Miseria de la “tercera España”
Para entender qué fue la guerra civil y por qué se libró, es suficiente con ver la composición del Frente Popular. Y basta repasar a los antifranquistas de hoy para entender que sus versiones “memoriadoras” solo pueden ser simple morralla propagandística. Pero hay otro tipo de antifranquistas especialmente irritante: los que se autotitulan liberales y de la “tercera España”, la que huyó y no combatió, aunque en su mayoría simpatizara con los nacionales y prosperase perfectamente en la España nacional. Pero hay que recordar que en la destrucción de la monarquía liberal, pasablemente democrática, y la llegada de una república caótica tuvieron una gran responsabilidad esos terceristas o centristas. Y no me refiero solo a “los padres espirituales de la república”, que rectificaron luego, sino a otros muchos que siguieron, poniéndose a salvo, en su “ni unos ni otros”.
Es decir, contribuyeron a crear el caos y cuando la cosa se puso fea se hicieron los desentendidos, quejándose a diestra y siniestra. No es que quisieran crear el caos republicano, eso es claro, pero ayudaron a crearlo porque no conocían el país en que vivían, solo tenían de él cuatro ideas tópicas supuestamente críticas. Y entendían aún menos el panorama de fondo europeo (todos eran europeístas fanáticos). Peores aún son los necios que hoy se proclaman herederos de ellos hablando pomposamente sin tener la menor idea de lo que dicen, por sentirse vanidosamente ajenos a “la violencia”.
Aunque casi nunca lo citen, el ejemplo más preciso y significativo de esa “tercera” España no es otro que Alcalá-Zamora, ex ministro monárquico y autoproclamado liberal conservador. Junto con otro como él, Maura, organizó la liquidación de la monarquía y la imposición de la república (que primero intentaron mediante un golpe militar, horrendo pecado que deja de serlo cuando lo realiza esa gente). Digamos que su intención era buena, como suelen serlo las intenciones. No quería presidir una “república epiléptica”, advirtió desde el principio. Pero aunque ellos trajeron la república más que nadie, pronto fueron Azaña y las izquierdas las que dieron tinte y carácter al nuevo régimen. Y se lo dieron epiléptico, precisamente, con Alcalá-Zamora en la presidencia. Este, en sus manías “centristas”, se dedicó luego a machacar a los elementos realmente moderados, Lerroux y Gil-Robles, cosa que no habían conseguido izquierdas y separatistas con su insurrección: no le parecían lo bastante centristas o terceristas.
Con ello trajo al poder al Frente Popular. Y no lo hizo del todo inocentemente: lo prefería a las derechas porque estas habían anunciado que lo destituirían, mientras que las izquierdas no podrían hacerlo, porque si a alguien debían el poder era a su “tercerismo”.
Pero, en un episodio de justicia poética, sus beneficiados lo expulsaron esperpénticamente de la presidencia dando el tiro de gracia a la legalidad republicana; y, característicamente enseguida se dedicaron a robar sus bienes. Claro está que los nacionales no pensaban en absoluto en restituírselos, y ello le hace presentarse en sus memorias como el hombre ejemplar y ecuánime, ajeno a la sangre a la que él había contribuido, víctima de ambos y ajeno tanto al bando sovietizante-separatista que, gracias a él, había destruido la legalidad, como al bando que estaba impidiendo la sovietización y la disgregación de España.
Hoy, esa “tercera España”, con su mezcla de mala fe, ignorancia histórica y vanidad pueril, ayuda precisamente a las derivas que impone al país el nuevo frente popular, haciéndose cómplice de su antifranquismo enfermizo.
No hay nada más desagradable que la tibieza. Roza, y mucho la cobardía.
¿Y qué se puede esperar de un cobarde?