El porvenir de una ilusión
El cuarteto de Jayam sugiere tres actitudes: a) La cuestión del sentido es vana, pues carece de cualquier importancia práctica. b) No podemos conocer el sentido de la vida porque no lo tiene. c) No podemos conocer el sentido, pero la cuestión permanece como un desafío incesante a nuestra psique, incapaz de descansar por ello. Cada una de estas actitudes da lugar a una actitud e incluso una filosofía. La primera, al prescindir de la cuestión, imagina un sentido consistente en la utilidad práctica y la técnica. La segunda conduce al nihilismo, que sin embargo imagina un sentido en una libertad ilimitada, también vacía. La tercera produce las religiones, las filosofías del ser y las ideologías.
En la práctica, la mayoría rehúye plantearse la cuestión del sentido, centrándose en los sentidos parciales de las exigencias de la vida, aunque la cuestión pueda herirle de pronto con motivo de la muerte de una personas amada o un peligro de muerte propio, o algún momento de contemplación del mundo. La segunda es en sí misma destructiva, pues al afirmar el sinsentido de la vida, cualquier acto y actitud cobra el mismo valor que cualquier otro, se pierde toda orientación incluso al nivel de la conducta más práctica. La tercera no permite una orientación pues, al ser su fin desconocido, nunca será segura, pero empuja a buscar a través de la propia experiencia o de otros modos.
Jayam planteaba la cuestión en el plano personal, pero puede extrapolarse al conjunto de la humanidad, a su compleja y a menudo atormentada historia.
La historiografía también sigue alguna de esas actitudes. Entre el humanismo y principios del siglo XX predominaba una firme y optimista creencia en la capacidad de la razón para imponerse a cualquier condicionamiento externo, para “hacerse dueño del propio destino” en un doble plano: diseñar una conducta personal y social basada en la razón, y dominar la naturaleza mediante la técnica para ponerla al servicio de las necesidades “racionales” humanas.
Ya a comienzos del siglo el arte y la literatura venían anticipando la crisis de aquellas convicciones, llevadas a la quiebra por las dos guerra mundiales en el seno precisamente de las sociedades que más habían avanzado por aquella senda. El resultado fue un enorme desconcierto, manifiesto en tardoideologías histéricas, tan difundidas hoy en los países más “desarrollados”.
En “El porvenir de una ilusión”, Freud pronosticaba el fin de la religión a manos de la ciencia. En realidad se refería a la ideología de la ciencia y la técnica, los grandes productos de la razón. Hoy nos planteamos con angustia el porvenir, es decir, el fin de esta ideología que parece también ilusoria y no deja alternativa clara.