Trump: la piedra angular para la revolución del fracking. ¿Qué hay en juego en esta elección contra Joe Biden?
El tema central de la campaña por la presidencia de Estados Unidos se ha vuelto, sorprendentemente, el fracking. Muchos Estados del país han visto un resurgir en sus economías gracias a este innovador método de obtención del petróleo, en especial en Pennsylvania, donde Biden ha dicho que quiere prohibirlo y que no se haga ni un solo pozo más.
Por su parte, la política desreguladora de la administración Trump ha provocado que el sector energético de Estados Unidos salga del fondo donde Obama lo dejó, y volviéndose energéticamente independiente por primera vez en 50 años, posicionándose como el mayor productor mundial de petróleo, incluso arriba de Arabia Saudita, Rusia e Irán.
Este choque de ideas han puesto al fracking en el foco de la atención de los americanos. Pero esta actividad es relativamente moderna. En 1940 el fracking era sólo una idealización de la ingeniería, un conjunto de planos, una sucesión de pruebas y errores y sólo un método alternativo lejos de la realidad. Años más tarde este método se vuelve popular, y es así como ya para 1990 el fracking se hizo conocido en el territorio estadounidense.
Muchos yacimientos de esta naturaleza aparecieron en ese momento, pero no fue hasta unos años más tarde, a partir del 2003, cuando el crecimiento de este método se popularizó y se volvió especialmente rentable. Se lo llama “no convencional” ya que no puede obtenerse por mera extracción —con o sin ayuda de bombeo— de un reservorio subterráneo donde se encuentra en estado relativamente puro, con alta concentración y movilidad.
Para entender la importancia de su necesidad, en la calefacción, el alumbrado, la energía y el transporte, los consumidores estadounidenses gastan US$ 1.400 millones de dólares al año, o sea un 7% del PBI en bienes energéticos. Eso quiere decir que mejoras en la productividad y bajas en los precios trae consigo un gran ahorro a las familias.
Gracias a la revolución del shale (otro apodo para el fracking) las familias estadounidenses ahorran US$ 203 mil millones de dólares al año, lo que implica unos US$ 2.500 ahorrado por familia por año. El 80% de este ahorro viene dado por la caída en los precios de la electricidad debido a mejoras en la productividad para extracción de gas.
Es por eso que dentro de una administración del gobierno, la innovación y la desregulación del sector debe ser una tarea primordial. Lo cierto es que Obama no tuvo esa consideración, llevando a Estados Unidos a que, a pesar de haber comenzado la revolución del shale, viera su crecimiento amesetado en barriles producidos, y además la variación porcentual año a año era cada vez menor.
La Administración Trump notó esta falencia, teniendo los tres primeros años de su gestión un crecimiento excepcional y teniendo grandes perspectivas para 2020, que obviamente se vio perjudicado por la pandemia pero que aún así sigue mostrando que se ha consolidado en este sector de la economía una sólida base de empresas con una buena estructura de costo que han soportado esta plaga china.
¿Qué es el Fracking?
Por un lado, el método convencional de petróleo es el que todos conocemos, mediante el cual se encuentra un posible yacimiento, se perfora, y luego, por diferencia de presión, el petróleo sale al exterior y se acumula para su posterior refinación y venta.
Como hoy los yacimientos convencionales se están agotando, lo que determinará la producción en el futuro de hidrocarburos serán los métodos no convencionales, dentro de los cuales está el fracking.
El fracking o fractura mecánica, consiste en la inyección de agua con arena y muchas veces productos químicos a altísimas presiones para poder sacar el gas o petróleo atrapado en la famosa roca shale, una roca que se forma producto de la pirólisis.
El fracking muchas veces contiene una perforación vertical que cambia de rumbo 90° para ser horizontal. Este cambio de dirección del tubo, el cual requiere muchísima técnica y especialización, es lo que ha hecho mucho más rentable a este tipo de explotación. Generalmente son 2 millas vertical y 2 millas laterales que recorre el tubo que va a bombear el agua.
Una vez encontrada la posición del tubo, se bombea algo parecido a una pelota de plástico adelante de toda la línea de agua a bombear, esto va a permitir abrir la válvula que está al final del caño. Luego, se comienza a bombear el agua a muy alta presión junto con arena y productos químicos.
El fracturado se produce en alrededor de 3 días, rompiendo la placa del shale aproximadamente 29 veces. Una vez terminado el proceso, se re-bombea el agua hacia el principio y ésta lleva consigo el petróleo o gas que estaba atrapada en la roca.
El shale se encuentra distribuido por todo el territorio del país pero el mayor de todos los reservorios del llamado “Tight Shale” se encuentra en Monterrey/Santos al sur de california, que representa aproximadamente el 64% de las reservas a nivel nacional. La segunda más grande se encuentra en Eagle Ford en Texas.
Estos Estados, sin embargo, tienen una economía diversificada y muy dinámica, por lo que el fracking no es un tema central de la vida de sus ciudadanos. Una situación muy distinta ocurre en Pennsylvania, que contiene al “Marcellus Shale”, el cual ha revitalizado la economía del Estado, empleando a miles de pensilvanos y formando parte importante del boom económico de Trump.
Los efectos de la innovación: productividad, mejores precios y producción
Hay otra cosa fundamental a tener en cuenta en tanto el fracking: la mejora en la productividad y la caída de los costos lleva a que las empresas puedan ofrecer precios más bajos.
Esto es lo que se sabe a partir de cualquier libro de economía; se pone en evidencia que a cualquier nivel de precios se produce más debido a una mejora en la tecnología, como vemos en el siguiente gráfico ilustrativo.
Debido a la importación y exportación, el precio de mercado está afectado por el precio mundial del producto, es por eso que la curva de oferta doméstica no se interseca con la curva de demanda doméstica. Gracias a la producción a partir del shale, la oferta doméstica supera a la demanda, logrando que hoy se pueda exportar.
El perforado horizontal y la fractura hidráulica han logrado que la explotación del shale y de otras formaciones poco permeables se vuelvan rentables. Una medida de productividad es la cantidad de pozos que se están produciendo respecto al tiempo que tomó perforarlos.
Esta medida se define como el número de pozos que se han logrado poner en producción dividido la cantidad de perforaciones en proceso.
Son ese tipo de aumentos en la productividad los que lograron que en 2018 la producción promedio del primer mes de un nuevo pozo sea la más alta de la historia (Estudio EIA 2018).
Estas ganancias en la productividad son las responsables de bajar los costos unitarios de producción de petróleo y gas. Así, costos unitarios menores llevan a precios de equilibrio aún menores.
Estos aumentos de productividad y caída de precios no estaban en los pronósticos de ninguna organización o persona. Es por ello que la producción fue un 58% más que la proyectada por la EIA (Agencia de Información de la Energía, por sus siglas en inglés).
Un desvío atípico, que se refuerza aún más con el impacto que hubo en 2017, el año de la desregulación de la economía.
Sin lugar a dudas, esta explosión de producción y productividad no hubiera sido posible sin un gobierno como el de Trump, que liberó las fuerzas del mercado, y permitió el mayor boom de la historia del país en materia de energía.
Consumidores y medioambiente
La caída en el precio de la energía beneficia en muchas formas a los consumidores, desde tarifas más bajas hasta caída en el precio de productos con un alto input de energía como materia prima.
La revolución del shale le está logrando ahorrar a los consumidores cientos de miles de millones de dólares todos los años, y esto se ve en una población más rica, un PBI más robusto, y un país en crecimiento.
En otra palabras, la reducción del precio de la energía funciona como un recorte de impuesto progresivo que beneficia a los más pobres. Esto se justifica viendo cómo los quintiles más bajos de la población gastan una mayor parte de su ingreso en electricidad y combustible.
Además de ahorrarle 2.500 dólares a cada familia, la revolución del shale ha logrado beneficiar en gran medida el medioambiente.
La EIA proyectó, en un estudio de 2006, un aumento del 15% de la emisiones de CO2, mientras que la realidad fue una caída del 14%. Una diferencia absoluta de -29%, que ningún “experto”, de esos que tanto citan los candidatos demócratas, previó.
Esta diferencia se debe en gran parte a que la revolución del shale pudo bajar el precio del gas natural, haciendo que la generación de electricidad a partir de petróleo sea menos rentable, cayendo las mismas del 50% de la matriz al 30% y aumentando el gas natural del 19% al 32%.
Además, según un estudio de Fell y Kaffine (2018), la caída en los precios del gas natural ayuda a el aumento de la generación eólica, debido a que las centrales con gas natural son capaces de soportar la estacionalidad de los aerogeneradores, complementándose perfectamente.
Es así como a la revolución del shale se le es atribuido un recorte total de 527 millones de metros cúbicos en emisión de gases (Coglianese, Gerarden, and Stock, 2019).
Mucho más que los dos planes de la Agencia de Protección del Medioambiente de Estados Unidos (Fuel Standard y Clean Power Plan) y el desastroso Acuerdo de París.
Esto llevó a Estado Unidos a ser el país con mayores recortes en la cantidad total de emisiones de gases de efecto invernadero, más aún que la Unión Europea en su conjunto.
Mientras los europeos ponen severas restricciones a las empresas energéticas para que no contaminen, Trump liberó las fuerzas del mercado y permitió que la misma productividad sea el impulsor de un medio ambiente más limpio, y lo logró.
El valor de una política pro-innovación
Las políticas desregulatorias de 1978 (Natural Gas Policy Act), 1985 (Open Access Order) y 1989 (Natural Gas Wellhead Decontrol Act) ayudaron a encarar la innovación que trajo la revolución del shale.
La política de la administración Trump, en la misma dirección, ha podido identificar todas las trabas que se le había impuesto al sector durante el gobierno de Obama para producir. Esto se ha visto desde la orden ejecutiva de la “Independencia Energética y el Crecimiento Económico” hasta la orden ejecutiva “Promoción de la Infraestructura y el Crecimiento Económico”, junto con otra acción que permitió seguir con la construcción del Keystone XL (proyecto conjunto con Canadá).
Trump dejó en los Estados dentro del país el deber de regular la actividad de los suelos de su territorio como quieran y, pronto descubrieron que toda política tiene sus consecuencias. Es por eso que tanto en Maryland, Nueva York y Vermont se prohibió la fractura hidráulica, mientras que Michigan desreguló todo y hasta participó del Rover, un proyecto de tuberías dentro de los apalaches.
Después de algunos años, lo que ocurrió fue que el precio del gas en Nueva York hoy es mucho más caro que en Michigan, donde se pueden ver las dos fases del plan Rover que mucho tuvieron que ver en esta conclusión.
Obama trató de exportar el modelo neoyorquino de encarar el fracking a todo el país, y ahora Biden quiere redoblar la apuesta. Las políticas de los demócratas fueron las únicas responsables de poder lograr amesetar un crecimiento exponencial imparable debido a una revolución tecnológica, logrando, de haber seguido Hillary su legado, un estancamiento indefinido energético, una dependencia del petróleo de Medio Oriente y un malestar general en la población.
Por su parte, Trump siguió a nivel nacional lo que se hizo en Michigan, y ha sabido ser el más eficaz en todos los frentes: ahorro para los más pobres, aumentos en la productividad para la clase media y beneficios para el medio ambiente.