Nico Williams y Lamine Yamal

AD.- De todos es sabido que el periplo deportivo de la Selección Española de fútbol ha llevado al equipo a clasificarse para la final de la Copa de Europa. El eufórico entusiasmo del público, enardecido por la parcial victoria de España, con ese patriotismo de bajísimo nivel, caracterizado por el consumo ilimitado de cerveza y el colocón de marihuana, ha llevado a las furcias mediáticas a colocar a dos jugadores de color en el panteón de los dioses.

Ni Lamine Yamal ni Nico Williams han sido los únicos jugadores negros de la selección ni han inventado la sopa de ajo. Ahí están Donato, Marcos Senna, Diego Costa, Rodrigo Moreno, Iñaki Williams, Anso Fati, y Alejandro Balde, que lucieron los colores nacionales y no provocaron ninguna fiebre solidaria. ¿Qué es lo que ocurre entonces? Pues que hay que aprovechar el evento de la Copa de Europa y la presencia de dos morenos en la selección nacional para blanquear la llegada de miles de jóvenes varones africanos a las costas de las islas Canarias.

Se trata de evitar el rechazo de la sociedad española, no ya a los inmigrantes, sino a unos políticos inútiles, manejados siempre por intereses espurios, que se muestran verdaderamente complacidos con la afluencia masiva de aquellos que, sin formación específica alguna, no pueden vivir mas que subsidiados y en acogida. La compasión que pretende suscitar la campaña mediática de blanqueo de la invasión foránea ha encontrado un verdadero aliado en la alineación de la Selección nacional. Dos chicos de color que juegan tan bien al fútbol que nadie podría negarse a asilar e integrar a los miles de africanos desembarcados, si todavía le queda una pizca de humanidad.

La avalancha de emigrantes no es casual, sino provocada por los oscuros intereses de una élite globalista, educada en Yale, Stanford y Harvard, Oxford y Cambridge, que desea crear una nueva sociedad en la que unos pocos privilegiados esclavizarán, cual nuevos negreros, a unas masas foráneas más o menos subvencionadas. Es la nueva sociedad en la que la antigua población europea no tendrá ya cabida. Los únicos blancos que existirán serán ellos, los guays, los de los penthouses de Manhattan, que vivirán tan ricamente a costa de todos los demás.

De eso se trata pues. Porque ni Lamine Yamal ni Nico Williams son Blas de Lezo ni el general Palafox. Son una excusa, un motivo, una razón mediática para que la opinión pública renuncie a sus más fundados temores y se pliegue a aceptar resignadamente la nueva España que quiere construir el dictador Sánchez a costa de la ruina social, cultural y económica de sus habitantes. Fiel a sus mentores, Sánchez y sus ricos amiguetes utilizarán todos los medios para que a España no la conozca ni la madre que la parió.

La final contra Inglaterra se convertirá pues en esa prueba del algodón por la cual se demostrará que la llamada “Roja” nos es más que otro esputo del sistema globalista, siempre dispuesto a alimentar con cerveza, porros y bocadillos de chope a las masas cretinizadas por el fútbol. El pan, eso sí, cada vez más duro, y el circo… formado sólo por tristes payasos pintarrajeados con los colores del arcoíris, que llorarán sin parar frente a un público torpe y atontado, que se divertirá desvergonzadamente hasta morir.