Krasni Bor / La División Azul en perspectiva
Krasni Bor (novelada en Sonaron gritos y golpes a la puerta). “Crates, que estaba de escucha, se precipitó dentro de la chabola, a tres metros bajo tierra y con una rampa que subía a la trinchera. Desde Kólpino nos martilleaban cientos de cañones, obuses, morteros, katiushas y aviación, un huracán en que no se distinguían las detonaciones, sino una especie de bramido continuo. Los ocho que allí estábamos quedamos paralizados y aturdidos. Las explosiones cercanas hacían saltar literalmente nuestro búnker, el suelo y el techo parecían bailar, nos derribaban, nos hacían chocar unos con otros, tiraban las mochilas y las armas colgadas en las paredes y la pila de cajas de munición. Temíamos que los troncos del techo y las paredes se derrumbasen sobre nosotros y nos sepultase en vida una masa de tierra húmeda, un destino que seguramente estaban sufriendo ya otros camaradas. El asfixiante olor a cordita penetraba por el agujero de salida. Una explosión a corta distancia metió en la chabola barro que medio taponó la entrada. Varios de los compañeros nuevos lanzaban gritos ahogados cada vez que una granada estallaba cerca. Murmullos de “Es el fin… es el fin” o “¡Ay, madre mía!”. Incluso los descreídos rezábamos atropelladamente en voz baja.
El ardiente diluvio no cesaba, como si tratase de exterminar hasta el último rastro de vida. Las trincheras debían de estar desapareciendo, los búnkeres hundiéndose y volatilizándose las obras defensivas; los cables telefónicos estarían destrozados, impidiendo las comunicaciones… Conforme pasaba el tiempo sin que amainase la atroz penitencia se adueñaba de nosotros un estupor o apatía. Vino Iliena a mi mente, y su imagen me trajo pena por ella y consuelo por mí (…)
Cuando terminó el bombardeo, a las dos horas, estábamos física y anímicamente como pasados por una trituradora. Aún aturdidos, apenas nos dimos cuenta durante largos segundos de que las explosiones habían cesado y tardamos aún más en comprender que debíamos reaccionar antes de que los rojos se nos echasen encima. “¡Todos afuera enseguida! “, ordenó Contreras. Apartamos frenéticamente, con las manos, la tierra acumulada a la entrada, tomamos las armas y arrastramos al exterior dos cajas de municiones. La trinchera había quedado reducida a un pequeño pozo delante del búnker . Emergimos de él apoyándonos unos en otros. A nuestro alrededor el campo se había convertido en un conjunto caótico de embudos y entre ellos trozos de alambradas y de caballos de frisa, cables rotos, árboles tronzados, manchas aisladas de nieve donde antes había una profunda y uniforme capa de ella. Un humo pesado hacía costoso respirar y mermaba la visibilidad. El calor de las explosiones había derretido la nieve y removido la tierra convirtiéndola en un barrizal. Nos dimos cuenta de que esta era nuestra única ventaja, pues obstaculizaba el avance de los atacantes.
Nos parapetamos bien dentro de dos cráteres y esperamos. Oímos a los soviéticos gritar rítmicamente “Ispantsi Kaput” y “Pabieda”, y enseguida los discernimos. Andaban tranquilamente en largas líneas, casi hombro con hombro, confiados en que nadie de nosotros habría quedado vivo. A nuestra derecha se bamboleaban, adelantados, unos tanques T-34. No avistamos a ningún otro grupo de españoles a lo largo de la que había sido trinchera. Seguramente las bombas los habían enterrado o despedazado. Miramos atrás, pero el terreno seguí igual durante cientos de metros, y no asomaba un alma. Más lejos ardían las casas de Krasni Bor. La apisonadora rusa iba sin duda a aplastarnos. “Solo nos queda vender caras nuestras vidas”, dijo alguien.
Los rusos aún no nos habían advertido. Cuando llegaron cerca, abrimos fuego graneado sn apenas posibilidad de fallar, Crates con su mortífera MG-34 (…) Reptamos hacia atrás, buscando ansiosamente en torno otros núcleos de resistencia. Despistamos a los tanques, que se movían torpemente sobre el terreno lunar hacia nuestro anterior parapeto. A unos doscientos metros a nuestra derecha un tableteo nos demostró que otros supervivientes también resistían. Seguimos retrocediendo a rastras, amparándonos en la sirregularidades del terreno y los árboles desmochados. Dos aviones en vuelo rasante ametrallaban al otro grupo resistente. Debieron de aniquilarlo y las rojas lenguas de los lanzallamas completaron la tarea. A lo lejos se escuchaban ráfagas de ametralladora, indicio de algún núcleo resistente más…”.
Los guerreros Hispanos volverán a hablar. Ésta vez defendiendo su propia tierra.
Que alá, yavé o la madre que les parió a sus enemigos les tenga confesados porque van a conocer, como tantos otros antes, el INFIERNO en la TIERRA.
Excelente libro y altamente recomendable.
También “Embajador en el infierno” la vida en los campos de concentración de los españoles capturados hasta su llegada a españa en 1954, a bordo del barco Semíramis.
Protagonista del libro el capitán Teodoro Palacios Cueto. Desgraciadamente poco conocido y que debería ser elevado a la categoría de héroe por su comportamiento ante los suyos y ante los otros.