Graz es la segunda ciudad de Austria, tras la capital Viena, por el número de habitantes. El 20 de junio pasado, un automovilista de 26 años de edad condujo su vehículo a 100 kilómetros por hora por la principal arteria peatonal y comercial de Graz. Resultado: 3 muertos y 34 heridos. La hipótesis del atentado fundamentalista fue la primera en aparecer, luego quedó desmentida dado que se trató de un hecho absolutamente individual de un desequilibrado.

No obstante, durante los momentos inmediatos, la atribución de la masacre al terrorismo islámico puso de manifiesto la reacción de la sociedad austríaca que cada día se torna menos tolerante respecto de la inmigración.

Austria es, como Alemania, una república federal. Por tanto, las elecciones en cada uno de los estados que componen el país adquieren una relevancia mayor.

Recientemente, los ciudadanos del estado de Burgenland –tradicional feudo de la socialdemocracia- vieron, entre absortos e incrédulos, como se formaba un gobierno de coalición entre el SPO, el Partido Socialista, con el FPO, Partido Austríaco de la Libertad, de extrema derecha.

El “reordenamiento” fue producto de la mayor representación electoral lograda por el FPO que en el Burgenland –fronterizo con Hungría- significó engrosar filas con 6 nuevos legisladores electos, equivalentes a la cantidad de diputados que perdió el SPO.

En el vecino land –provincia- de Estiria, situado más al sur, y del que Graz es capital, el crecimiento del fue de 16,2 puntos para alcanzar un 26,8 por ciento del total y adelantar a los tradicionales SPO y con el Partido Popular –conservador- que gobierna Estiria desde 1945.

Es, sin dudas, la cuestión inmigratoria la que “derechiza” a la sociedad austríaca. No solo a un sector, sino a la mayor parte. Prueba de ello, es la mencionada alianza –antes imposible- del SPO y del FPO en el Burgenland. No solo se llevó a cabo, sino que fueron muy pocas las voces que se levantaron para calificarla de “contra natura”.

En rigor, se trata de una división de la sociedad. En febrero pasado, debutó en Viena, con una movilización que reunió algunos centenares de personas, el movimiento Pegida, versión austríaca del islamofóbico movimiento alemán del mismo nombre.

Cierto es que inmediatamente se formó una contra manifestación que juntó varias veces más personas que el Pegida. Tan cierto como que las pintadas pro nazis en una mezquita de Viena y en el ex campo de concentración de Mauthausen, provocaron un fuerte rechazo frente al llamado de Pegida.

Pero, para muchos analistas, Pegida puede crecer, sobre todo en provincias, donde el cosmopolitismo tradicional de Viena, que proviene de su época como capital del inmenso Imprerio Austro-Húngaro, demuestra mucho menos arraigo.

Recientemente, Austria aprobó una ley que pretende favorecer “un islam de carácter europeo”. Prohíbe la financiación de mezquitas e imanes desde el exterior -constituye el punto clave de la ley- y obliga a los imanes a hablar correctamente el idioma alemán.

Establece además el derecho de los musulmanes a disponer de capellanes en el Ejército, en los hospitales, en las casas de retiro y en las prisiones.

Son 580 mil los musulmanes que viven en Austria. Mayoritariamente, de origen turco y bosnio, seguidos por chechenos e iraníes.