Políticos que mienten
Nunca estuvo la mentira tan de moda en la política. Ciertamente todos los políticos mienten –hay mil maneras de hacerlo, y callar es una de ellas-; pero hay que tener en cuenta que en política la mentira a veces tiene las patas muy largas: permite a un don nadie dar un salto espectacular desde el suelo de un partido político hasta la más alta magistratura de la nación.
Solo se necesita tener una buena imagen y mucha labia; lo demás viene todo a renglón seguido, en cuanto uno se reúne con Soros o con Carlos Slim, o con algún otro de esos potentados que dirigen la economía europea, y la española en particular, desde la sombra. Y es que un buen currículum académico solo lo necesita el que aspira a ser ministro de Hacienda. Pues bien: sabiendo que los políticos utilizan la mentira como un arma eficaz para el pleno desarrollo de su actividad profesional nunca me llevé una decepción cuando alguno incumplió lo que había prometido o cuando se destapó algún asunto turbio en el que estuvo involucrado. Ni siquiera me llevo una sorpresa agradable cuando algún político parece haber cumplido una promesa o conseguido un objetivo aparentemente bueno para todo el país porque, de acuerdo con esa máxima que dice “piensa peor y te quedarás corto”, siempre me imagino que detrás de una gran obra recién inaugurada o de un suculento contrato internacional suscrito por el Gobierno hay unas comisiones ilegales millonarias, tanto para el partido responsable como para los principales políticos y empresarios intervinientes en la operación, e incluso como efecto colateral, un incremento de los ingresos de las masajistas de algún club cercano al lugar donde se firmó el documento, donde desplegará efectos el contrato o donde radique el domicilio de alguno de los principales beneficiados, pues una norma consuetudinaria establece desde tiempo inmemorial este abanico de posibilidades como una libre elección del fuero del contrato.
No sé si ha habido algún filósofo a lo largo de la historia que haya clasificado las mentiras de los políticos atendiendo a su naturaleza formal o material, a los fines perseguidos, a sus distintas causas, a sus modalidades o a su gravedad moral, pero sería muy conveniente que algún pensador se dedicara a ello con fines pedagógicos para que se estudiase como una asignatura más en las facultades de ciencias políticas. Ahora bien; es necesario deslindar de este catálogo de mentiras –que son inmorales porque atienden a meros intereses particulares- otro tipo de falsedades: las que surgen sobrevenidas para defender los intereses del Estado. De éstas el ejemplo clásico es la que unió a los máximos dirigentes de dos grandes partidos políticos españoles para tapar el resultado catastrófico de un operativo policial tan bienintencionado como irresponsable y chapucero, hace ya años. Más explicaciones no me pidan, que no las voy a dar.
Salvo esta clase de mentiras todas las demás son reprobables y especialmente las que entran en la categoría de “promesas incumplidas”. Por no irnos muy lejos en el tiempo, Rajoy prometió a su electorado derogar las leyes ideológicas de Zapatero (ideología de género, feminismo, memoria histórica, etc) y luego las conservó sin modificar ni una coma, lo que dejó a la sociedad española preparada para recibir con los brazos abiertos a nuestro actual presidente socialcomunista bolivariano. Legitimada de modo tan contumaz la costumbre política de mentir (por todos los que se han sentado en la Moncloa desde 1978) ¿cómo podemos criticar a Sánchez, que prometió no pactar con comunistas y separatistas ya que, según él, de hacerlo no podría volver a conciliar el sueño, y que ahora duerme a pierna suelta con ellos en la misma cama pero con distinto colchón?. ¿Y cómo extrañarse de la sucesión continua de mentiras y silencios oficiales para justificar el incidente diplomático sucedido en la embajada de México en La Paz? ¿o de las estrambóticas explicaciones del ministro Ábalos para justificar su reunión secreta con la vicepresidenta venezolana en el aeropuerto de Barajas, a la que al parecer fue a visitar solo para ofrecerle un vaso de leche?. ¿Qué llegaremos a saber de “El Pollo” Carvajal, a quien el Gobierno ayudó a escapar del asador de Donald Trump?,¿y del suicidio en España del exdirectivo de la petrolera venezolana que iba a tirar de la manta y hacer pasar frío a altos directivos del PSOE?… No sabremos nada de nada, al menos si confiamos en que el Gobierno cuente algún día lo que sabe. Mentiras como estas serán el pan nuestro de cada día a partir de ahora porque, en definitiva, no hay mayor mentira que la del socialismo que ahora se nos ofrece en su versión neomarxista, y que la izquierda radical quiere implantar en nuestras mentes desde el adoctrinamiento en las escuelas, bajo el amparo de casi todos los medios de comunicación y con el control férreo de la Justicia.
Y dicho todo esto termino mi disertación contra la mentira con un poema en rima ondulante que viene muy al caso.
Alegato del hombre de palabra
A mí me resulta grato
prometer lo que prometo
pues me parece un delito
incumplir el propio voto
como haría cualquier bruto.
Pero yo siempre disfruto
e incluso de dicha exploto
-como en la gloria un bendito-
cuando doy curso completo
a un compromiso sensato,
pues mi palabra es contrato
y cuando la doy me sujeto
a cuanto he dicho o escrito
con un rigor que denoto
tener un celo absoluto
en cumplir todo al minuto.
Y es que yo jamás he roto
un pacto que haya suscrito
fuera cual fuera su objeto,
pues al firmarlo me ato
como un pie con su zapato,
y si por atarme meto
la pata hasta el infinito
no por ello me derroto;
al contrario: no me inmuto.
Y es que yo nunca discuto
pues enseguida me agoto
y como flor me marchito:
Solo ése es el secreto
de por qué no me arrebato.
Pero advierto a todo ingrato
que si me pierde el respeto
o si me dirige un grito
a su maldad pondré coto
escupiéndole un esputo,
pues aunque soy hombre enjuto
de saliva bien me doto
y a los camellos imito:
que a escupir gano a quien reto
y en ello no me recato.