La libertad, lo mejor
Por fin el populismo sano -We, the people, que arranca la constitución USA de 1787- no el de los chinos, que gastamos aquí, ha dicho la última palabra, poniendo fin a la penosa monserga e intemperancia de los autoproclamados politolaringólogos de guardarropía, tanto de izquierdas, como de derechas autónomas, que pretenden suplantar o imponer sus gustirrinines a las ciudadanías, gentíos y chusmas descarriadas. ¡Quanta cura, Dios! Ese populismo quisiera yo para mi patria –a lo Antonin Dvorák- y no el casposo, desdicho y cochambroso, que se nos ha colado en el congreso y en el senado.
Más de un cretino casero, de un pringado leonés, con ojitos de muñeco de Maricarmen, habría traducido “nosotros los súbditos”, “nosotros los plastas”, “nosotros los carnuces”…
Pero no. La traducción es “nosotros, el pueblo soberano” lo quieran o no los porqueros. USA locuta, causa finita est. Ese ha sido el grito de los vencedores. ¡USA, USA, USA!, que ya era hora. Y una prensa palurda, irrespetuosa, parcial y sectaria a ultranza, ha quedado como un culo ante la opinión pública, al menos la española, que ha podido observar cómo, desde esos centros de sapiencia, se estigmatizaba a un personaje de origen alemán, curtido por el éxito americano, que no es ninguna tontería -como la mujer que le acompaña, que ya les gustaría a muchos millonarios- y que ha triunfado en lo que nadie suele triunfar, en lo económico, salvo el Amancio, que ya quisiéramos que se pusiese un tupé parecido y nos sacase de pobres.
Todo, porque ha bajado a la arena, para complicarse la vida, cuando podía quedarse al margen y reírse viendo –desde una de sus torres suntuosas, o en Betanzos o en Arteixo- cómo los demócratas deslizaban al país hacia la mugre purulenta y hacia la cochambre multitudinaria –con parejitas de embajadores depilados con la que nos han honrado- a la vista de un mundo, que si no habla en alemán, en ruso o en japonés, es porque USA contribuyó sustancialmente a quitárnoslos de encima y luego, generosa e inteligentemente, supo replegarse, sin expandirse, dejando, todo lo más, retenes para el bien de todos.
Y tan solo diciendo obviedades, cómo que las fronteras de su nación no se violan, que los concebidos deben ser considerados como nacidos, para todo lo que les sea favorable, que los matrimonios como Dios y natura mandan, que cada uno en su casa y Dios en la de todos, que Dios bendiga a América y a los americanos. El mismo Dios, en el que confían, según los dólares verdes y el que les ha visto, de siempre, con el mazo dando, de madrugada, a mediodía, y de atardecido. Cosas todas de cajón, verdáhijo, como recuperar lo del “made in USA” de la Mecánica Popular de los cincuenta, el americanismo profundo de los inmensos maizales, hechos a mano, tanto como poder felicitarse unos a otros en Navidad y en Pascua de Resurrección, o comiendo el pavo de la acción de gracias y cosas así de familiares y lejanas a los lobbies gayses y al marraneo del todo vale, que tanto molestan a la niña del exorcista. América nos va a enseñar lo que es resucitar de la mediocridad y más de un gilipollas, palurdo, se levantará -cual resorte- cuando pase la bandera barrada y cuajada de estrellas.
En fin, que aun es pronto para valorar cuantas ventajas va a tener este desenlace, que ya era hora de que se produjese y que se ha hecho largo y premioso. Ya nos dirán las autoridades en la materia –sexudos ellos, porque otra cosa, niente de niente- la repercusión que ha tenido en este éxito y desenlace la postura de los ayuntamientos de Quintanilla de Onésimo, Majarambroz, Icod de los vinos, Quijorna y otros, como el carmenífero de Madrid, muy del corrupto Múgica “el pobre”, el de Valencia, de progreso y el de la Barcelona de la Colau, que sin duda habrán inducido, en gran medida, el voto de los omajanos de Omaha, los nebraskíes de Nebraska y los wisconsinianos, tan lectores ellos del Mundo, del País o del ABC. Nunca se sabe, porque los ayuntamientos y los periódicos españoles, los carga el diablo, con pólvora rubia y mostacilla perdiguera.
Y para colofonar, me manifiesto, en virtud de la libertad, sagrada ella, a favor de los estudios de primaria y secundaria de dos velocidades. Nada de todos café, nada de colectivismo. A la carta. Una velocidad, incómoda, con asientos de madera, profesores mal encarados, con licencia para enderezar arbolitos con rodrigón, con deberes para casa y reválidas a tope, para los niños cuyos padres les amen lo suficiente para que sean competitivos, no se arrimen a la cola –que ahí no se aprende nada bueno- y adquieran y tengan de por vida conocimientos y porvenir, para su bien y el de la patria, y otra velocidad comodísima, muelle, que ni se siente, para aquellos niños cuyos padres consideren que los deberes son malos, no aportan nada y prefieren ver a sus vástagos en actividades extraescolares, como ballet, declamación, cría de conejos, modelación en plastilina, claqué y danzas populares rusas, colectivas y solidarias, eso sí y se acabó Aquí paz y después gloria. No más discusiones al respective. ¡Libertad!
Fino y punzante artículo. Para reenviar a esos conocidos que todos tenemos y que lo primero que hacen al levantarse es meterse un chute de dogmatismo progresista. Almuerzan con treinta minutos de TV narcotizante a cargo de la sexta, y al acostarse se ponen la dosis del recuerdo en formato de radio cadena ser o sucedáneos.