemia ha agudizado los factores causales.
Las mujeres intentan suicidarse tres veces más que los hombres. Sin embargo, la cifra de varones es mayor debido a que estos suelen emplear métodos más letales y logran consumar el suicidio con mayor frecuencia. Los intentos elevan la tasa de los mismos entre los amigos. Algunos estudios sostienen que los suicidas en potencia sintonizan y se buscan como colegas.
A pesar de ser un gravísimo problema de salud pública, del suicidio no se habla; es, por tanto, un tema inexistente. Los países miembros de la OMS que cuentan con planes de prevención no llegan a 40, y España no se encuentra entre ellos. Los diferentes gobiernos saben que deberían aplicar medidas de prevención, detección y orientación, pero van eludiendo la responsabilidad, porque nadie reclama, al ser un tema con poca visibilidad.
Esto ocurre porque las noticias sobre suicidio no se publican en la prensa, debido a una anacrónica consigna del periodismo: ocultar el hecho para evitar el denominado “efecto de identificación” o “efecto imitación”. Cuando la víctima es un adolescente, el efecto se amplía, y aumentan las posibilidades de que otros sujetos de las mismas características lo imiten. Esto se agrava aún más cuando quien se suicida o muere en circunstancias extrañas es un icono juvenil. Entonces, la prensa que calla los suicidios cotidianos de gente corriente, se olvida del código deontológico y no solo ofrece la noticia, sino que la ceba con todo lujo de pormenores amarillistas relacionados con la muerte, amparándose en el derecho a la libertad de expresión. Más que libertad de expresión es morbo, y el morbo vende. Pero el daño que causan es irreparable, como nos demuestran las investigaciones.
Después del suicidio de un líder musical, los índices de suicidio entre los jóvenes aumentan debido a este efecto contagio. Este comportamiento se conoce desde hace siglos, por eso lo he calificado de anacrónico. Cuando William Shakespeare publicó Romeo y Julieta, hubo muchos suicidios entre los adolescentes, deseosos de emular a los protagonistas de la tragedia, a los que el lector compadece o admira porque el suicidio se presenta sublimado y no como algo negativo.
El sociólogo norteamericano D. P. Phillips, para describir la acción de la sugestión en la mente del suicida, denominó al factor imitación “efecto Werther” basándose en el argumento de la obra de Goethe, Las cuitas del joven Werther, publicada en 1774, que desarrolla la historia de un joven inteligente que se suicida de un disparo en la cabeza por cuestiones amorosas. Muchos jóvenes se suicidaron vestidos con la ropa que el protagonista Werther llevaba en el momento de la muerte y algunos tenían el libro abierto por esa página. La venta de la obra estuvo prohibida en varios países de Europa, como Italia y Dinamarca debido al efecto desencadenante.
Un término similar, el “efecto Yukico” se acuñó en Japón a propósito del suicidio de la estrella de rock, Yukico, al que siguió un buen número de suicidios de adolescentes y jóvenes, debido a du difusión en los medios. Esta circunstancia propició una investigación sobre la influencia que los medios de comunicación masivos y la saturación de imágenes sobre un hecho de esta categoría, pueden tener en el psiquismo de los jóvenes más vulnerables e indefensos.
Otro ejemplo que corrobora este efecto contagio es el de la oleada de suicidios ocurridos entre 1983 y 1986 en el tren subterráneo de Viena, como consecuencia de la cobertura mediática de los mismos. Estos hechos motivaron que la “Asociación Austriaca de Prevención del Suicidio” llevara a cabo una campaña contra el sensacionalismo de la prensa en el tratamiento de estas noticias, pidiendo que se suspendieran este tipo de informaciones. Así se hizo y los suicidios se redujeron notablemente.
Algunas personas llevan su deseo de suicidio en secreto. Otras, por el contrario, suelen compartirlo con familiares o con alguien de su entorno. Es un mecanismo inconsciente de supervivencia, de conservación de la vida. Cuando se comparte el deseo de quitarse la vida, se está pidiendo ayuda. En muchos casos, al desconocer estos patrones de comportamiento, no se les suele tomar en serio y, por tanto, no reciben el apoyo psicológico y/o psiquiátrico necesario. La reacción del entorno es vital para llegar a un final positivo.
El suicidio, además de ser una desgracia evitable que atenta contra la dignidad humana, lejos de estar contemplado en nuestras leyes como un derecho, está penado en el artículo 409 del Código Penal. También es ilegal autolesionarse, por mucho que se proclame a los cuatro vientos que cada uno con su cuerpo puede hacer lo que quiera.
Cuando se redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en las Naciones Unidas, no se incluyó el derecho al suicidio aunque hubo varias propuestas para que se incorporase.
Ante este tremendo problema, los periodistas debemos ser discretos, pero también huir de los extremos. Entre el morbo sensacionalista y la noticia enunciada con respeto hay un abismo. Sin ánimo de ser agoreros, tenemos que prepararnos para un incremento de suicidios en los próximos años. La sociedad está padeciendo un trastorno de estrés postraumático colectivo. No estábamos emocionalmente preparados para un trauma semejante y una incertidumbre y miedo continuos, sin una esperanza de final a la vista.
Estamos ante un problema grave de salud pública. En efecto, hacen falta medios de detección y, sobre todo, de prevención. Para ello es importante preguntarse el mundo que estamos creando. La sociedad es el espejo de lo que muestra el sector audiovisual, especialmente la televisión de mala calidad, cuyo ejemplo más representativo en España es la cadena Telecinco. Su parrilla, está formada por programas de chismes de corazón y realities deformantes en los que, como hemos apuntado, prima la mala educación, la falta de valores, la incultura y la promiscuidad, hasta el punto de gravar y emitir la violación de una concursante, caso actualmente pendiente de juicio. En sus interminables debates de griterío y malas maneras siempre están presentes el acoso, la injuria, la calumnia y el maltrato. No es de extrañar que la sociedad vaya imitando estos patrones conductuales. De ahí el acoso en redes y la dinámica de los famosos “haters”, lo cual conduce a malestares, depresión e incluso al suicidio. Por otro lado, el exceso de frivolidad, el interés desmedido por el dinero, el gusto exagerado por lo banal, la exaltación del cuerpo y, en general, de todo lo efímero, así como el alejamiento de lo espiritual, es también causa de grandes vacíos existenciales. Todo esto conduce al vertedero de los juguetes rotos. El suicidio no solo se previene poniendo un psicólogo en cada puerta, que también, sino evitando las causas que generan los síntomas.
NOTA. Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración.
Nuestros gobiernos son esclavos-sicarios de los ocultos amos que han decidido que los goyim pasemos de los casi 8.000 millones que estamos a unos 500 millones convenientemente ciborizados para esclavos. No podemos esperar nada de nuestros traidores líderes. Ya nos han impuesto con mentiras (coviacojonamiento) en la Nueva Dictadura Mundial
Ponedlo en portada
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“Cercar a los no vacunados para estar en un escenario seguro” dice la hdp ignorante de la presentadora …
que agustito que están los borregos en el redil
Excelente artículo, que comparto.
Ahora bien, me atrevo a añadir el dato de que una buena parte de esos suicidados son hombres maltratados, víctimas de la injusta ley de violencia doméstica de 2004, y de fiscalas y jueces lesbianas, retorcidas, y que parten de la presunción iuris et de iure, de que los hombres son siempre culpables.
Y claro, con esas alforjas coñiles, no podemos ir a ninguna parte, y menos a un auténtico Estado de Derecho.
Totalmente de acuerdo Don Carlos.
Así es y hay que ser un auténtico canalla para no verlo o reconocerlo.
Es una más de las ignominia que causan vergüenza, indignación y náuseas en estas malhadadas Batuecas.
Si,suicidio por pauta completa comunmente conocido por repentinitis?