Imagen de archivo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

AD.- Hoy una juez, probablemente para tapar la miríada de escándalos socialistas, ha procesado al novio de Isabel Díaz Ayuso por un presunto fraude fiscal de 350.000 euros. Podríamos hablar de la inoportunidad del procesamiento, pero es inopinable que existen serios indicios de un grave delito.

Contra la opinión de muchos, Ayuso es una líder débil, tremendamente débil, con muy escasos pertrechos intelectuales. Es muy eficaz en el flash, en la frase corta, en el impacto inmediato, en el chascarrillo, pero tiene muy escasa solidez. Aunque tiene la capacidad de polarizar mucho al público, no deja de ser vulnerable y endeble. Esta mujer, muy sobrevalorada por un amplio sector de la derecha española, nunca podría ser presidente del gobierno. En cambio, otros barones populares, manteniendo un perfil bajo, como Juanma Moreno en Andalucía, superan el porcentaje de votos que obtiene el PP en la Comunidad de Madrid.

Estamos ante hechos consumados. Hemos exigido siempre a miembros del gobierno que, al ser procesada su gente de confianza, aunque no se tenga una responsabilidad directa, dimitan en un acto de coherencia política.

Estar en política no es gratis. En política se exige responsabilidad, sobre todo, si se puede evitar que este escabroso asunto represente un balón de oxígeno para este Gobierno agónico y decadente. Por eso mismo, lo van a explotar hasta el extremo. Y el PP no se puede permitir el lujo de que los presuntos delitos del novio de Ayuso menoscabe sus posibilidades electorales. Es absolutamente imperativo quitarle a la izquierda tan extraordinaria baza.

Si no renuncia a su pareja, Ayuso se estaría convirtiendo en una rémora para el Partido Popular, más que en un revulsivo. Es cierto que en política hay casi tantos privilegios como en la monarquía. Se forma parte de una casta absolutamente privilegiada y eso conlleva ciertos sacrificios, ciertas renuncias, cuando toca dar un paso al frente. Sobre todo cuando están en juego tantas cosas. A Ayuso no le cabe otra que poner un paréntesis en su relación de pareja hasta que se célebre el juicio contra su novio y haya, si la hay, una sentencia absolutoria.  Ayuso no puede seguir viviendo un minuto más en el ático con su pareja, ya que esto es munición de primera clase que se le está regalando a la oligarquía gubernamental.

Isabel Díaz Ayuso debe sacrificarse por el bien de su proyecto político, incluso por el bien de España. Debe expresar su decepción con hechos. Aunque siga creyendo en la inocencia de su novio, hay un procedimiento penal incoado. Por tanto, son hechos consumados. Miguel Ángel Rodríguez, tan imaginativo él en ciertas maldades, le puede aconsejar en ese sentido.

Lo que se elogia a las instancias judiciales en ciertos casos no es cuestión de afeárselo ahora, señora Ayuso. De ahí que, en un ejercicio de responsabilidad y de compromiso en la lucha contra la corrupción, lo más adecuado sería hacer lo contrario que hace la mafia gubernativa. O lo hace Ayuso ahora o el procesamiento de su pareja será oro puro para el PSOE, cuyas terminales mediáticas ya han puesto en marcha la trituradora para opacar los escándalos gansteriles del sanchismo.

Deseamos pues que Ayuso sepa estar a la altura de las circunstancias. No cabe otra que renunciar a su relación sentimental. Y así como Pedro Sánchez puso su amor conyugal por encima del interés de España, que esperaba su desaparición y renuncia, Ayuso ha de hacer justamente lo contrario: renunciar al amor, tal y como han hecho muchas personalidades políticas a lo largo de la historia, anteponiendo así el interés general al suyo propio. Sacrificar, por tanto, el amor, el afecto sentimental, en aras del bien mayor que necesita la nación en este momento.

Se trata, en definitiva, del interés de España, que no es otro que expulsar a esta infame gentucilla del poder lo antes posible.