Carlos Aramburu Bayona*.- Pedro Sánchez ha vuelto a sacar a la palestra el aborto. No como una necesidad urgente —porque derechos mínimos ya regulados lo cubren—, sino como una bandera de combate, un instrumento más en su arsenal político. Y lo hace con una precisión tan calculada que huele a estrategia: generar polarización, activar lealtades, reclamar discurso progresista… y, sobre todo, cambiar la agenda.

Veamos los hechos: el presidente propone blindar el derecho al aborto en la Constitución, justo ahora, cuando la derecha muestra signos de incomodidad en torno a un debate donde el juicio moral es penalizado por amplios sectores de la sociedad.

Consideraciones morales a un lado, el aborto está regulado por ley y avalado por sentencias del Tribunal Constitucional.

Si la amenaza fuese real, la urgencia lo justificaría. Pero aquí el timing sugiere otra cosa: Sánchez necesita visibilidad, necesita héroes en batallas simbólicas; necesita mostrarse fuerte en terrenos donde la polarización y el frentismo puedan darle réditos electorales.

Porque, veamos: cuando el PP acusa de corrupción al PSOE, cuando los medios tratan de rascar en los escándalos, cuando crece la indignación social por los problemas del coste de vida, Sánchez vuelve al tablero de los derechos, al tablero del feminismo, al tablero de la moral pública. Es un tablero donde sabe que puede ganar puntos, porque hacerse retroceder en lo que muchos consideraban ya conquistado distante es impopular. ¿Y qué mejor que presentar al adversario —Ayuso, Feijóo, Vox— como un peligro para las libertades, y él como guardián de “los derechos y la dignidad de las mujeres”?

Pero esa estrategia tiene un lado perverso: instrumentaliza el sufrimiento, la vulnerabilidad y las convicciones. Porque no se trata solo de garantizar algo, sino de usar algo —las esperanzas, los miedos, los traumas— como combustible político. Se le pide al adversario que retroceda, que no cumpla leyes, para que el circo de la denuncia —y del aprovechamiento simbólico— brille con más intensidad. Se le exige al PP que respete la ley (registro de objetores, etc.), sí, pero ese clamor tiene el sabor de lo buscar un enemigo visible, un villano claro, mientras otros problemas estructurales de fondo siguen sin resolverse.

¿Es malo que se proponga blindar constitucionalmente lo que ya está garantizado en la ley? No necesariamente. De hecho, puede ser útil. Siempre que no sea un artificio vacío. Siempre que no sea un anuncio para salir en portada. Siempre que no sea una cortina de humo. Porque si al final todo queda en promesa y retórica, se habrá engañado a quienes sufren, se habrá usado el dolor y el derecho legítimo para tapar otras grietas.

Y aquí está la cuestión: ¿quién fiscaliza la estrategia, quién examina si se está defendiendo un derecho o simplemente vendiendo un discurso? Porque la política no puede consistir permanentemente en banderas ondeando sobre cadáveres simbólicos, sino en transformaciones reales, tangibles, en mejoras efectivas de forma que el derecho al aborto sea accesible, seguro, respetado; y no solo “blindado en papel”.

Pedro Sánchez puede sentirse cómodo cuando la oposición le recrimina, cuando los medios difunden su estrategia frentista. Esa visibilidad da poder, da imagen, le permite erigirse en defensor de libertades cuando otros intentan debilitarlas. Pero lo que verdaderamente importa no es la retórica. Es lo que haga después: los protocolos, el acceso clínico efectivo, los recursos en sanidad pública, el acompañamiento real, y no solo la constitucionalidad de algo que ya existe.

Porque si al final lo único que cambia es el discurso —y no la vida cotidiana de las mujeres—, esa promesa de blindaje será solo eso: una promesa hueca que habrá servido para algo muy clásico de la política: mantenerse en el poder entreteniendo al adversario con el oleaje de los derechos mientras los problemas que realmente pesan se siguen ahogando en la orilla.

*Jurista