Por José L. Román.- Imagínense por un momento, un revuelo en una estación de metro; policías, ambulancias, bomberos, y un gran número de curiosos en torno a un punto determinado. Nos acercamos, y hay comentarios para todos los gustos. Unos preguntan: -¿Qué pasa? Otros responden: -Al parecer se ha desmayado una embarazada; -Un joven se estaba inyectando droga en el baño y lo han encontrado muerto; -Le ha dado un síncope a un caballero en los lavabos. Al final, se trataba de un anciano que había sufrido un paro cardíaco, sin que los servicios de emergencias pudieran salvar su vida.

Este suceso, seguramente no nos diría nada si no hubiese tenido lugar un 17 de marzo de 1974 en el metro de Nueva York. Acababa de regresar de un viaje de trabajo en la India, y el ataque sufrido fue fulminante. La víctima era el famoso arquitecto de origen ruso, nacionalizado norteamericano, Louis Isadore Kahn (1901-1974); y cuyo nombre original era Itze-Leib Schmuilowsky. Tenía 73 años de edad y su corazón dejó de latir.

Aquel hombre era bajo de estatura, y tenía la cara marcada por las cicatrices que le quedaron tras sufrir unas quemaduras. Fue uno de los arquitectos más importantes del siglo XX y, según los expertos, cambió el curso de la arquitectura. Su estilo, influenciado por las antiguas ruinas, iba dirigido a la monumentalidad y al monolitismo, a la intemporalidad. Sus edificios no esconden el peso de sus materiales o la forma de construirse.

La obra de este maestro debería interesarnos especialmente a los españoles, si trazásemos una línea entre sus ideas y el tipo de nación que nosotros queremos reconstruir. Ahora mismo somos un país donde hace falta la mente de un gran estadista para levantar otra vez esta gran nación, con un gobierno responsable y creíble. Del mismo modo, que un arquitecto busca que sus obras sean espectaculares y fuertes que perduren en el tiempo, y que sean motivo de orgullo.

La arquitectura de Kahn está basada en verdaderos monumentos que después de décadas siguen ahí. Lo mismo que las reformas llevadas a cabo por un gran estadista, pues sería un mal arquitecto, aquel cuyos trabajos se desmoronasen pasados solo unos pocos años desde su construcción.

Al mezclar ideas de la arquitectura antigua, Kahn muestra con orgullo sus imperfecciones, de la misma forma que asumió las cicatrices en su rostro. Este profesor de la Universidad de Pensilvania, habló de la “degradación de la arquitectura” y se propuso reformarla.

Los españoles sabemos de la degradación de nuestra sociedad, de los políticos y del sistema, por lo tanto, si se trata de levantar de nuevo nuestra propia casa, ¿no sería mejor un arquitecto bueno, a uno mediocre o rematadamente malo?

El hombre que supo manipular espacios, volúmenes, luz, textura, escala y sentido, les decía a sus alumnos: “Cuando queráis dejar presencia debéis consultar a la naturaleza. Ahí está el diseño”.

La naturaleza es claramente meritocrática, pero la naturaleza de los malos gobernantes es ruin, es perversa, y es hacer mal las cosas. Por consiguiente, todos deberíamos preguntarnos si nuestro actual sistema político, ¿facilita o dificulta que gobiernen los mejores? ¿Deberíamos acaso tomar las ideas de Platón, que proponía una sociedad regida por los más aptos? ¿Deberíamos adoptar un sistema meritocrático, donde los censados, antes de emitir el sufragio para elegir a los gobernantes hubiesen de superar unas pruebas de capacitación?

Al caer fulminado en la estación, nuestro arquitecto llevaba en su portafolios los trazos de su último diseño: “El parque de las cuatro libertades”, en memoria del discurso del presidente Franklin D. Roosevelt pronunciado en 1941, y a través del cual expuso las libertades del hombre. Kahn, transformó ese concepto en un recinto ubicado en el extremo meridional de la isla de Roosevelt, en el East River, entre la isla de Manhattan y el distrito de Queens.

En España, es evidente que tras la muerte del general Franco, la única idea de los “arquitectos” del actual sistema político, ha sido y es, destruir y aniquilar todo lo referente al régimen anterior. Lo bueno y lo menos bueno, nada les importa. No tomaron del pasado como decía Kahn, lo que podríamos calificar como vieja musculatura para dar estabilidad, y crear un presente que perdurase en el tiempo.

Los detractores del régimen anterior, resentidos, cegados por su odio, su codicia, su sed de poder y su espíritu de revancha, no quisieron coger lo bueno y válido de aquel régimen, y aprovecharlo. Solo tuvieron un objetivo: Dilapidar, derrochar y malgastar a toda costa, todo lo conseguido con esfuerzo por los españoles durante cuarenta años de trabajo y sacrificio, rompiendo a su vez la unidad de todos en torno a una célula base como es la familia.

Los “arquitectos” del sistema actual, no quisieron construir sobre los cimientos sólidos y robustos perfectamente armados sobre roca viva que ya existían, prefirieron dinamitarlos, volarlos, y construir un sistema constitucional levantado en arenas movedizas, y sobre diecisiete pilares que no se sostienen.

La obra iniciada en 1978 con una mala dirección, y construida con materiales de pésima calidad, no soporta el peso de los parásitos y los sátrapas; comienza a caerse a pedazos con todos sus moradores dentro. La estructura se debilita por momentos fruto de la corrupción, y por la falta de principios y valores, pero lo más grave, es que ningún “arquitecto” de aquellos lo admite ni se autoinculpa por la chapuza, como tampoco quieren responsabilizarse del más que visible desmoronamiento, a pesar de haber estampado su firma en el proyecto.

El edificio nacional amenaza ruina, pero, ese estado de deterioro y debilitamiento de la casa común, no tiene hoy un arquitecto válido dispuesto a apuntalarla para evitar su total desmoronamiento, porque, entre los “profesionales” que presenta y propone el poder mediático con proyectos para esa rehabilitación, sobran farsantes, mediocres y parásitos. Por lo tanto, llegados a este punto de emergencia nacional, hay que decir alto y claro al margen de los medios de comunicación, que no son espontáneos ni aficionados los que se precisan para esa rehabilitación, sino un estadista que dirija la reconstrucción de la nación, comenzando con una estructura sólida, firme y consistente.