El oleaje navideño y las guerras de Gila
Vaya por delante que me encantan las festividades navideñas: Nochebuena, Navidad, Fin de Año… ¡Reyes!
Algunos de mis más entrañables e imborrables recuerdos van unidos a esas fechas tan familiares. Precisamente, por esa condición familiar, algunos duros momentos también resurgen en estas conmemoraciones: las sillas vacías de quienes ya no están con nosotros.
Esa imagen de sillas llenas o de sillas vacías quizás exprese simbólicamente, de modo nítido, la disyuntiva que este COVID zascandil e incordiante nos ofrece estas Navidades: el juego de las sillas.
Un cartel que leí con ocasión de una campaña contra la violencia machista planteaba la siguiente pregunta: “¿A qué mujer en tu vida tendrían que matar para que te preocupara la violencia de género?”. Parafraseando esa interrogante, a alguno habría que preguntarle: “¿A qué persona tendría que matar el COVID para que te preocupara la pandemia?”; en particular habría que cuestionárselo a quienes se vacunan, no para protegerse ellos y a los suyos, sino para obtener el pasaporte COVID y poder entrar en los establecimientos hosteleros. Las cañas y los pinchos, ante todo. ¡Toma ya!
La pandemia nos ha traído expresiones en el lenguaje con raigambres bélicas y marinas: la guerra contra el covid, la batalla frente al virus, …, las olas de contagios, el tsunami de fallecimientos… En las guerras normalmente ningún soldado piensa que va a ser él la próxima baja. Además, en el frente, uno de los momentos de mayor vulnerabilidad suele ser el instante posterior a una aparente victoria. La bajada de la adrenalina del combate crea las condiciones para que una eventual reacción del adversario pueda resultar fatal.
Para quienes somos de costa, al escuchar estas expresiones marineras en la pandemia impera siempre en nuestro subconsciente el respeto al mar: sabemos de la fuerza de las olas, conocemos los peligros de resacas y mareas. Cuando de niños jugábamos con las olas en la playa, sabíamos de qué rincones alejarnos y en qué horas era mejor no exponerse. Y, aun así, siempre había circunstancias que escapaban a nuestro control.
El ser humano es de natural sociable y, seamos más o menos “Grinch”, las ganas de soltar adrenalina y expansionarnos en estas próximas fechas navideñas van de suyo. Tras meses de confinamientos y restricciones, tenemos unas inmensas ganas de vernos, abrazarnos, festejar con amigos y familiares. Lo contrario parece querer poner puertas al mar.
De igual modo, me pongo en la piel de comerciantes, hosteleros, ganaderos, pescadores…, y claro que puedo entender su afán de salvar sus cuentas con los múltiples gastos navideños. El bote salvavidas del naufragio económico.
La clave es el precio que estamos dispuestos a pagar por festejos y balances. Tras meses de sacrificios, puede ser nadar y nadar para morir en la orilla. Aunque parece desde luego difícil de entender que, tras exitosas campañas de vacunación, se siga poniendo el foco más en los contagios que en la gravedad de los síntomas (ingresos hospitalarios, UCIs ocupadas).
Ante la avalancha de cancelaciones de comidas/cenas de empresa o grupales (habituales en estas fechas), víctimas de la alarma social vibrante en los medios de comunicación, avivada con altavoces tremendistas (en ocasiones con dudosa o inexistente base científica), muchos hosteleros (y los proveedores de los mismos: carnicerías, pescaderías, fruterías, confiterías…) se preguntan de qué han valido los millones de vacunas, los pasaportes COVID, las pruebas PCR de acceso directo en las farmacias…, si siguen aventándose miedos e inseguridades. ¿Estamos en las mismas?
El ambiente es complejo y los factores concurrentes variopintos. Para los gestores políticos no resulta seguramente nada fácil tomar decisiones y acertar. Siempre habrá voces discordantes: para unos, las medidas serán populistas; para otros, ruinógenas; para unos, las decisiones serán incomprensibles o contradictorias; para otros, insuficientes y temerarias.
Tocan este año, de nuevo, unas Navidades distintas, con responsabilidad y sentido común (que no suele ser el más común de los sentidos). En otro caso, si finalmente impera el desmadre o la desmesura en la relajación, combinaremos el juego de las sillas con el juego de la ola; porque quien dice oca, dice ola; y de ola en ola, el cuento de nunca acabar, incluso con la esperanza y con la confianza depositadas en la/s vacuna/s.
Como en las guerras del genial Gila, habrá que llamar al enemigo: “que se ponga”.
Mientras tanto, vayamos pensando en la carta a los Reyes Magos de Oriente: “Queridos Reyes Magos: este año he sido bueno…”.
*Abogado