Apuntaciones sobre el relativismo y otras cosas
Más importante que la crisis económica me parece a mí la crisis de valores que vivimos cuantos ahora poblamos este mundo, edificado social y políticamente en la consigna de que “todo vale”, lo que en realidad significa que nada propiamente vale. No vale la pena, por tanto, cuestionar el valor de las conductas, ideas o creencias de este o aquel pueblo, esta o aquella persona. Está de más, por tanto, el atacarlas y el defenderlas, puesto que todas son igualmente aceptables. Lo mismo da propagar la idea de que debemos ser sociales, es decir, personas preocupadas por nuestros prójimos, próximos o alejados, que la de ser egoístas, esto es, personas que anteponen su interés o su conveniencia a cualquier otra consideración. Igual da defender el aborto que combatirlo, instaurar la eutanasia que calificarla de asesinato…
Sólo hay una cosa en la que casi todo el mundo está de acuerdo: en que la propiedad privada es sagrada e inviolable, siempre que esta aseveración se entienda en el sentido de que la inviolabilidad y la sacralidad se refieren a “mi propiedad” y no a la “propiedad ajena”.
Si alguien se atreve a poner en duda el valor de mis opiniones, desde ahora mismo le digo que me está faltando al respeto y que tengo todo el derecho del mundo a decir y hacer lo que me parezca. Como este principio se ha hecho universal, como todos los habitantes del mundo nos regimos por él desde que a alguien se le ocurrió que eso era lo verdadero, progresista y exacto, lo característico de nuestra época es que confundimos lo “valioso” con lo “válido”: lo que aporta algún valor a nuestra existencia, individual o colectiva, con lo que es simplemente “válido” por estar permitido o tener alguna licencia… Lo “legal” se ha superpuesto a lo “sustancial”, “moral” o “ético”. Ya lo dice el lenguaje de nuestros hijos cuando para referirse a que una persona es aceptable la califican de “tipo legal” en vez de nombrarla como “un caballero”, “un hombre bueno”, un tipo de fiar o fiable, etc.
La crisis social ha conseguido que casi todos nosotros vivamos evitándonos el esfuerzo de justificar nuestras preferencias morales o políticas. Estamos llenos de tópicos tales como el de que “no debemos juzgar a nadie”, aunque solo sea porque de esa manera nos libramos nosotros de que cualquiera nos juzgue y nos condene por nuestros hechos u opiniones. O ese otro, no menos nefasto, que reza: “lo que haces tú no es mejor ni peor que lo que hago yo, sino sólo algo diferente”.
A continuación expongo varios ejemplos de cuanto antes he escrito. El primero y mas importante me lo dan las palabras de nuestro rey después del almuerzo parlamentario conmemorativo de la victoria democrática sobre los golpistas del 23-F de hace treinta años. Don Juan Carlos, con toda justicia, nos ha dicho que ahora vivimos mucho mejor que antes, lo que es absolutamente cierto, pues basta recordar que quince o veinte días antes de la entrada en las Cortes del teniente coronel Tejero nuestro rey fue afrentado de modo grave y absolutamente anticonstitucional en el miniparlamento vasco reunido en Guernica, lo que sin duda justifica y explica el que no haya vuelto por allí desde entonces…
Otro hecho u otro dato ejemplar: la amistad entre Don Juan Carlos y Santiago Carrillo, puesta de manifiesto en el almuerzo y la tertulia organizados por el irreprochable José Bono y rememorativa de la no menos llamativa relación amistosa establecida entre el monárquico singular Luis María Anson y el líder sindicalista y comunista Marcelino Camacho, fallecido hace cuatro meses. Lástima es que hasta ahora tan señalados ejemplos no hayan prendido más entre los seguidores de unos y otros representantes de ideologías tan contradictorias.
Nuevo dato que refrenda la afirmación de nuestro rey: nunca ha habido en nuestras cárceles tantos presos como hoy purgan sus delitos. Ello demuestra lo mucho y bien que funcionan nuestros democráticos servicios de policía y justicia, capaces de colocarnos en este aspecto a la cabeza de Europa -en ningún otro país de ella hay tantos encarcelados, ni en número total ni en proporción al número de sus habitantes-, y eso que como es sabido nuestras democráticas autoridades gubernativas hacen cuanto pueden y saben para que solo se detengan y aprisionen a los autores de delitos comunes; es decir, a las personas vulgares que hacen cosas perjudiciales para unos pocos, pues como es lógico las selectas únicamente molestan, dañan o fastidian a cientos, miles o varios centenares de millares de sus vecinos o conciudadanos…
Podría exponer a continuación otros muchos ejemplos de lo mucho mejor que van las cosas ahora que antes. Me limitaré a un par de ellos, sin perjuicio de que en cualquier otro momento a lo mejor saque a la luz más y mejores demostraciones prácticas y eficientes del citado aserto. Uno de esos ejemplos es el de que antes no teníamos en España mas que un Boletín Oficial, el del Estado, para dar a conocer de modo público y eficaz las normas ordenadoras de nuestra convivencia política, social y económica. Hoy tenemos 20, el antiguo y 19 más, pues gracias a Dios y a la Constitución vigente disponemos de ellos para saber a qué atenernos, en lo que se dicta y organiza en todas y cada una de nuestras Ciudades y Comunidades y Autónomas respecto de la citada convivencia, que es mucho y por supuesto bueno, de modo que su número de páginas suele aumentar un 10 por 100 cada año. Ahí va un dato de lo mucho y bien que se preocupan de nuestra convivencia las personas al frente de los 20 gobiernos y que se sientan en los 20 parlamentos no menos sociales y democráticos: el pasado año 2010 los unos y los otros nos han dado 276 leyes ordinarias, 15 forales, 9 orgánicas, 14 Reales decretos-leyes, 1 Real decreto legislativo y 349 Reales decretos ordinarios, junto a 543 órdenes ministeriales y 774 reglamentos. Siempre habrá reaccionarios que pongan pegas a tan cuidada muestra de la preocupación de nuestros gobernantes por el bienestar colectivo. Dirán que el exceso de regulación y la poca estabilidad de las normas se asocian con su descrédito, y que tenemos poco tiempo para ponernos al corriente de tantas y tan continuas novedades, sin que ello nos exima de su debido cumplimiento.
Pero todo es relativo. Nadie puede dudar de que España vive hoy como nunca. Lo ha dicho el Rey. Punto redondo.