Retrato de la actual España
Nunca fue España tierra de cobardes. Desde los más antiguos registros históricos que tenemos fue la madre de muchas generaciones de hombres valientes que la fueron construyendo dejándose la sangre y la vida en el camino. Desde las gestas de Viriato, que enfrentara heroicamente sus guerrillas a las poderosas legiones romanas para frenar su expansión por la península ibérica, mi memoria me lleva a las hazañas de aquellos numantinos que sitiados por Escipión el Africano prefirieron el suicidio antes que la humillación y la esclavitud. A lo largo de los siglos muchas más gestas gloriosas, protagonizadas por el Cid, el Gran Capitán, los conquistadores de medio continente americano y aquellos españoles que hace más de dos siglos se enfrentaron con coraje al furor de la invasión francesa “como un hombre de honor” en palabras del propio Napoleón, nos dieron a los españoles una aureola de valentía que no fue reconocida generalmente a otros pueblos. Y hace casi cien años un jovencito gallego, valiente como él solo, se enfrentaba a las cabilas rifeñas en el norte de África con ese oído selectivo que tenía, que le permitía dar órdenes o recibirlas pero no le alcanzaba a escuchar las balas que intentaban derribarlo, y que recibió por todas sus virtudes las más altas condecoraciones militares. Se llamaba Francisco Franco y sus restos bien merecerían recibir homenaje perpetuo en algún Panteón de Hombres Ilustres. Nada nos ha de extrañar, por otra parte, el heroísmo de un hombre de aquél origen si leemos lo que Lord Wellington dijo de los gallegos que lucharon a sus órdenes en el Cuarto Ejército que mandó contra los franceses: “Españoles: Dedicaos todos a imitar a los inimitables gallegos. ¡Distinguidos sean hasta el fin de los siglos, por haber llegado su denuedo a donde nadie llegó!”.
Pero cuando pienso en el panorama actual de España me viene a la mente un famoso soneto de Quevedo y, como él, veo también desmoronados los muros de mi patria y caduca ya su valentía. ¿Qué ha sido de aquella excelsa virtud que ha degenerado en tanta cobardía?… Allá donde me lleve la vista veo plagada España de individuos pusilánimes que han hecho de su calamidad una virtud que les ha abierto las puertas de la política y del gobierno. Y no la esconden sino que se enseñorean de ella siguiendo los dictados de la corrección política que encumbra a los más altos puestos a quienes deberían, por vergüenza, encerrase en un armario y no volver a salir de él.
Cobardes fueron todos los presidentes del Gobierno españoles y todos los dirigentes de los partidos políticos que se alternaron en el poder desde el advenimiento de la democracia; todos ellos fueron culpables de la situación desgraciada en que nos encontramos, no solo desde el punto de vista económico sino también desde el punto de vista político y social: con una Cataluña en llamas y otras autonomías a la espera de que ese incendio llegue a su territorio, solo pendientes de ver la fructífera cosecha que en aquella región se pueda obtener del odio sembrado impunemente en su tierra porque unos hombres complacientes que podían haberlo evitado se abstuvieron de hacerlo ya que necesitaban el voto de aquellos que hoy alientan a sus incendiarios. Suárez, Fraga, Felipe González, Aznar, Rajoy, Zapatero, Sánchez… estos son los nombres de algunos de los principales responsables de lo que hoy vivimos. A todos ellos les llamo cobardes y de un modo especial se lo llamo a Aznar y se lo aguanto en la mirada porque, a pesar de sus advertencias, no creo que tenga en sus ojos el poder de la gorgona Medusa para que yo me quede petrificado. Todos ellos contribuyeron en mayor o menor medida a la descomposición territorial de España cediendo cada vez más competencias a las Comunidades Autónomas y, por tanto, más poder y dinero a sus dirigentes, que lo iban a utilizar en su propio provecho a costa de la ruina de España que ya estamos viendo, agotada la caja de las pensiones públicas.
Ahora, con la profanación de la tumba de Franco, llamo cobardes a Pablo Casado y Alberto Rivera, que no movieron un dedo ni dijeron una palabra para evitarla a sabiendas de que suponía un atropello contra la Iglesia y una arbitrariedad impropia de un Estado de Derecho. Porque Franco no estaba dentro de un monumento público sino dentro de un lugar de culto, y porque cualquier ley o sentencia que autorice a entrar a un gobierno por la fuerza en un templo para vaciar una sepultura, secuestrar su cadáver y humillar la memoria del difunto son una ley o una sentencia profanadoras y su inmoralidad no puede ser discutida por ningún hombre de bien.
Y cobarde ha sido también la Iglesia, con la excepción del Padre Cantera y sus monjes benedictinos, custodios de la basílica y de la tumba de Franco, a los que veremos muy pronto ser expulsados de aquel lugar de culto para que pueda ser desacralizado y nuevamente consagrado a la adoración del marxismo y de sus mentiras. Blázquez, Argüello, Osoro:… a vosotros os pregunto: ¿qué defensa hicisteis de la inviolabilidad de un lugar sagrado?, ¿dónde estuvo vuestro apoyo a esa comunidad que lo defendía?. Ya sabíamos que no teníais simpatía hacia Franco porque de jóvenes apoyabais la lucha clandestina contra aquel régimen. Pero ahora hemos sabido que vuestra cobardía no nacía solo de esa afinidad al marxismo sino fundamentalmente del interés económico: el Gobierno os había prometido una política fiscal no agresiva a cambio de vuestro silencio. Os vendisteis por dinero. Ya consiguió el Gobierno lo que quería; pero vosotros no conseguiréis lo que pretendéis porque tarde o temprano os despojará de cuanto tenéis.
Así cobran los traidores la retribución que esperan. Hacia vosotros no siento desprecio sino compasión porque me temo que un día Dios os examine y no encuentre en vuestro pecho ni frío ni calor.
Y a ti, Presidente Sánchez, principal artífice de esta tropelía, te digo: “Como aquellos hombres que hace dos mil años pagaron a un traidor su hazaña tirándole treinta monedas de plata, yo arrojo sobre tu imagen la calderilla que llevo en mi cartera y con ella pagó con creces tu valentía, la de haberte atrevido a humillar públicamente a una familia y a luchar contra la memoria de un muerto escupiendo sobre su tumba. Tendrás aduladores que recordarán tu gesta: tus libros de historia -esos que recogerán una verdad oficial de creencia obligatoria en los colegios- dirán que fuiste un héroe, que hiciste justicia secuestrando un cadáver para que nadie pudiera rezar a los pies de su lápida. Pero tu mentira no engañará a todo el mundo: solo a los necios que te apoyan con tanta delectación. Porque siempre habrá personas honestas que contarán a sus hijos -en la intimidad de sus hogares o en las catacumbas cuando sean perseguidos- la auténtica verdad que nunca pudieron escuchar de sus maestros, para que a su vez la traspasen a las sucesivas generaciones y nunca deje de saberse que el mayor logro de tu presidencia fue profanar una tumba porque no tuviste la valentía de enfrentarte a los vivos que amenazaban el país que debías defender”. Estas palabras y las de muchos otros ciudadanos con coraje que coinciden con las mías no podrás borrarlas y quedarán para siempre como crónicas de tu presidencia, cuando a ti y a mí nos haya borrado de nuestra vida terrenal el reloj inexorable del tiempo.
Pero no todo está perdido. Porque yo sé de una generación de hombres y mujeres valientes que han entrado con ímpetu en el Congreso de los Diputados para mirar hacia arriba con coraje adonde otros no se atreven a poner sus ojos y para decir las verdades que otros no se atreven a decir. En ellos, los valientes, confío el futuro de la regeneración de nuestra raza, y les digo, parafraseando a la Biblia, “creced y multiplicaos” porque España os necesita para su salvación.
En todo el centro, Alberto. Pero ya ves, abundan los cobardes por doquier en 360 grados a la redonda.