Coronavirus, ciencia y filosofía
Por Hana Fischer.- El coronavirus tomó por sorpresa a la humanidad y dejó al mundo patas para arriba. El desconcierto, la ansiedad y el miedo son las emociones que predominan. Ello ha disparado una serie de preguntas. ¿Cuál fue el origen de la actual cepa del coronavirus? ¿Provino de la naturaleza o de experimentos humanos? ¿Cuál es el mejor tratamiento para combatirlo? ¿Por qué está muriendo tanta gente a causa de ese virus? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, con los impresionantes avances de la ciencia y la medicina, un simple virus sea capaz de paralizar al planeta?
Algunas de esas preguntas serán contestadas, a su debido tiempo y tras un laborioso trabajo de investigación, por la ciencia y el periodismo independiente.
Pero las dos últimas, corresponden a la filosofía, un área de pensamiento que suele quedar relegada en épocas “normales” pero que adquiere un vigor inusitado cuando “las papas queman”. Es decir, cuando el hombre se encuentra en una situación tal, que lo impulsa a buscar dentro de sí aquellas respuestas que la ciencia es incapaz de proveernos. Son las “situaciones límites” a las que alude Karl Jaspers. Sin duda que la pandemia del coronavirus constituye una de ellas. Pero una excepcional, porque nos está afectando a todos al mismo tiempo, lo cual tiene implicancias éticas.
Con respecto al origen del COVID-19, hay muchas teorías. Algunos creen que fue un virus creado en un laboratorio chino para ser utilizado como arma biológica, pero que se les “escapó” a sus inventores, afectándolos a ellos mismos. Más recientemente se difundió una variación de la sospecha anterior. Al parecer, no fue algo premeditado sino una fuga accidental desde un laboratorio que experimentaba con murciélagos. Esa idea tiene como fuente cables del Departamento de Estado de Estados Unidos. Según lo que se informa, la embajada norteamericana en Pekín había enviado a un equipo de científicos al Instituto de virología de Wuhan. Estando allí, observaron fallas en la seguridad, lo cual significaba un alto riesgo de exposición para los empleados que experimentaban con murciélagos.
Dado ese contexto, alertaron “sobre el trabajo realizado en el laboratorio con coronavirus proveniente de murciélagos y cómo su posible transmisión a humanos representaba el riesgo de una nueva pandemia de SARS”. Dicho comunicado fue emitido en enero de 2018.
Por ahora son sólo hipótesis. En el mejor de los casos, eventualmente se sabrá la verdad aunque es dudoso, porque no es tan sólo un problema científico sino principalmente político.
Otro de los asuntos que despierta muchas interrogantes, está relacionado con la cantidad de muertes que se están produciendo. Según versiones de gente de la salud, la forma en que se escoge a los que van a “ser salvados” y “quiénes no” -cuando los hospitales no dan abasto- despierta muchos cuestionamientos éticos. Luego que esta pandemia sea superada, con más calma y la cabeza fría, habrá que analizar los aspectos morales involucrados en algunas decisiones. Incluso, si fue moralmente correcto que los gobernantes se apropiaran de los recursos de las clínicas privadas para centralizar la atención sanitaria. España es un paradigma en ese sentido dado que se adueñó por la fuerza legal de los bienes de instituciones privadas, al tiempo que no acepta la colaboración voluntaria de agentes privados.
Con respecto al tratamiento terapéutico dispensado a los enfermos con coronavirus, también hay dudas acerca de si fue el más adecuado o si fue contraproducente. Italia fue quien puso este tema en el tapete tras realizar 50 autopsias a personas fallecidas a causa del COVID-19. Constituye “el estudio de casos más amplio a nivel mundial, ya que en China solo se publicaron resultados de tres autopsias mínimamente invasivas”.
A raíz de ellas, pudo estudiar la fisiopatología de esta enfermedad. Al hacerlo, se detectó que quizás, no se está tratando a los afectados con coronavirus del modo acertado. La raíz del problema que causa las secuelas más graves, se origina en coágulos que taponean arterias y venas que producen hemorragias en diferentes órganos, principalmente los pulmones, el hígado y el corazón. Eso provoca que dichos órganos se inflamen aumentando considerablemente de tamaño.
En uno de los casos analizados, el médico forense descubrió una posible causa de la falta de aire que caracteriza a los enfermos de coronavirus: “un trombo que obstruía casi por completo la vena cava superior y la aurícula derecha. A menudo han notado el ascenso del diafragma, lo que indica que en cierto punto los pulmones no se expanden, asociados con la hepatomegalia (agrandamiento del hígado)”
Según se indica en el estudio, el COVID-19 generalmente da anosmia (pérdida del olfato) y ageusia (pérdida del sentido del gusto). “Podría llegar al tronco encefálico trans-sinápticamente comenzando desde las terminaciones nerviosas periféricas del nervio olfativo o lingual. En este escenario, la insuficiencia respiratoria podría ser causada por el daño directo del virus en los núcleos del tronco encefálico”, concluye.
Uno de los autores señala, que “en la sangre de los pacientes con infección por COVID-19 hay un número muy alto de células endoteliales (expresión del daño endotelial causado directamente por el virus) y que estas células desencadenan una tormenta de citoquinas que recluta principalmente macrófagos (tipo de glóbulos blancos)”. A raíz de ello, considera “que altas dosis de cortisona pueden funcionar”.
Los descubrimientos de los forenses italianos constituyen un aporte interesante desde la ciencia, para comprender un poco mejor al coronavirus y en consecuencia, combatirlo de la mejor manera posible.
Por último, están las consideraciones estrictamente filosóficas sobre esta pandemia. A diferencia de las anteriores, las preguntas filosóficas surgen espontáneamente en cada uno de nosotros. Además, las respuestas no provienen de “especialistas” sino de nosotros mismos.
Sin duda que esta pandemia con sus secuelas nos ha golpeado con fuerza a todos. Es una situación completamente diferente a las habituales. El coronavirus, con sus cuarentenas (obligatorias o voluntarias), con el freno global de la economía, se ha transformado en una situación límite. Una, donde fallan todos los procedimientos usuales con los que el hombre suele modificar un escenario dado.
Esta pandemia nos interpela directamente y nos hace redimensionar qué somos y cuál es nuestro lugar en el universo. Una cosa tan diminuta y en apariencia insignificante (¿no era que a los virus los teníamos bajo control?) nos ha revelado en forma brutal cuán frágiles somos, tanto a nivel individual como grupal. Nos ha demostrado que somos tan solo un punto en el universo y que en cualquier momento podemos desaparecer como especie. Nos ha aclarado lo valiosa que es la vida, tanto la propia como la ajena. Nos ha hecho ver lo estúpidos que somos al pelearnos continuamente en vez de buscar formas de entendimiento y cooperación. De que algunos jueguen con la idea de la “aniquilación de la raza humana” y conciban armas de destrucción masiva. De la imprudencia -con su inmoralidad implícita- en el radicalismo ecológico, que desde la aparente seguridad del primer mundo, exigen en forma perentoria no usar más combustibles fósiles. Si así se actuara, se produciría un frenazo de la economía mundial, cuyas nefastas consecuencias en muertes, hambrunas e indigencia las pagarían principalmente los menesterosos de las naciones más pobres.
Algo de ese panorama veremos desplegarse en el correr de 2020 como efecto colateral del coronavirus.
En pocas palabras, el mundo no volverá a ser el mismo luego que esta pandemia aminore. Tampoco nosotros.