Un empresario arruinado atraca un banco en Málaga porque quería ir a la cárcel
«Voy a hacer una tontería que me va a llevar a la cárcel». Envió el mensaje de WhatsApp a su mujer, cerró la oficina y se dirigió a la estación, sin rumbo fijo. Se subió en el primer autobús que pasó. Iba a Málaga. Al bajarse en la ciudad, buscó un objetivo para ejecutar su desesperado plan: atracar un banco para que lo metieran en prisión.
Acabó en una sucursal de Caja Rural del Sur en la calle Cuarteles. «Tengo un arma en la bolsa. Esto es un atraco», le dijo al director. Y lo era, aunque sólo de boquilla. Porque él no era un ladrón, sino un empresario granadino asfixiado por las deudas, y su única arma, un viejo cuchillo ‘pelapatatas’. «Llame a la policía, tengo que pasar esta noche en la cárcel».
Faltaban diez minutos para las dos de la tarde del miércoles y en el banco sólo quedaban dos empleados. El hombre, de 52 años, entró a cara descubierta. Iba bien vestido, con jersey y pantalón beis, y una bolsa de papel de una tienda de ropa en la mano. «¿El director?», preguntó a la interventora, Myriam Pulido, que estaba en ese momento en la ventanilla.
Un tipo extraño
Lo reconoció al instante. Era el mismo individuo que unos minutos antes había entrado en la oficina. «Estuvo un rato de pie en la esquina con la mano metida en la bolsa. Yo tenía gente porque me había quedado sin línea, y vi que se marchó. Me resultó extraño, pero nunca podía imaginar lo que pasaría después», explica.
Ella le indicó la puerta del despacho. El hombre entró. Tras explicarle que no quería dinero y que sólo pretendía ir a la cárcel, le pidió que cerrara las puertas de la oficina para que no entraran clientes. «Me dijo que íbamos a esperar a la policía y que cuando llegara, igual me tenía que agredir para que lo detuvieran. Yo le contesté que ni se le ocurriera tocarnos ni a mí ni a la compañera que estaba en caja, pero se veía que no era su intención. Ni siquiera llegó a sacar el cuchillo», cuenta el responsable de la sucursal, Raúl Heredia. En realidad, como explicaría más tarde el empresario en el juzgado, solo quería simular la agresión para que los agentes se vieran obligados a arrestarlo.
La interventora vio salir a los dos del despacho y cerrar la puerta con llave. «¿Qué pasa?», le preguntó al director. «Nos están atracando», respondió él. «No me lo podía creer. La noche anterior estuve hablando con mi marido de la cantidad de robos en bancos que había, pero me quedé tranquila porque esta sucursal es muy céntrica y tiene muchos ventanales», comenta Myriam, que perdió la cuenta del número de veces que pudo pulsar el botón antipánico.
Estuvieron encerrados algo más de diez minutos en los que el empresario no dejó de moverse por la oficina. Estaba nervioso. En ese tiempo, aparecieron un par de clientes. El primero fue Antonio Hernández, un vecino de la zona que fue a hacer un ingreso. Eran las 13.59 horas. «Me acerqué al cristal, vi al director y le pregunté si podía entrar. Me pareció un poco raro que no me contestara y me marché a casa, pero no podía imaginar que estaba sufriendo un atraco», dice. Segundos después se presentó una chica que tenía que pagar un impuesto. Golpeó varias veces la puerta y pulsó el timbre con insistencia. «Dile que se vaya», le ordenó el supuesto atracador a la interventora.
Una bolsa con la muda
La primera patrulla llegó unos minutos después de las dos de la tarde. Eran dos policías locales que estaban de servicio en la zona. «Me dijo que fuese a abrirles. Estaba tan nerviosa que, cuando llegué a la puerta, me di cuenta de que me había olvidado las llaves», confiesa ella. Los agentes entraron, tumbaron al sospechoso sobre una mesa y le quitaron la bolsa que portaba antes de esposarlo. Llevaba una muda y un cuchillo de cocina de 10 centímetros de hoja.
El detenido les contó a los policías que había agredido a los trabajadores de la sucursal, pero éstos lo desmintieron. Ni les tocó ni reclamó botín alguno. Cuando lo identificaron, descubrieron que carecía de antecedentes y que nada tenía que ver con el mundo del hampa. Es el dueño de una agencia de viaje en Granada que, asfixiado por la falta de liquidez, no vio otra salida que la cárcel para huir de los acreedores. «Una víctima de la crisis», coinciden los empleados del banco. Aunque pasó la noche en los calabozos de la Comisaría Provincial, el plan no le salió como pretendía. Ayer, el juez lo dejó en libertad.
Un niño regresa de la escuela a su casa, cansado y hambriento y le pregunta a su mamá:
-Mamá, ¿qué hay de comer?
-Nada, hijo.
El niño mira hacia el loro que tienen y pregunta:
-Mamá, ¿por qué no comemos loro con arroz?
-No hay arroz.
-¿Y loro al horno?
-No hay gas.
-¿Y loro en la parrilla eléctrica?
-No hay electricidad.
-¿Y loro frito?
-No hay aceite…
Y el loro contentísimo grita:
-¡¡VIVA EL PSOE !!… COÑO!¡¡VIVA EL PP !!
Increíble! Me recuerda a los presidiarios que tras cumplir condena salen a la calle y se sienten en un mundo tan hostil que prefieren volver a la “tranquilidad de la cárcel”
Lo que antes sólo conocían los expresidiarios ahora lo conocemos muchos españoles. A día de hoy se está mejor en la cárcel que en la calle.
Mas valdría que el “susto” se lo hubiese dado a los que han “promovido” esta situación y haberlo llevado a sus “últimas” consecuencias.
Yo también quiero que me encierren, pero con…
Y añado que lo siento por los empleados del banco que sufrieron ese susto pues no es plato de buen gusto.
Pobre, aparte de que hay negocios que hay que renventarlos y reorientarlos como pasó con los videoclubs y como pasa con tantos otros ahora, quizá el tema se le agravó porque no le renovaron la línea de crédito o le denegaron algún crédito para renovar el negocio o no le ha pagado algún cliente, etc. En este país hay que tener muchos huevos para querer seguir siendo empresario, muchos huevos y en algunos casos mucha jeta y pocos escrúpulos, sobre todo si se interactúa con la casta que todos conocemos. Qué mal se tuvo que ver para a la desesperada… Leer más »