Dando caña: La gaviota al charco (III)
Por Enrique de Diego.- Julio Ariza estaba febril e hiperactivo. Iba recolectando comunicadores para un almuerzo en ‘Príncipe y Serrano’. El Grupo Intereconomía mantiene un fluido intercambio publicitario con la cadena Arturo, que se fue restringiendo pero que, al principio, era muy amplio. Ariza quería tener su propio programa de radio y que, entre todos, decidiéramos el nombre. Iba a pasar del despacho y las cuentas –no le han motivado nunca demasiado- a la trinchera periodística.
El programa sería los domingos por la noche, de 10 a 12, un horario que el resto de radios dedican obsesivamente a la jornada liguera y sería tanto un divertimento como una alternativa. Había entonces buen ambiente en un Grupo que no había perdido ni la humildad, ni la cordura y la casi docena de comensales propusimos nombres; una auténtica retahíla que luego se expurgó mediante votaciones.
Al final quedaron dos nombres: Más se perdió en Cuba y Barra libre. Ambos respondían a la idea de que el programa sería desenfadado y amigable. Terminó por resulta elegido Más se perdió en Cuba y en la intrahistoria del Grupo Intereconomía tuvo mucha importancia porque, por primera vez, en la radio se introducían conceptos distintos a los económicos, directamente políticos y, por tanto, la radio y el Grupo dejaban de ser temáticos para pasar a ser generalistas. Más se perdió en Cuba sonaba bien, desde los primeros compases. La música del programa era ese pedazo de melodía que es Cuando salí de Cuba de Luis Aguilé, que coreábamos los asistentes. El cantante llegó a estar en varios programas, cantando y opinando; todo un caballero el desaparecido showman. Esa presencia fue para mí una exquisitez pues Luis Aguilé, su voz, sus canciones, ocupaban un lugar destacado en el paisaje de mi adolescencia, con Con amor o sin amor o El tío calambres, canciones de aquellos veranos llenos de inocencia. El ambiente era grato en la tertulia, casi familiar. Se interactuaba con la audiencia a través del correo electrónico. Durante un tiempo, pasó por allí el gran historiador Ricardo de la Cierva. Y había, junto a los periodistas de la casa, contertulios destacados como Óscar Molina, aviador ilustrado, autor del memorable artículo Vivís de mi dinero, Alberto de la Hera, catedrático de Historia de América y que había sido director general de Teatro con la UCD, y Alejo Vidal-Quadras, el político catalán del PP que había plantado cara e inquietado al nacionalismo, y al que había defenestrado José María Aznar por exigencias de Jordi Pujol.
Más se perdió en Cuba se convirtió pronto en un fenómeno, en el que recaló una crecida audiencia huyendo del fútbol y agradablemente por la buena armonía que reinaba en el estudio. Ariza ponía en práctica, con naturalidad, el paternalismo, que él elevaba a la categoría de bella arte, con ese momento de esplendor de las fiestas de Navidad. Aunque el programa duró tiempo, parece que la hora familiar le fue planteando algún tipo de problemas a Julio y, con evidente dolor de su corazón, se dispuso a traspasarlo.
Durante dos semanas seguidas, me pidió que le sustituyera. Como me apasiona hacer, di paso a llamadas de los oyentes y eso aportó aún más frescura al programa y, por supuesto, mayor dinamismo. Me hizo gracia que Julio rabiara como un niño celoso mientras me reiteraba: “lo haces mejor que yo”. Comentario, desde luego, absurdo en un empresario. Supe que, obviamente, no iba a ser el sustituto. El programa pasó a Xavier Horcajo que se llevaría el precioso nombre a la noche de los sábados en Intereconomía TV y luego a Gonzalo Altozano, director de la revista Alba, que le cambió de nombre por el de Los últimos de Filipinas.
Más se perdió en Cuba fue el precedente de El gato al agua, programa en torno al cual se articuló la aventura de Intereconomía TV. He de reconocerle a Ariza que tuviera la audacia de entrar en un mercado altamente intervenido como el televisivo, donde hay un extenso sector soviético –RTVE, más las dispendiosas autonómicas-, donde sólo se emite mediante concesión administrativa y donde la Antena 3 de José Manuel Lara y la Tele 5 de Silvio Berlusconi –arribado a España en tiempos de Felipe González de la mano del ultracorrupto Bettino Craxi- constituyen un oligopolio, con posición dominante en el mercado, fruto de las ventajas obtenidas en el punto de salida, que controla el 80% de la tarta publicitaria. Intereconomía TV surgió de la compra –precio habitual en las adquisiciones de Ariza: 1 euro más las pérdidas y el personal- de la televisión económica de Expansión y empezó a emitir a través de Canal + y Ono.
Hubo una etapa heroica cuyo mérito corresponde, como ya he dicho, a Xavier Horcajo, indudablemente un buen profesional y un capaz ejecutivo. La experiencia en debates adquirida en Más se perdió en Cuba la trasladó Julio Ariza a El gato al agua, la clásica tertulia con el novedoso aditamento, idea de Rafael Simancas, de las votaciones de los teleespectadores que funcionaron muy bien al principio, hasta que, manifiestamente, se empezaron a trucar.
El gato al agua empezó a emitirse en directo desde los estudios de la agencia Efe en la calle Espronceda y fui un asistente regular cada semana. El alma del programa, en realidad, entre bastidores, era Julio Ariza que hacía la producción e imprimía el dinamismo contra la rémora de Antonio Jiménez, un profesional romo, que tiende a la pesadez, nada creativo y sólo superado en partidismo sectario por Carlos Dávila. Porque Antonio Jiménez pasa de la audiencia y de lo que está pendiente es de Génova. En la medida en que Julio Ariza se fue haciendo más dependiente del Partido Popular y retornando a su condición esencial de político profesional la politización mediocre de Antonio Jiménez fue ganando terreno y El gato al agua, a pesar de las altas dosis de autocomplacencia desplegadas, se estancó. En esa primera época era distinto. Más novedoso y más fresco. Ganábamos todos los “gatos” –trofeo virtual, pues el precioso ninot debía ser devuelto al terminar el programa- Isabel San Sebastián y yo y Julio Ariza ideó una especie de final, que no me gustó demasiado porque tengo mucho respeto por Isabel, tanto como profesional como escritora, pero, sobre todo, por su corajuda lucha contra el terrorismo. Ganó Isabel San Sebastián con todo merecimiento y me alegró.
Durante tiempo, el Grupo trabajó para El gato al agua y la mediocridad de Jiménez era sorteada mediante la elaboración de reportajes, incluso de noticias exclusivas, que se ofrecían abriendo el programa para pasar a comentarlas, con lo que se aportaba un valor añadido a los espectadores y no se debatía en vacío o sobre lo ya trillado del día. Cuando Canal+ decidió no emitir el programa, Julio Ariza, que entonces iba siempre bien acompañado por Horcajo, pasó a alquilar, como ya he contado, un canal de Vocento. Representaba emitir en directo para toda España. Y aquello tomó vuelo. La salida de La Gaceta fue letal para El gato al agua, en torno al cual giraba la televisión del Grupo, pues toda la información exclusiva se fue trasvasando, malográndola, pues no se le daba continuidad ni se profundizaba, al diario, haciendo la televisión de altavoz, lo que tampoco servía de mucho porque se “quemaban” las exclusivas antes de que saliera a la venta el periódico.
Desde el principio, Julio Ariza quiso reproducir, pero a la inversa, lo que él había experimentado, y sufrido, en sus tiempos de político en activo en los debates a los que era invitado, y en lo que invariablemente había cuatro o cinco contertulios socialistas o nacionalistas contra él, de modo que se le presentaba como un marginal y sus ideas quedaban desacreditadas al estar en minoría, en una sociedad que, en las últimas décadas, no se ha caracterizado por el coraje. En El gato al agua serían los de izquierdas los que estarían situados como disidentes frente al consenso general de la mesa. Así aparecieron y tomaron relevancia contertulios de izquierdas como Antonio Miguel Carmona o Raimundo Castro. Éste, que a veces abusaba de la mala educación o de los anatemas laicos tan caros a la izquierda, indicaba, con cinismo, en los intermedios de publicidad, que estaba allí para cumplir un papel. De hecho, no era infrecuente que desde realización le animaran a excitar los ánimos de la audiencia con algún exabrupto de socialismo totalitario.
En el caso de Antonio Miguel Carmona aportaba un activo añadido pues dentro del Partido Socialista Madrileño controlaba la representación de ese partido dentro de CajaMadrid, luego Bankia, lo que resultaba sumamente interesante para el Grupo y para Julio Ariza, pues era un conveniente aliado para no establecer dudas sobre cualesquiera de lo convenios con la citada Caja, como el crédito de 16 millones de euros que obtuvo Ariza de cuatro cajas controladas por el PP, lideradas por CajaMadrid y entre las que se contaba la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Ese multimillonario crédito sirvió para que Ariza le comprara a Fernando Serrano Súñer la frecuencia de Radio Intereconomía, que estaba en alquiler, y la de Radio Intercontinental. Aún se sigue pagando, así que el crédito o sirvió para tapar agujeros o se dilapidó o se movió en la pauta de huida hacia adelante. Fue uno de tantos saqueos políticos a los impositores, tremenda práctica que ha llevado a la desaparición del sector de las cajas, que había funcionando bastante bien durante más de un siglo y que la invasión de sus órganos de representación por los políticos llevó a una depredación irrestricta. En el que no se hayan exigido responsabilidades tiene mucho que ver el que muchos medios tengan mucho que callar en este terreno.
Si el autócrata Julio Ariza terminó siendo rehén del tosco levantisco Carlos Dávila, hasta que se torcieron las cosas entre ambos, lo mismo le sucedió con la roma mediocridad de Antonio Jiménez, aunque en ambos casos se unieron el hambre y las ganas de comer. En sentido literal, de comer del pesebre del PP. Juego entre políticos profesionales. El gato al agua derivó hacia un debate tradicional sin sustancia al servicio servil de la calle Génova, con cada vez más políticos profesionales en las tertulias, como la candidata del PP a la Generalitat catalana, Alicia Sánchez Camacho, que le marcaba la pauta a Antonio Jiménez de lo que se debía tratar después de la publicidad. Cuando el Partido Popular accedió al poder, por cansancio y desesperación del electorado ante el desastre gestor socialista, de manera impúdica se destacó que había habido “cuota de gato” en el gabinete ministerial, y que cuatro de los nuevos ministros habían sido contertulios, como si provinieran del programa y no hubiera sido éste el que se había puesto, como un felpudo, a su servicio.
Julio Ariza había dejado claro, desde el primer momento, que yo nunca tendría un programa en Intereconomía TV y ello por motivos de ideas. Consideraba que las mías, basadas en la realidad, en la existencia de una casta parasitaria que expolia a las clases medias, podían poner nerviosa a demasiada gente, porque esa casta parasitaria domina los medios de comunicación, que son sus altavoces.
No soy un ingenuo ni un suicida, aunque sí un patriota, pero entendía que Intereconomía, con inteligencia y modulando el mensaje, haciendo pedagogía, podía ser un factor de regeneración y de defensa de la gente indefensa; más aún, eso, básicamente, era lo que constituía el ideario del Grupo y lo que se proclamaba abiertamente. Acomodarse exclusivamente a los intereses de un partido, por muy legítimos que fueran, era, en el fondo, despreciar a la gente, utilizarla. Ese rechazo a mi presencia en la televisión se plasmó en el hecho de que, en nombre de las sinergias de Grupo, todos los programas de radio pasaron a emitirse por la televisión, menos el que yo dirigía y presentaba, A Fondo.
A medida que Intereconomía se expandía, y Ariza consideraba que le era imprescindible el apoyo oscuro del Partido Popular, resultaba más difícil mantener una conversación abierta y civilizada con él, porque solía cortar abruptamente cualquier argumento que le planteara algún desasosiego con la expeditiva referencia de “yo soy quien te paga la nómina a fin de mes”, que no tiene ni tan siquiera el nivel del argumento ad hominem, sino que retrotrae a una mentalidad colonial. Como es obvio, se paga la nómina a cambio de trabajo dentro del marco legal del Estado de Derecho.
Progresivamente, El gato al agua pasó a ser cada vez más partidista hasta convertirse en La gaviota al charco. Ese proceso conllevó mi veto en el programa y mi salida, no sin antes sufrir una estrategia infantil de acoso por parte de Antonio Jiménez quien, visiblemente, no soportaba mi presencia en el plató. Podría hablar de mobbing ideológico si el esquema no hubiera sido tan patético. Antonio Jiménez, que brilla como anunciante de crecepelos, estaba bien dispuesto a pastorear un circo superficial de tertulianos hooligans del PSOE y del PP, con una mayoría de estos, e incluso tendía a intervenir, nervioso e inconexo, para que en Génova siempre tuvieran claro que no temblaba y que repetía, palabra por palabra, el argumentario que cada día le enviaba a su móvil la jefa de prensa, Carmen Martínez Castro. Lo que no soportaba Jiménez es alguien que se saliera de ese tosco guión y que demostrara independencia de juicio, con críticas a izquierda y derecha, a PSOE y PP, cuando lo consideraba entrado en justicia y razón. Y menos aún que realizara críticas al modelo político, situando ahí el nudo gordiano de la crisis y de los graves problemas que padece la sociedad española. Yo no estaba dispuesto a dejar de ser ni periodista ni patriota; no lo estaba ni a mentir ni a engañar, sino que mi firme compromiso era decir la verdad y defender a la gente indefensa. No sabía ni sé hacer otra cosa. Siempre antepongo los intereses de las gentes a los de los políticos, y los de la Patria –que son los de mis compatriotas- a los míos propios.
Antonio Jiménez esperaba a darme la palabra segundos antes de que, invariablemente, tuviera que dar paso a publicidad. Y a la vuelta, también invariablemente, el tema había cambiado y no iba a darme la palabra hasta momentos antes del próximo espacio publicitario. En esos intervalos, fuera de cámara, Jiménez daba rienda suelta a sus nervios de presunto fenómeno mediático abroncando, sin ton ni son, al personal técnico. Cuando otro de los contertulios me interrumpía en las contadas ocasiones en que estaba en el uso de la palabra, me mandaba callar como si hubiera interrumpido yo. Y no pocas veces de dirigía a cámara, a la audiencia, para proclamar que con mis interrupciones, que no eran tales, no había forma de seguir el debate. Aunque en ocasiones estuve tentado en mi fuero interno de no volver, siempre se puede hacer de la necesidad, virtud, y crecerse ante la dificultad. Mejore en autocontrol siendo dueño de mis silencios y en capacidad de síntesis para ser capaz de lanzar un mensaje claro y directo en unos pocos segundos, recurriendo a la precisión que permite el castellano con su frase de sujeto, verbo y predicado. Se trataba de lanzar una voz de alerta desde la atalaya de nuestros días que es la televisión. Hubo dos especialmente importantes y significativos que abrieron grietas en el sistema y corrieron por la nación con la fuerza de la evidencia, aunque en El gato al agua produjeron una auténtica zarabanda.
Uno de ellos fue que los sindicatos debían financiarse de sus afiliados y no de los contribuyentes. El guirigay fue de órdago a la grande. Lanzada la verdad todos los contertulios al unísono se pusieron a bramar para que no se escuchara la herejía. Destacó en la pose de escándalo farisaico la exministra de Felipe González, Cristina Alberdi, recalada y acogida en los predios peperos de la Comunidad de Madrid. Los sindicatos eran instituciones y atacarlos era situarse fuera de la democracia, pero es que los sindicatos no deben ser ministerios, ni mafias depredadoras del Presupuesto, sino asociaciones de libre concurrencia al servicio de sus afiliados y de los trabajadores, que es lo que no son, pues financiándose del contribuyente generan paro y se da la situación perversa que mientras más paro hay, los sindicatos obtienen más beneficio, pues incluso se han lucrado de los EREs. Jiménez, que no nada sutil pero sí es capaz de percibir cuando se ataca a una base de la casta parasitaria, se puso a liderar el motín en mi contra, dirigiéndose a la audiencia para que se tapara los oídos y diera por no escuchadas tales blasfemias, pues él era un demócrata que no podía pasar por alto tan graves ofensas en horario infantil. Pero la audiencia había estado atenta, había escuchado y el debate sobre los sindicatos se había abierto paso en las mentes y, al poco, el descrédito de UGT y CC OO se convirtió en consenso nacional que ni ellos ni la patronal, CEOE, debían parasitar de los Presupuestos.
En otra ocasión, decidí que esa noche lanzaría que las autonomías son insostenibles. No que yo estaba en contra de las autonomías, pues no se puede estar ni a favor ni en contra de lo que no es sostenible. Ya los griegos sabían que la doxa –opinión- era el nivel más bajo de la razón frente a la episteme –verdad- y la economía establece una racionalidad que la política actual ha venido sorteando durante décadas. Sabía que las autonomías son un pesebre del que viven políticos profesionales de todos los partidos, con ese inmenso botín que representan diecisiete miniestados, con sus parlamentos, sus ejecutivos y su aparataje burocrático, que incluye el correspondiente mediático de televisiones y radios autonómicas, con el que compran las voluntades de los periodistas tertulianos, así que iba preparado para lo peor y no me pilló por sorpresa. Dicho que “las autonomías no son sostenibles” y dado paso a publicidad, a la vuelta la escandalera fue de órdago a la grande y de nuevo se prodigaron los improperios que iban desde el tono menor de que el problema es que estaban mal gestionadas al mayor de que yo era un antidemócrata contumaz, porque las autonomías eran el pilar de la democracia y de la Constitución de 1978.
Por supuesto, Jiménez, entre anuncio y anuncio de crecepelos, se mostró gravemente ofendido de que en su programa se pudieran expresar idea tan perniciosas, que podían cerrarle el paso, por ejemplo, a las tertulias bien pagadas de TeleMadrid. Y de nuevo se dirigió a la audiencia para excitarla a fin de provocar un linchamiento virtual por la vía de los sms que se reproducían en el programa. Resultó que la audiencia estaba conmigo o, mejor, con lo que los televidentes pensaban y yo expresaba públicamente.
Para esos entonces, las votaciones para la concesión del “gato” al ganador ya estaban totalmente trucadas y o las decidía Antonio Jiménez en alguno de los intermedios o Julio Ariza desde su casa, con una llamada de móvil. Incluso hubo veces que en el monitor, durante el corte publicitario, aparecía una votación y cuando se hacía pública los resultados habían variado por completo. Esta mala costumbre de manipular en lo pequeño fue llevando a hacerlo en lo grande y jugó una mala pasada en el verano de 2009 cuando se ideó el programa El candidato; un debate con principiantes uno de cuyos premios era participar tres meses como contertulio en “El gato al agua”. Tuvo la ocurrencia de presentarse Blas Piñar Pinedo, nieto del líder de Fuerza Nueva, y la de hacerlo bien y de ganarlo.
El nombre resultaba ofensivo para sensibilidades centroreformistas como Carlos Dávila, de modo que en la final hubo caos chapucero en la votación última, en la que quedó claro que se quería hurtar la victoria a Blas Piñar. Hubo de concedérsele la victoria a regañadientes, pero ninguneándole el premio prometido y cuando protestó y hubo de llevársele a un programa de El gato, fue sesión preparada para el linchamiento, en el que se esforzaron Pedro Juan Viladrich, vicepresidente del Grupo Intereconomía, nombramiento sin ningún sentido periodístico sino afectivo, pues es el profesor preferido de Ariza durante su etapa de estudiante de Derecho en la Universidad de Navarra, y el susodicho Carlos Dávila, mostrando su aversión a la extremaderecha, encarnada en Blas Piñar, nieto, situado con silla y mesa aparte, como si fuera un reo, al que se juzgaba, condenado de antemano, por su nombre, al margen de ideas u opiniones que, por supuesto, no se le permitió expresar, con constantes y estudiadas interrupciones, sobre las que cuando Blas intentaba hacerse oír, se le afeaba que interrumpiera y que gritara como un ultra. Viladrich incluso llegó a compararle con un etarra. Aquel grupo de provectos sectarios habían dejado claro que no podía seguir asistiendo a sus tenidas Blas Piñar, nieto. Ariza legitimó el aquelarre y el ganador de El candidato no volvió a pisar Intereconomía.
Blas Piñar Pinedo, por su parte, fue incapaz de defender la honorabilidad de su apellido y tuvo una desmerecida retirada con apariciones esporádicas en otros medios que se fueron espaciando. Como curiosidad, se trata de un fervoroso conspiranoico, sin espíritu crítico ni capacidad de discernimiento en la materia, que sigue al dictado las delirantes tesis de Pedro J y del mismo Carlos Dávila que lo había vetado. A pesar de ello, no varió ni un ápice su postura, con notable falta de gallardía.
Esta historia entre ridícula y bochornosa se entiende como la consecuencia lógica y perversa de la ruptura del límite que veda la manipulación. Soy testigo, y en cierta manera víctima de una actuación de este tipo. Fue en el programa El gato al agua. Afirmé que no podía sostenerse la abultada cifra de funcionarios acumulada en España y que supera los tres millones doscientos mil. De pronto, pareció que la pantalla, y la nación, entraban en ebullición. Una catarata de sms denunciaba mis palabras, con un tono ofensivo e hiriente, que aumentaba por momentos. Normalmente, los mensajes se mantenían unos segundos en pantalla, pero en esa ocasión sólo estaban fijos unas décimas de segundo; como una torrentera de críticas. Se trataba, en apariencia, de funcionarios que se sentían agredidos porque, decían, les había llamado vagos, lo cual era por completo incierto; algunos eran sumamente elaborados, y para mí desagradables, como supuesto guardias civiles que habían servido en las Vascongadas y habían sufrido atentados y lesiones o habían tenido en brazos a compañeros en los estertores de la muerte; otros eran de militares que afirmaban haber estado en Bosnia o en Líbano y haber servido a la Patria en situaciones de peligro y sentían que los había agraviado.
Este tipo de mensajes me resultaban especialmente dolorosos porque mi padre, que en gloria esté, era capitán de la Guardia Civil y tengo familiares cercanos guardias civiles que han servido, con alto riesgo, en Vascongadas, y es conocida mi postura favorable a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y a las Fuerzas Armadas, a cuyos miembros considero mal pagados y -dentro de la perversión de un Estado metido en todo lo que no le corresponde y descuidado sus auténticas funciones- discriminados y ninguneados. Cualquiera, a la vista de la torrentera de mensajes, podría pensar que había puesto a la nación en armas contra mí.
Antonio Jiménez, que sólo brilla cuando anuncia crecepelos con el ligero inconveniente de su falta de autoridad moral en la materia, se cuidó muy mucho de amplificar los mensajes con continuas referencias a ellos e incluso Ana Gügel, el icono de la mujer florero de los programas que se impuso en Intereconomía, adobaba sus resúmenes de los sms con comentarios críticos del tipo de “los espectadores están que trinan con usted, don Enrique” o “la que ha liado”. Pues no había liado nada ni los espectadores estaban que trinaban. Fue el comentario que le hice, en mi candor, al día siguiente a uno de los que había estado en realización aquella noche y la respuesta me dejó sorprendido: “No se lío ninguna. Ninguno de esos mensajes fue enviado por los espectadores. Todos los escribió Marcial Cuquerella, que se puso al teclado del ordenador”.
Marcial Cuquerella figuraba como director general de Intereconomía TV. Digo figuraba porque nadie ha sabido nunca muy bien a qué se dedica, en qué trabaja. La visión de un supuesto directivo inventándose cientos de mensajes contra un contertulio, empleado de la casa, es un delirio de perversidad infantil; en términos intelectuales inteligibles, soberana estupidez. Por encima de todo, mentir, algo que deber estar vedado en un medio de comunicación, pues la mentira lo corrompe hasta inhabilitarlo. Suplantar a los espectadores, que son los clientes, me parece de una extrema gravedad. A raíz de esta chocante situación, me enteré que Cuquerella ponía mensajes muy de izquierdas, incluso se había acuñado el pseudónimo ‘Lenin’, para que picaran los espectadores y entraran en polémica enviando mensajes críticos, gastándose unos euros, de los que una parte iba a las cuentas de Intereconomía. No sé si así justificaba su sueldo Cuquerella -quien volverá a salir más adelante por su supuesta pertenencia a la sociedad secreta Yunque y por sus relaciones familiares con Iñaki Urdangarín- pero bien podría ser tenido por inventor de un timo moderno. También las encuestas propuestas a los espectadores estaban trucadas: a lo largo de todo El gato al agua estaban las posturas igualadas entre los digamos –inexistentes- espectadores de izquierda y los de derechas, a los que se picaba de esa manera para que apretaran los botones del móvil.
Invariablemente, al final la encuesta terminaba desnivelada a favor de la postura correcta de derechas.
Visto que yo no tiraba la toalla, por muchas añagazas que utilizaran, Antonio Jiménez, el compulsivo anunciante de crecepelos, pasó a la estrategia más directa y contundente: dejó de invitarme, me vetó. No sé cómo explicar el que los llamados ‘gatoadictos’ cuando me saludaban efusivamente por la calle, a pesar de llevar dos años sin salir en el programa, afirmaban verme cada noche o me animaban “a dar más caña”. O veían visiones o me recordaban con cariño. Incluso después de mi salida de Intereconomía, en ocasiones, a algunas buenas ancianas que me saludaban con cariño, en encuentros ocasionales por la calle, no quise informarles de la situación para no provocarles un infarto. Nunca habían percibido en mí más que claridad y patriotismo y nada que pudiera chirriar con la marca Intereconomía.
Esas muestras de adhesión, apoyo y cariño siguieron siendo muy numerosas incluso en las largas etapas en las que no tuve ninguna presencia en Intereconomía. Fue por el interés y la gestión de un joven valor del Grupo, Gonzalo Bans por lo que volví a salir en Intereconomía TV, en el programa Dando caña, de Javier Algarra. Devenida en empresa política, en satélite del PP, a comienzos del años 2011 ya era muy perceptible el deterioro periodístico de Intereconomía. Ni se generaban noticias ni había gente con capacidad para ello. Las redacciones del Grupo eran un erial, sin pulso, sin textura vital; una colección amorfa de pequeñas vanidades. Tanto Gonzalo Bans como Jesús Andrés, subdirector de Informativos de la televisión, se sentían huérfanos de referencias; eran como dos islas en medio de ese lago mortecino plagado de aduladores y espías de Ariza. Y me buscaron.
A pesar de las tendencias histéricas de Javier Algarra, quien incluso perdía los papeles en antena, aunque mucho más en los cortes publicitarios, la etapa de Dando caña fue básicamente agradable. Era frecuente, que cuando yo aparecía fuera el programa más visto de la cadena. Jesús Andrés también me fichó para hacer un breve comentario lo jueves en el informativo matinal de las 12,30 horas. Dada la educación en la síntesis que me había permitido el acoso pertinaz de Jiménez, me sentía muy a gusto con ese formato y ahí batimos el récord histórico de la cadena. Sin embargo, los dos últimos programas en los que participé de Dando caña fueron sendas trampas innobles para provocar y justificar mi salida de Intereconomía. El martes 22 de noviembre de 2011 participé en Dando caña.
Javier Algarra arremetió contra Pedro J Ramírez y Federico Jiménez Losantos, reproduciendo sonido de ambos criticando a Mariano Rajoy. El viernes 9 de diciembre de 2011 estuve por última vez en Dando caña. El programa, presentado ese día por Juan Ignacio Ocaña, se centró en el 11-M con unas delirantes informaciones de Rodrigo Gavilán que relacionaban la masacre de Atocha ¡con el caso Faisán! El lunes 12 de diciembre, Diego Martínez Perán, con torpeza de sicario, ejecutaba la sentencia dictada por Julio Ariza. Mis desencuentros graves habían comenzado cuando en el año 2010 publiqué mi libro ‘La monarquía inútil’.
Del libro “Dando caña” (Editorial Rambla)
Para su adquisición:
Los nombres de aquellas dos personas que participaban en el programa que dirigía Gonzalo Altozano son: Fernado Díez Villanueva y Fernando Paz.
Me gustaría saber los apellidos de los 2 Fernandos, tertulianos de Dando Caña, cuyo moredador era el autor de “No está bien que Dios esté solo “. Los veía los domingos sobre las 2 creo. Me gustaban mucho . Eran cultos y educados .
ENRIQUE ,MIRA LO QUE TE PASO , EN CAMBIO AL PROFESOR QUE NEGABA LA CRISIS CON DOCUMENTACION Y EN CONTRA DE LOS TERTULIANOS QUE LE LLEVABAN LA CONTRARIA SEGUIA SALIENDO Y SALE EN CASI TODAS TELEVISIONES, SE TRATA DEL PROFESOR CARMONA QUE RECIENTEMENTE LE VIMOS EN UN MITIN DICIENDO COMO ACTUA EL Y LOS SUYOS, Y CON ESO SE VIO QUE ES UN PERFECTO MENTIROSO, COSA QUE EN TI NO SE PUEDE DECIR LO MISMO. UN SALUDO DESDE LAS VASCONGADAS Y CON GENTE COMO TU SE PUEDE ARREGAR CUANQUIER PAIS , INCLUSO ESTE QUE ES MUY DICIFICIL. POLITICUCHOS ,AUTONOMIAS ETC…… Leer más »
Efectivamente, la evolución de Intereconomía hacia el sectarismo ha ido dando sus frutos. Y el Poder, su amo y amante, le va diciendo “si te he visto no me acuerdo”….a pesar de sus servicios de esbirro. Intereconomía debió ser fiel a la verdad y la coherencia periodística. El futuro hubiese sido otro, y muy posiblemente no de miseria. La evolución de Intereconomía es un aviso para otros medios que flirtean y se acoplan a camarillas o a quien les ofrece “un plato de lentejas”. Me puedo equivocar, pero con toda humildad quisiera preguntar en lo referente a Blas Piñar Pinedo:… Leer más »
¿que podemos hacer los españoles?. Necesitamos un lider con ideas que se de a conocer. De otro modo España arderá.
“Que podemos esperar de un Sistema que nos ha traído una Iglesia sin Dios, un Ejército sin Patría, una Monarquía sin Corona y una Magsitratura sin Justicia. Si ya no existen las Instituciones grandes, ¿como vamos a creer en una Institución artificial que se llama partido político”. (Blas Piñar en la cosntitución del Frente Nacional)
Fin de la cita.
Hasta el nieto de Blas Piñar cayó ahora. Francamente el artículo me parece intragable y no puedo entender cómo una persona con tanto rencor dentro puede intentar transmitir algo a los lectores. Un estudioso, un profesor, un analista político, debe “llegar” al lector de otra manera y no desparramando porqueriza para todos lados. Lo siento Sr. moderador, pero este diario digital se lee en muchos lados, no solo en España, y muchos nos sentimos consustanciados con los valores universales que pregona , pero lo cortés no quita lo valiente, como reza el dicho. Este articulista me resulta insoportable. Buenas noches… Leer más »
Sr. de Diego ¡por fin! he terminado su lectura tan amplia como pesadez contra Grupo Intereconomía. Hay que formar equipo y deseo sinceramente lo haya encontrado en AD. Como fiel seguidor de El Gato al Agua, puede creerme que me encantan sus argumentos pero A. Jiménez es eso “un extraordinario comunicador”.
Mensaje para D. Enrique de Diego: Después de leer sus recientes artículos creo demostrado que Vd. ha sufrido mobing en Intereconomía. Suele ocurrir en todas las empresas cuando no se sigue el camino señalado por el jefe que paga. Conozco el tema porque yo también lo sufrí en otros ámbitos profesionales. Quiero mandarle mi apoyo y mi ánimo para seguir luchando porque somos muchos los que opinanamos que en general está Vd. acertado en casi todas sus opiniones. Solo discrepo con Vd. en el tratamiento del asunto acerca del criminal atentado del 11-M de 2004 y del trabajo realizado por… Leer más »
¿Que tienen que ver los gili políticos catalanes con los empresarios? Desde catalunya os puedo decir que muchos empresarios ya estan haciendo planes para marcharse de aquí. Pero no es correcto hacer pagar a los empresarios las gilipolleces de los políticos. Lo del boicot lo veo una bobada (no soy empresario), como la mayoría de las huelgas, acaba perjudicando a quien menos tiene la culpa. Si cierran empresas por el boicot perjudica a los trabajadores (tu, lector y yo) que iremos al paro. Desde PxC (candidato) apostamos por el producto autóctono frente al foráneo (primero los de casa) osea, primero… Leer más »
De CATALUÑA?………..no compro ni agua.
Por favor Señores: han visto ustedes desverguenza mayor por parte de Intereconomía y su gallo “cantaor” Antonio Jiménez, aconsejando a bombo y platillo que hemos de comprar productos catalanes?. Este sinverguenza de escaso pelo demuestra muy poco amor a España y asi vende su dignidad por UN MISERABLE PLATO DE LENTEJAS. Cuánto habrá pagado el empresariaje catalán a ésta gentuza?. Desde aqui, sin cansarnos proclamaremos las veces necesarias: “NO A LOS PRODUCTOS DE TODA CATALUÑA.” mientras existan chulos de putas como Arturo Másy y congéneres tan sinverguenzas y degenerados como el medicucho Jorge Pujol y el el que hizo burlas,… Leer más »
Les ha salido el tiro por la culata y la mentira siempre tiene las patas muy cortas.
las últimas declaraciones de Montilla expresidente de la Generalitat
“Catalunya no puede ser Estado porque nunca fué colonia”
“Franco hacia referèndums, és la fórmula preferida de los dictadores”
uy uy como se pone el patio