“Delito” de odio
Una de las peores manifestaciones del totalitarismo en que se va convirtiendo la democracia es el llamado delito de odio. Por el cual una serie de bergantes a su vez cargados de sus odios particulares y que se dicen representantes del pueblo, pretenden dictar hasta nuestros sentimientos. Nunca estuvo tan amenazada, no ya la libertad política, sino la libertad personal que hace del hombre lo que es. De siempre se ha considerado obvio que la democracia exige la limitación del poder, pero mediante lo que llaman «representación popular», el poder se está ampliando de un modo que nunca conocieron las peores tiranías. Ejemplos de ello son las leyes de memoria histórica o las de género, e incluso más gravemente aún las referentes a los sentimientos, como estas del odio.
Tales aberraciones vienen ocurriendo desde hace quince años con total impunidad y sin que casi nadie, aparentemente, se dé cuenta o quiera darse cuenta de lo que significa ni proteste con la energía indispensable. En España y cada vez más en el resto de Europa, la democracia es simplemente una palabra que puede usarse en cualquier sentido y por parte de cualquiera, y con la que se pueden hacer mil juegos malabares políticos. Los partidos alcanzan el poder manipulando a la opinión pública mediante unos medios de masas cada vez más corruptos y corruptores. Sus políticos se dicen representantes cuando los ciudadanos no conocen a la inmensa mayoría de ellos, los cuales representan realmente a la cúpula de su propio partido, a la que deben su posición, y que por ello están perfectamente dispuestos a aprobar las leyes más demenciales. Es claro que estas aberraciones exigen un replanteamiento en profundidad del pensamiento político y sobre la democracia en particular.
Cómo le sonará, mi admirado Don Pío, la libertad sufre más de la demagogia civil que de la dictadura militar, que dijo Lerroux. Hoy es indiscutible que en la época de Franco había más libertad práctica y personal que está otra de ahora, formal y regulada como en un manual de instrucciones.
Dicen esos bergantes que el franquismo fue un periodo en blanco y negro. Mentira: fue un caleidoscopio de colores. Ahora es todo marrón. Urge desligar el poder judicial de los otros dos poderes.