¿Aclara la moral el sentido?
Tendríamos por tanto en la moral, añadida al finalismo, un criterio más completo para dilucidar la Pequeña Cuestión, es decir, el sentido de la vida corriente, que tal vez podría servirnos para abordar la Gran Cuestión propuesta por Jayam. Y es verdad que todas las sociedades humanas tienen sus normas morales. En nombre de las cuales tratan de decidir la conducta buena y la mala, sensata e insensata, con y sin sentido. Un problema que surge inmediatamente es que esas normas no siempre concuerdan en unas sociedades y en otras, suelen contradecirse internamente y en la práctica son tan invocadas y respetadas como vulneradas. Peor aún, no es raro el caso de que quienes las vulneren tengan más éxito que quienes tratan de atenerse a ellas.
El problema empeora por cuanto ¿quién puede decidir al respecto? Volviendo a Stalin: tenía una multitud de seguidores (y sigue teniendo muchos), así como de detractores, y cabría preguntarse por el sentido invocado por unos y otros. Incluso sus admiradores admiten que mató a millones de personas, pero lo consideran el precio inevitable por la construcción de una sociedad nueva, libre de las taras del pasado (la explotación, el opio religioso, etc.). O, más concretamente, que fue el precio por industrializar a Rusia y derrotar la invasión nazi. A su vez, sus detractores ven en sus crímenes y genocidios la realidad de sus pretensiones emancipadoras, puramente ilusorias, aunque deben admitir que gracias a la política de Stalin fue posible la derrota de los nazis, de la que se habrían beneficiado también quienes a posteriori le descalifican moralmente.
Es verdad también que en la vida real nunca o casi nunca se presenta la opción por el bien o el mal, sino una difícil elección y cálculo entre lo mejor y lo peor, pues siempre el bien y el mal vienen mezclados, como ilustraba Aquiles a Príamo. Y el tiempo hace que las consecuencias de las acciones resulten imprevisibles a largo plazo y sean estimadas de forma distinta o contradictoria no solo por unos y otros, sino también en un tiempo y en otro. Así, nuevamente el sentido se nos escapa en gran medida, y la vida puede presentársenos como un “laberinto de errores”, según el desesperado Pleberio; o como el “cuento de ruido y furia sin ningún sentido”, del desesperado Macbeth. En cualquier caso, la moral no parece un criterio decisivo en la Pequeña Cuestión, y sería inútil por tanto para la Gran Cuestión.