Don Quijote de la Mancha o cómo el mal está donde menos se espera
Joaquim José de Andrade Neto.- La obra de Cervantes, en su Don Quijote, tan infelizmente incomprendida, ilustra encubriendo y a la vez desvelando a los que consiguen leer en las entre líneas y en el espíritu de las letras una simbología que a pesar de tener la edad del tiempo viene siempre siendo interpretada por los espíritus más agudos que siempre consiguen levantar una punta del velo del Misterio, de las formas más creativas que son características de los iniciados más evolucionados, siendo el gran Cervantes uno de estés raros que consiguió a través de su genio, ocultar de forma sobresaliente, aun que a simple vista considerada ingenua y hasta cómica por un lego, presenta dos personajes principales y significativos, de un lado un inquieto e ilustre hidalgo llamado Alonso Quijano representando un hombre idealista, espiritualizado, poético, imprevisible, romántico y aparentemente visionario, se trata ni más ni menos que el héroe Don Quijote de la Mancha. Delante de la considerada “realidad” cotidiana, ilusoria y materialista representada por su atrasado discípulo y vecino Sancho Panza. Da inicio a uno de los libros más importantes de la literatura mundial.
Aficionado a la literatura caballeresca del siglo XI – XII, principalmente de la obra de Wolfram Von Eschenbach, autor de varios libros sobre el Santo Grial, principalmente Parzival, Titurel y Willehalm. Es en ella que Cervantes se inspiró para escribir su libro. No pudimos dejar de trazar un paralelismo entre la conquista del Santo Grial, cuyo protagonista principal es el caballero puro Parzival considerado como el tolo cuya consideración fue explorada por el Islamismo en la misma época y principalmente en la literatura Sufí. Este caballero descrito por Wolfram Von Eschenbach tenia en el caballero de la línea negra, denominado Klingsor, su antípoda, de la misma forma que nuestro hidalgo lírico e ingenuo, Don Quijote de La Mancha, que en la obra de Cervantes fue iniciado y armado caballero, a partir de ese momento, acompañado como de su propia sombra, de la futilidad, de la mediocridad y del materialismo caricaturado en la figura de su discípulo Sancho, dio inicio la más grande sátira de todos los tiempos.
A donde se hallan esos dos hombres, allí se encuentran representados los dos respectivos mundos: el racional animal de Sancho; y el humanus de su Maestro. Además, no hay, un solo renglón de la obra donde esos opuestos no se presenten en contraste y lucha, lucha y contraste del cual no podemos dejar de dar una atención a tan rica simbología, imposible de ser despreciada. Es exactamente en el intermezzo de la aludida vulgaridad, de la cual gradualmente nos alejamos, y el mundo espiritual, en el cual tratamos de volar en las alas del ideal, es que, así durante esa transición nos deparamos con una paradojal naturaleza de mitad diablos y mitad humanus, una vez que somos espíritus en evolución regidos por la ley espiritual en el sentido de tornarnos cada vez más humanus, solamente humanus. Nada más…
Por eso, nacemos llorando, como quien se ve precipitado de un cielo, a un abismo. Por eso, llorando y luchando vivimos, restándonos solamente materia y espíritu. Nuestra existencia es una eterna lucha entre nuevos ideales que pugnan por venir a la Luz, y las viejas realidades negras que insistían en no nos abandonar…
¿Cuántos dolores secretos no sufrirá la ostra antes de se desprender de su valva? ¿Y la crisálida, hasta verse despojada de su capullo? ¿O la semilla antes de romperse para germinar? ¿Cuántos dolores también son simbolizados, entre nosotros de forma que todas las liberaciones, sean de hombres, sean de pueblos, sean de ideologías, deban necesariamente ser a través de sangre? Diferente de eso toda victoria es alcanzada no necesariamente con sangre, pues el dolor es suficientemente capaz para iniciar un proceso de evolución espiritual, aunque, que no sea alcanzado en una única existencia, puede un gran sueño ser capaz de hacer despertar a un hombre, este es el mensaje cifrado en la obra de Cervantes.
En este punto crítico, caracterizando la vida del hombre entre lo material y lo espiritual, se basa, a nuestro ver, el principal mérito de la estupenda obra de Cervantes. Veáis desde sus primorcicos, empezando por él prólogo en el cual, después de aludir a la cárcel platónica de donde surgió el libro, como confesa, lanza una efectiva invocación al “perdido y tan aspirado paraíso”. Es cuando proclama que “el sosiego, el lugar aplacible, la contemplación del amanecer y del crepúsculo de la montaña, la serenidad de los cielos tanto interior como exterior, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, todo es el quiñón necesario para que las musas, aunque estériles, puedan se tornaren fecundas y dar la Luz capaz de cubrir el mundo de alegrías y de maravillas, para eso es que el hombre de la Mancha pide la resistencia, aliada a la audacia y al coraje que le es propio, y recibe con responsabilidad la misión que le es otorgada con la finalidad de soportar con indiferencia y de forma determinada la ignorancia y el despecho que intentaran obscurecerlo, ora con persecuciones alimentadas por las intrigas, ora con la más terrible conspiración del silencio. Conocían el libro superficialmente y, así, aludían a los fracasos del héroe para dar pasto a las burlas. Elogiaban el sentido común de aquellos que se reían indecorosamente de su considerado lirismo insensato. Auguraban un fin, con las debidas exequias, para la más grande gloria de la mediocridad y de la falta de respeto humano. Deseaban simplificar las enseñanzas del Maestro, encendiendo una vela para Dios y otra para el diablo: o sea, Sancho, por su comportamiento “realista y pragmático”, y después, a su Maestro, sin embargo o relegasen para siempre a la categoría de locuras, los ideales quijotescos, puros y sin mácula, de amor y de justicia. Querían, finalmente, tutelar y manipular la forma de vida y a la verdadera normalidad del ser humano: no la del Maestro, cuál sí la ha tenido, en la vulgaridad de cuantos Sanchos existan por el mundo…
Aún estando vaticinado de que nada sirve todo aquello porque el tiempo se venga inexorablemente de todos los que intentaban injuriar su infinito dominio y denegrir la imagen de quien verdaderamente, con tanto realismo, perfección y primoroso, supo pintar este mundo, en el cual el vulgar y el sublime se chocan continuamente; solo por eso el natural contraste nos legó el arte real de la vida. Tal es la ley de esta arte mágica: Ha de hacer fluir rosas en el estiércol, y brotar del helado invierno de la ignorancia las savias de la primavera fecunda, o finalmente, con un cuadro de dolor y de esterilidad de este prosaico mundo, nos llevar a presentir la suprema felicidad de una vida ampliamente compensadora, o sea, conforme las palabras de San Pablo, al salir de la cárcel de barro de aquella vida ilusoria para la realidad de la Divina Luz que puede ser conquistada. El Maestro de la Mancha enseña al empedernido discípulo Sancho a través de sus palabras, de sus actitudes y de sus buenos pensamientos.
En este momento, se extienden por el fantástico campo de batalla de la vida, el diáfano velo de los encantos y misterios de su tan idealizada Dulcinea, velo ese capaz de encantar en un rosal, los espinos y las miserias de la naturaleza casi humana.
Mientras Sancho divagaba pensando en lucros, en las rentas del alquiler, de sueldos, no se tornaba una buena compañía para el hombre de la Mancha que durante aquellos momentos sentía a Sancho cada vez más cargado y pesado. Era como se leyese los pensamientos de Sancho, cuando él se remordía de arrepentimiento en sus momentos de debilidad, recordaba a su mujer Teresa y pensaba: “¿que dirá Teresa se me presento en casa tan pobre o más pobre que cuando salí?”. No es motivo de risa. Al regresar Sancho de su primera salida, Teresa, que corre a recibirlo le pregunta significativamente, y antes de inquirir de su salud, “se estaba bien el asno” y Sancho, quizá un poco abatido por el preferencial interés de su mujer por el asno, responde: “está mejor que su amo”. Confesando con eso, de forma tácita, su afinidad materialista en igualdad de condiciones del asno con su compañera Teresa.
Mientras que en el castillo, después de algunos incidentes, es armado caballero con todos los ritos propios, y tenemos que aceptar esos ritos como una realidad quijotesca. Nada de riesgos, ni de burlas, ahora el ex-hidalgo Alonso Quijano es Don Quijote el caballero andante, que abandona el castillo con el objetivo de tornar su nombre conocido y hacer que muchos mentecatos reconozcan la superioridad sobre todas las cosas del Gran Espíritu. Ese es uno de los motivos que impulsan a Don Quijote a salir a campo: proclamar la superioridad del Gran Espíritu y hacer con que reconozcan esa superioridad.
Y tal era la confianza de nuestro héroe que, a semejanza a lo ocurrido con la jumenta de Balaam, que hablaba mandada por Dios, este llegó al punto de soltar las riendas del Rocinante, confiando que él, en la condición de instrumento de Dios, conduciría mejor su destino que su especulación mental, lo cual era acompañado con gran desconfianza por su “fiel” escudero
La Felicidad de Don Quijote
Don Quijote, dueño de su ambiente, es un hombre feliz en toda la extensión de la palabra. Y su felicidad proviene, más que nada, de la ignorancia de un vocablo: finalismo. Es el hecho de realizar todas sus acciones, movido por una intensa perseverancia de actuar de acuerdo con los preceptos de un verdadero caballero de la Orden.
Y es necesario saber que el origen de la felicidad no puede ser otra que el éxtasis del propio realizar. Don Quijote va al encuentro de los peligros y de las aventuras arriesgadas sin medir las consecuencias. Es la satisfacción momentánea de disfrutar de todas sus acciones, saboreando minuto a minuto de la energía advenida de sus esfuerzos. La felicidad de Don Quijote, felicidad de un hombre que vive en si mismo y se alimenta de si mismo, consiste en emplear su fuerza cabalgando al sonido de la vida. Es el hombre que trabaja, convirtiendo ese trabajo en flores. Porque el significado de ser y trabajos tiene una correspondencia íntima. Hasta el día de hoy tal vez sea Don Quijote el único que vivió su vida más plenamente. Don Quijote es la plenitud de la plenitud. No es la persona que realiza, trabaja y se mueve guiado por una esperanza de realización. Es el resultado de la obra y del trabajo y la suma del resultado y del trabajo de un ser que constituye la vida de ese ser. La felicidad del hombre, es la satisfacción de absorberse. Y el absorbente más voraz de una vida es el que llamamos trabajo. ¡Infeliz es quien pasa toda su vida trabajando sin elevar ese trabajo a una cúspide de sublimidad! ¡Desgraciado el enfermo que hace transcurrir sus horas atado con cilicios a una cama ilusoria de redención!
La quimera de Don Quijote es inmediata. No va sufriendo por la vida buscando méritos para un mañana de ilusión. No Don Quijote es el hombre que consiguió hacer de su vida un alimento. Pero es necesario tener la seguridad de que ese alimento que ha de nutrir nuestra vida es el manjar más rico que existe. Don Quijote sabe. Es suficiente que él sepa que sus pasos por la tierra dejan huellas de un gran hombre.
Y Don Quijote es lo que es, representa lo que representa. Él que encuentra satisfacción o placer hablando u oyendo boberías, puede decirlas u oírlas; pero debe aceptar sin protestar que sea llamado “Tonto de Capirote”.
Don Quijote no sabe que libertar a los cautivos significa ir en contra de la moral humana. Don Quijote no sabe que la moral humana prohíbe liberar a las doncellas de los conventos cuando sus familias las colocaran allí por contrariar esa misma moral, y no quiere saber y no necesita saber. Es suficiente estar convencido de que los presos van a las galeras en contra de su voluntad, y de que esas doncellas no están de libre y espontanea voluntad en los conventos. Por eso digo y repito que Don Quijote fue, y será único, sin que sea posible que sobre la faz de la Tierra aparezca alguien que reúna integralmente todas sus cualidades. Don Quijote en esto se parece a Jesús, pues difícil es que Éste haga otra visita a los terráqueos, aunque, a bien de la verdad, nos hace mucha falta, al menos fuese para apostrofar a los que lo tienen explorado tan inicuamente.
Los enemigos de Don Quijote
Don Quijote tiene que luchar con dos clases de enemigos: el error de los hombres y la “realidad” de nuestro mundo. Mejor dicho, sus únicos enemigos son los hombres, pues esos son también los que dan fuerza a esa realidad hostil. La diferencia entre las dos clases de enemigos consiste en que unos, los primeros, se proponen a matar a Don Quijote, esto es, eliminar su locura; y los segundos, luchan contra Don Quijote con la inconsciencia con la que matasen una mosca, sin interrumpir nuestro trabajo, extendiendo la mano sin darse cuenta de eso. La primera clase pertenece al Barbero, y el Cura, a la segunda, todos los que contribuyen en el sentido de que la “realidad” del (i) mundo sea hostil a Don Quijote. Sancho Panza es inclasificable. Tanto pertenece a la primer clase como a la segunda, pero siempre a alguna de ellas.
El cura y el Barbero pretenden convencer a Don Quijote de que todos sus actos son otras tantas locuras y lo estimulan a que abandone la caballería andante. Y este par de hombres normales y mediocres preparan todas los tipos de armadillas y artimañas para hacer con que Don Quijote retorne a su vida vulgar y aburrida de los hidalgos: desde la destrucción de sus libros hasta envíralo a la aldea encerrado en un carro de buey. Son todos métodos pueriles, que solo pueden producir resultados momentáneos. Y no es que Don Quijote sea inmortal en el sentido físico de la palabra, no, pero se necesitan para su destrucción armas poderosas.
Esos individuos creen hacer un bien a Don Quijote devolviéndole su juicio, no el juicio de Don Quijote, no, pues este él ya lo tiene, pero si el de ellos, el de ellos. ¡Que mediocridad es la escena de la destrucción de los libros! ¡Que solemnemente absurda la falsa historia de la princesa Micomina! ¡Que grosería la caminada en un carro de buey! Esos pobres tontos perseguían una finalidad ridícula, creian de buena fe que Don Quijote podría ser curado de su locura, sin saber que eso representaba para él nada más e nada menos que la muerte, la enfermedad mortal. Resumiendo, hombre genuinamente quijotesco seria el dejar de ser loco
Sancho es un enemigo perenne de Don Quijote
No es por ser un hombre inútil que él deja de ser peligroso. Es Sancho quien hace sabotaje atando las patas de Rocinante por miedo de la ventura de las batallas, y atribuye al “encantamiento” el resultado de su acción. Es Sancho quien huye y reniega a la orden de la caballería y de la escudería, y así lo manifiesta a su Maestro intentando hacerlo imaginar con voz meliflua lo agradable de la “paz”, del vivir normal y de la tranquilidad de la vida en la aldea. Es Sancho quien intenta hacer con que Don Quijote vea la Fuerza Superior del Gran Espíritu como una figura tosca y repugnante. Creo que esa acción de Sancho es una de las batallas mas decisivas que se trabaran contra la “locura” de Don Quijote.
Es Sancho, quien por no confesar su negligencia, provoca los mayores trastornos a su Maestro. Es Sancho quien inúmeras veces coloca a Don Quijote al borde de la muerte. Y Sancho, es el más interesado en que el idealismo del Maestro sea confundido con locura. Con aquellas maldades esperaba Sancho conquistar el cargo político de gobernador de una isla y no titubearía en envolver a su Maestro en una lucha capaz de hacer destilar los más terribles venenos con coincidencias fantasiosas trasvertidas como imágenes de monstruos, gigantes y comportamientos maldosos, imaginando que a través de ellos pudiese lograr su felicidad política de gobernar una isla. Por eso, todas las luchas del poseído Sancho contra su Maestro son inconscientes e ilusorias; No son dirigidas con el objetivo de tornarlo “normal” – aun que bien sabe que su virtud idealista es simplemente incurable – e si para librarlo de algún desenmascaramiento o de algún peligro. Acá queda manifiesta y evidenciada la maldad de Sancho, que no se sacrifica en lo más mínimo que sea por su Maestro Quijote, y que solamente lo ama cuando este amor resulta compatible con sus propios intereses. Pero Sancho es malo y cobarde, siendo su cobardía mas grande que sus deseos de gobernar una isla. Son muchas las veces que huye de su responsabilidad y en la posible presencia de un peligro, o ante, a la perspectiva de un colapso, llega a renunciar hasta de sus mezquinas pretensiones. Pero no debemos olvidarnos que Sancho esperaba conseguir por el esfuerzo de los otros y que es él quien oyendo a Don Quijote enaltecer las cualidades y las virtudes de los caballeros andantes, se mostró conformado con su situación actual de villano una vez que, por no ser armado caballero nunca debería auxiliar a su Maestro, aun en los momentos de mayor dificultad y peligro, pues diferente de eso, si él fuera auxiliar estaría cumpliendo las leyes de la Orden.
Don Quijote se opone a los argumentos ambiguos y maldosos del Cura y del Barbero de forma negativa y contundente y de allí surge la paradoja: el Cura y el Barbero con sus artimañas consiguen consolidar más aún en Don Quijote su idealismo, pues le ofrecen medios para que éste se manifieste de forma aún más intensa.
En verdad, habremos de ser siempre humanus en el más puro sentido espiritual humanista, sin mescla sancho-panchesca, a pesar de los juzgamientos, de las calumnias, de las traiciones, de las pedradas y de las hogueras.