De cacería en el Estrecho
Trafico de hachís, lanchas veloces y persecuciones en helicóptero. Son los ingredientes de la película ‘El Niño’, que hoy se estrena, y la realidad a la que se enfrentan quienes luchan contra el contrabando: «Cuando les descubres tienden a escapar, no suelen ser violentos»
Quizás la prudencia recomendaría guardar más distancia con esa lancha cargada de hachís, tan rápida que parece que vuela por el Estrecho, simplemente para que el agua de su estela no obligue a pilotar casi a ciegas el helicóptero. Quizás se están dando por hechas muchas cosas, como que el aparato no puede fallar o que los malos, aun siéndolo, van a jugar limpio y optarán por tirar la mercancía por la borda en vez de disparar si se ven perdidos. Quizás lo que ocurre, sencillamente, es que estando tan pendiente de no matarse mientras el aparato juega al gato y al ratón de noche, a ras del mar y a cien por hora, no hay tiempo para pensar en lo que se está haciendo.
Así se ha visto unas cuantas veces Luis Bardón, piloto de helicópteros de la Policía Nacional, con más de 25 años de experiencia y 6.000 horas de vuelo. Él ha sido el encargado de rodar las persecuciones de ‘El Niño’, la película de Daniel Monzón que hoy se estrena y que, como cualquiera sabe a estas alturas, cuenta la historia de unos chavales inquietos, que encuentran emociones fuertes y dinero fácil llevando fardos de droga entre esas dos orillas, y su pulso con los policías que los acosan. El director no pudo encontrar un especialista mejor para las escenas de acción, capaz de hacer de verdad lo que él le mostraba con unos cacharritos de juguete. Además de su experiencia, tenía la ventaja de que no necesitaba ambientarse… y la pega de que cuando recibía aviso de una emergencia, dejaba el plató y se largaba volando a trabajar. Suyas son todas las virguerías que vean hacer en la pantalla a Luis Tosar, esta vez en la piel de un agente incorruptible. «Es un actor impresionante. Al cabo de quince minutos de estar con él, le miraba y decía: ‘joé, si parece un compañero’», recuerda.
En junio del año pasado el equipo invitó a unos cuantos periodistas para que asistieran al rodaje de las tomas nocturnas del filme, que se desarrollaba en la zona del cabo de Gata. Cuenta Oskar Belategui, experto en cine de Vocento, que salieron a navegar a medianoche y, de repente, la embarcación que los llevaba se lanzó a cuarenta nudos, casi 75 kilómetros por hora. «Entonces, el helicóptero salió de la nada y se colocó sobre nuestras cabezas levantando nubes de agua. Se ponía tan cerca que sentías el calor de las turbinas. Fue un subidón de adrenalina bestial».
Si esto sucede en una encerrona preparada, calcúlese lo que se debe sentir cuando la caza es real y están en juego, además de la vida de uno, una fortuna y la posibilidad de pasar una buena temporada a la sombra. Esa es la realidad con la que conviven los miembros del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA) en la zona del Estrecho, uno de los más importantes enclaves geoestratégicos del mundo y ahora un punto caliente donde los alijos de tabaco, los fardos de hachís y los envíos de cocaína colombiana que hacen un alto en África –y viajan en motos de agua, lanchas rápidas, embarcaciones de recreo, pesqueros y hasta mercantes–, se cruzan con las miserables pateras en las que los emigrantes con sueños de prosperidad se adentran en un mar lleno de peligros. Son 14,4 kilómetros que separan dos continentes, una distancia inmensa para esos infelices y un paseo para los correos del narco, capaces de completar un viaje de ida y vuelta en veinte minutos. Es, claro, la barrera que separa a los productores del chocolate más afamado del planeta –del que preparan más de 3.000 toneladas cada año–, de su clientela europea.
Javier Bello es el jefe de Área Regional de Vigilancia Aduanera en Andalucía, Ceuta y Melilla. Un par de cifras pueden resumir su tarea: el año pasado aprehendieron 126 toneladas de resina en su área de trabajo; el total del hachís incautado en el territorio nacional por todos los cuerpos y fuerzas de seguridad (y el SVA), fue de 315.
Se trata de una pelea que nunca termina en la que se enfrentan a mafias, grupos perfectamente organizados y aventureros de diverso pelaje. Bello describe al rival de una forma menos dramática. «Funciona como cualquier negocio, con la diferencia de que se trata de una empresa que hace algo ilegal. Cuentan con una cadena logística similar: por un lado, hay unos bienes a transportar y todo un sistema de producción, almacenaje, transporte y distribución».
Traficantes y juego limpio
En todo este entramado del que forman parte tanto el campesino que cultiva cáñamo en el Rif como el ‘bosquimano’ que descarga el material a su llegada a las costas, hay una pieza que destaca sobre las demás: el piloto de las embarcaciones. Es un ‘oficio’ para el que no vale cualquiera. «Tienen algo más que la mera intención de ganar dinero –opina Javier Bello–. Eso es algo que llevan en la sangre». Es consciente de que en algunos ambientes se les llega a considerar héroes por los riesgos que asumen, sucesores de los contrabandistas de antaño y adornados con un halo de romanticismo. «Si hay que elegir entre héroes y villanos, para nosotros son villanos, aunque no todo es blanco o negro: hay zonas grises», admite el jefe del SVA del Estrecho. No llega a hablar de reglas del juego, pero sí de una forma de proceder. «Cuando les descubres, tienden a escapar, no suelen ser violentos. Sí nos consta que a veces han tirado armas al mar, pero las llevan sobre todo para defenderse de quienes los quieran robar». Ellos saben que sin pruebas no hay delito, de modo que pueden optar por deshacerse de la carga si lo ven muy mal, y también que no les van a disparar. «En algún caso nos hemos encontrado en una persecución con que se ponían delante de los motores para que no tirásemos sobre ellos». A veces se va incluso más allá. «Recuerdo una intervención desde un helicóptero a una embarcación. En mitad de la huida naufragaron, y se quedaron flotando en medio del mar con tres funcionarios. El ‘pájaro’ solo pudo mantener la vigilancia y avisar a los compañeros, pero estuvieron un par de horas en el agua, abrazados para poder sobrevivir, y a uno de los narcos que ya se estaba abandonando le salvaron la vida. No voy a decir que en ese tiempo se crease un vínculo, pero algo hay».
Aunque esas intervenciones sean lo más llamativo, buena parte de su tarea se desarrolla en los despachos: es la lucha contra el blanqueo de dinero y los delitos fiscales, que hace más daño porque ataca la infraestructura del narcotráfico, un negocio que reparte anualmente en España casi 6.000 millones de beneficio, según los datos del Ministerio del Interior.
Son, sin duda, riquezas inimaginables para quienes luchan contra este entramado por una modesta paga de funcionario. ¿No hay tentaciones de pasarse al otro lado? «El sueldo da para vivir, pero no es como para tirar cohetes –admite Bello–. Pero este es un trabajo que engancha, y no solo la caza, también la investigación. Aquí todo el mundo está porque le gusta, no por lo que se gana».
Sí que es cierto que, ya que no se forran, se ponen contentos cuando al menos se les reconoce el esfuerzo. En Vigilancia Aduanera adoran al escritor Arturo Pérez Reverte, que a menudo los ha acompañado en sus batidas, ha contado sus hazañas en libros y artículos y ha popularizado el lema que lucen los helicópteros del cuerpo: ‘Venor noctu’, «cazo de noche».
Ellos también han colaborado en ‘El Niño’, y tienen curiosidad por ver cómo quedan retratados en la cinta. Ya saben que el actor más guapo hace el papel de traficante, pero a ellos les da igual, porque están acostumbrados a conformarse con poco. «La verdad es que nos habría gustado ayudar más en la película. Es bueno saber que existe ese mundo y que nosotros estamos ahí, peleando», reflexiona Javier Bello.
Las televisiones siempre de parte de la gentuza . No habeis visto nunca callejeros?