El español es la forma cultural de la esencia genética hispana
Carlos Arturo Calderón Muñoz*.- El idioma es la ventana desde la cual la consciencia observa al todo, ese punto en el que la voluntad reorganiza los símbolos “acausales” en la secuencia del tiempo. Otorgándole a la materia activa un reflejo mental (¿Virtual?) de su propia esencia. En lo que a los humanos se refiere, considero que su condición más pura está manifestada en la sangre que les recorre. Por ende, la expresión de signos sensoriales es una organizada interacción de la silenciosa genética con el medio que le influye.
Por las letras de esta lengua ibérica cabalgan los fantasmas de celtiberos y romanos, que al verse exiliados de sus nombres originarios se apertrecharon en la sangre de sus descendientes para contener la ofensiva antieuropea que asolara por siglos al suelo madre. Cada palabra, cada verbo y tilde de nuestro idioma son el producto de una alquimia lingüística, que ha tenido como fuego el asedio permanente de la calamidad y como oro resultante, como aurum potabile, el solemne descaro de un hombre que hace de las características de la locura, la idealización absoluta de la mujer y el triunfo de una voluntad que seguirá luchando cuando el resto de sus hermanos hayan claudicado ante el degradante materialismo.
El tiempo sigue su marcha y cuando la masa ha sido doblegada por el hipnotismo a distancia, los individuos escogen creer en molinos para no tener que enfrentarse con los monstruos que buscan devorarles. Se vuelven tan adictos a sus cadenas que se burlan sin mesura de los héroes despiertos, que lanza en mano embisten contra los enemigos de los suyos. El idioma es una suerte de Tai Chi que equilibra la pureza del espíritu con las acciones del cuerpo, cuando se encuentra en balance las palabras pronunciadas realzan las cualidades del alma, cuando lo opuesto es lo cierto el emisor es esclavizado por mensajes que no corresponden a su realidad.
Aquellos que logran dominar la mecánica de lenguas ajenas a la materna, notarán como el drama y la comedia de otros pueblos, que parecen incomprensibles cuando son traducidos, obtienen total significado al manifestarse con el instrumento apropiado. Se sentirá mayor afinidad por los idiomas hermanos, pues la genética que los creó es semejante, o la misma, y será más difícil adaptarse a lenguas derivadas de sangres exóticas.
Cuando el equilibrio se pierde la biología se desliga de lo divino, el lenguaje se vuelve torpe y banal, pierde profundidad hasta convertirse en un cascarón carente de la semilla de una nueva vida. Como la energía se mueve de los puntos de mayor concentración a los de menor, el idioma en decadencia no tardará en ceder sus espacios a lenguas robustas. Los benjamines del pueblo comienzan a utilizar términos extranjeros para mencionar lo que siempre ha tenido un nombre en su idioma, se avergüenzan de las palabras de sus ancestros y las ciudades que habitan ignoran con pudor a sus raíces rurales.
No hay nada de malo en enriquecerse con culturas extrañas, pero en el momento mismo en que se reemplaza la identidad autóctona, en el instante en que empezamos a hablar como foráneos se inicia la construcción de diques que truncan el fluir de la conciencia colectiva. Le abrimos la puerta al caos, que tarde o temprano romperá las barreras artificiales.
Cuando ya no podemos expresarnos de acuerdo a nuestro ser, por elección o por censura, la naturaleza se resiente, creando dicotomías internas que luchan por establecerse. Cuando lo políticamente correcto le niega a nuestra alma la manifestación de sus penas, cuando los anglicismos son considerados de alta cultura mientras que las humildes expresiones de nuestros campesinos son objeto de burla, en el momento mismo en el que los lenguajes binarios reemplazan con bits y emoticones a las comas y a los puntos, a las palabras de la sangre, cortamos con nuestro origen. Entregándonos a la desesperada búsqueda delos viciosos, que coquetean sin parar con cada estimulación sensorial existente esperando encontrar el equilibrio que siempre ha estado dentro de nosotros.
Si hoy existen algoritmos que corrijan nuestras fallas ortográficas, capaces de resumir nuestras obras o incluso de hablar con nosotros, no se debe de forma exclusiva al avance de la inteligencia artificial, también es causante el hecho de que hemos abandonado la locura inherente a la hispanidad para ser encasillados en patrones de comportamiento. Si el español está muriendo, se debe a que nos estamos convirtiendo en máquinas sin alma.
No nos engañemos, es cierto que el idioma cuenta cada día con más hablantes, pero conocemos cada vez menos palabras, no las sabemos usar e incluso somos incapaces de expresar ideas complejas con ellas, eso sin contar con el reemplazo constante de términos propios por palabras inglesas y de otras latitudes. Un castillo de naipes es muy fácil de derribar.
Así que podemos preguntar: ¿qué es el español? Mi respuesta para definir al idioma o al hombre es la misma. El español es el hijo del cerco, la alegría orgánica de forjar con una comedia el material perfecto para una epopeya, la capacidad de hacer de una burlesca carcajada la más afectuosa muestra de respeto. El español es el desprecio absoluto por la apariencia propia mientras se logre llevar al ideal amado a buen puerto.
El español es la forma cultural de la esencia genética hispana. Mi manejo de la lengua es precario, pero desde la imposibilidad de la victoria de mi individualidad por sobre la marea mundialista, seguiré custodiando esta variante andina del idioma de los hidalgos. Con mi voz, tinta o bits, estaré orgulloso de continuar con el legado cultural de la frontera suroccidental de Europa en la América profunda, o en cualquier lugar al que la providencia me lleve.
No quiero a mi idioma por ser una exigencia de acartonados académicos, lo amo porque es el único medio a través del cual el fuego de mi sangre podrá exteriorizarse en su máxima expresión. Es el mapa sonoro de mi materia, por lo tanto la imagen y semejanza del silencio de mi espíritu. Es la plenitud expresiva para relatar a las mujeres que han tocado mi corazón, los ancestros que murieron construyendo mi mundo y para que le de vida a las semillas que están por germinar. Es todo, mis alegrías, penas, miedos y sueños son sintetizados en el verbo hispánico.
Para que la hispanidad tenga un futuro va a necesitar más que espacio, comida y abrigo, va a requerir de una cultura y el idioma es base fundamental de esta. Así que por mis antepasados y por los que están por venir, yo hablo español.
*Desde Colombia
Y es que en verdad lo que somos, lo que nos da presencia y consistencia es la palabra…
¡Bravo! ¡Así se habla mi estimado Carlos Arturo! No me importan los ataques personales, sigamos adelante!
EL IDIOMA ESPAÑOL ES LA MAYOR RIQUEZA DE ESPAÑA.
Todo el Mundo lo sabe, menos el gobierno de España…