Que el ADN diga lo que quiera
Ignacio Arechaga.- El caso de los “bebés robados” se ha exprimido en no pocos reportajes en la prensa española en los últimos meses. Hay denuncias de mujeres que afirman que, al dar a la luz a un hijo, les dijeron que había nacido muerto y ya no lo vieron más, pero ellas sospechan que se lo robaron y se lo dieron a otra pareja.
Según estas denuncias, habrían operado en las maternidades tramas mafiosas que traficaban con niños, durante un periodo que iría desde la postguerra a los primeros años de la democracia (cada uno lo extiende o encoge a discreción). Hasta el momento, ninguna investigación judicial ha logrado probar nada, de modo que no se sabe si se trata de algunos casos aislados, de prácticas más extendidas o de una leyenda urbana.
En los reportajes salían casos de mujeres que buscaban a sus hermanas gemelas, convencidas de que habían sido robadas. Al leer uno de estos reportajes, Vicky, de 51 años, cuya hermana gemela había muerto al nacer, sospechó que ella también se encontraba en ese caso y empezó a buscar a su hermana por Internet. Así encontró a María José, de su misma edad y gran parecido; se reunieron, estuvieron encantadas de conocerse y desde ese momento estaban convencidas de ser “hermanas” y así se llamaron.
Para mayor seguridad se hicieron la prueba del ADN. Y, gran decepción, no son hermanas. Reacción de las interesadas: “Que el ADN diga lo que quiera, pero María José y yo somos gemelas” (El País, 9-06-2011). Podían haber dicho que son almas gemelas o que se quieren como hermanas, o que sus lazos de amistad son más fuertes que los de la sangre, pero no basta: “somos gemelas”. Y tanto peor para la genética.
No hay más que alegrarse con ellas, pues dicen estar contentas de haber hallado una nueva familia maravillosa. Pero su reacción revela hasta qué punto la naturaleza ha quedado degradada ante el parentesco emocional, y la identidad biológica sometida a la identidad de elección.
Cuando la doble hélice del ADN se enreda con las propias emociones, la ciencia se desvaloriza. “Que el ADN diga lo que quiera, pero yo sé que este es el padre de mi hijo”, podrá decir la mujer tras una prueba de paternidad fallida. “Que el ADN diga lo que quiera, pero yo estoy convencido de que él la mató”, podrá asegurar el fiscal ante el jurado.
¿Cómo no se va a poder elegir una hermana gemela cuando hasta se puede cambiar de sexo con una simple inscripción en el Registro Civil, si el sujeto se siente “atrapado” en un cuerpo que no responde al género que él se atribuye? Si los propios deseos y la convicción personal son lo decisivo para que uno pueda elegir su identidad sexual, el genoma con XX o XY no es más que pura biología, datos mostrencos que no tienen por qué condicionar la propia identidad ni el parentesco.
Tampoco las parejas del mismo sexo pueden tener un hijo común, pero siempre se puede encargar un hijo legal mediante un vientre de alquiler, aunque esto suponga forzar los sentimientos maternos más naturales.
La rebelión contra la biología está solo en los comienzos. Igual que se ha reinventado el matrimonio para que las parejas del mismo sexo no se sientan discriminadas, también podría redefinirse jurídicamente la fraternidad para que cada uno decida quiénes son sus hermanos, diga lo que diga el ADN.