Osama Abdul Mohsen, junto a la plantilla del Real Madrid.

AD.- El caso del refugiado sirio Osama Abdul Moshen constituye la mejor comprobación de que una parte de la población española, pongamos el 20 por ciento, sobrevalorada mediáticamente y sobrerepresentada socialmente, quiere morir. Odio de sí mismo, arrepentimiento, autoflagelación, etnomasoquismo, xenofilia… Todo esto ya ha sido analizado un millón de veces y se puede resumir en una pulsión de muerte. Es un suicidio lento, pero real.

El 20% de los españoles desea, pues, morir, quiere desaparecer. Es su problema, pero nos quieren arrastrar al resto en su caída. Estos trastornados quisieran que hasta el recuerdo de sus antepasados fuera borrado de la faz de la tierra que les vio nacer. Les quieren dejar abiertas las puertas de par en par a cualquiera que venga de fuera. Si se enteraran que hay vida extraterrestre, les abrirían los brazos (y las nalgas) a los marcianos. Y pronto oiríamos: ¡Papeles para todos! ¡Sanidad para los hombrecitos verdes!

Otro 60% está dispuestos a seguirlos, llevados por su instinto gregario, la cabeza hueca y la mirada clavada en la pantalla de la televisión, como lemmings, en tropel y sin siquiera pararse a respirar. Quieren morir, no hay caso, aunque se crean que se encaminan al buen puerto de la sociedad ideal. ¿No es eso acaso lo que le repite incesantemente la letanía oficial, difundida por todos los medios del sistema?

Queda un 20%. Estos no quieren morir, quieren vivir. Llevan en sí otra cosa que no es esa fangosa resignación travestida de esperanza en las mentiras con las que ceban el rebaño lanar en que se ha convertido un pueblo, por cuyas venas corría antaño algo que se llama sangre.

El refugiado sirio Osama Abdul Moshen.

Por el camino que llevamos, y conducidos por los malos elementos que se han colocado a la cabeza de una sociedad en perdición, vamos derecho a una guerra a muerte entre los partidarios del suicidio (ayudados por los alógenos recién llegados) contra los partidarios de la vida, un enfrentamiento de los enemigos del orden natural contra los defensores de los valores de nuestra estirpe. Entre esos dos 20%, el restante y aletargado 60% quedará atrapado en un fuego cruzado. Tendrán que elegir en qué trinchera ponerse.

El caso que nos ocupa está relacionado con la decisión de la Escuela Nacional de Entrenadores de Fútbol (Cenafe), ubicada en la localidad madrileña de Getafe, de rescindir temporalmente el contrato del refugiado sirio Osama Abdul Moshen dada su “dificultad” para el aprendizaje del español, lo que le impedía una correcta realización de sus funciones.

Así lo ha confirmado en un comunicado el presidente de Cenafe, Miguel Ángel Galán, quien ha subrayado, de esta forma, que los motivos para no renovar el contrato de trabajo de Moshen se deben “estrictamente” a cuestiones profesionales.

Galán deja abierta la puerta a un futuro contrato a partir de febrero de 2017 “si se materializa su conocimiento del idioma y la integración necesaria para el desempeño de labores administrativas” y asegura que su empresa no ha querido hacer ningún uso público de la imagen del refugiado sirio.

Osama Abdul Moshen, conocido por sufrir una zancadilla de la periodista húngara Petra Laszlo cuando intentaba colarse ilegalmente en el país magiar tras romper violentamente el cordón policial, llegó a España como en heroe en septiembre de 2015 gracias a una generosa oferta de trabajo que le hizo Cenafe. Desde entonces vive con sus dos hijos en un piso de Getafe, cuyo alquiler abona esta escuela de entrenadores con el dinero de todos.

Su situación actual de desempleado no es sino la misma que sufren todos esos cientos de miles de compatriotas que han perdido sus empleos en los últimos años. La diferencia la marca, en el caso de Osama Abdul Moshen, su condición de refugiado de religión musulmana, lo que le convierte en objetivo de atención predilecta por parte de políticos, medios informativos, sindicatos, ONGs e internautas. La polvareda levantada ha sido tal que su antigua empresa ha tenido que dar explicaciones. A diferencia de los trabajadores autóctonos españoles, Osama está recibiendo una oleada de apoyo de amplios sectores progres españoles y una atención informativa que los parias de casa están siempre lejos de recibir. Él, entre tanto, olvidando la hospitalidad recibida y las generosas retribuciones percibidas por desempeñar un trabajo de dudosa utilidad social, se dedica a explotar el victimismo en todos los medios donde es requerido.

Osama Abdul Mohsen, junto a la plantilla del Real Madrid.

La reincorporación laboral de Osama a su puesto de trabajo se ha convertido en un clamor en medios progresistas, que incluso tachan de “racista” a Cenafe. Consideran que el despido de un trabajador sirio que no cumple una condición tan imprescindible como conocer el idioma del país donde trabaja (pese al largo año transcurrido), representa un intolerable acto de “discriminación racista”. Las mismas fuentes, sin embargo, no consideran discriminatorio que el número de desempleados españoles que perciben menos de 300 euros mensuales se haya incrementado en medio millón desde el año 2008. Tampoco parece que les sobrecoja, en igual medida al despido del sirio, el elocuente dato de los cuatro millones de compatriotas en paro, la existencia de 770.000 hogares sin ingresos o el hecho de que el 34 por ciento de los trabajadores españoles gane menos de 645 euros cada mes.

El presidente de Cenafe aclara que el contrato de trabajo de Osama Abdul Moshen tenía una duración de doce meses, hasta septiembre de este año. “La no renovación del contrato laboral que unía al trabajador con la empresa se circunscribe, exclusivamente, a motivos profesionales” -explica- y argumenta que su “dificultad para el aprendizaje de nuestra lengua pese a la insistencia de la empresa pidiendo su implicación en esta materia, impedía una correcta realización de sus funciones aumentando los inconvenientes que esto ocasionaba en la relación laboral con el resto de los empleados”.

Mientras millones de españoles viven por debajo del umbral de la pobreza, el sirio ha cobrado 1.200 euros por cada mes de los 14 trabajados como entrenador de fútbol. A esta cantidad hay que añadir la asunción por parte de la empresa del coste del alquiler de su casa (600 euros), más otros 700 euros para gastos generales. En total, 2.500 euros mensuales, sin contar la atención dental gratuita recibida por toda la familia.

Miente Osama Abdul Moshen al denunciar la desprotección económica en la que queda su familia tras el despido. La empresa ya ha anunciado que será readmitido en febrero. La única condición es que aprenda español. Entre tanto, la economía regalada del sirio no sufrirá apenas merma. Disfrutará de cuatro meses de paro y los sufridos contribuyentes españoles continuarán costeándole, a él y a su familia, la casa, la ropa, el dentista y hasta los gastos de móviles e internet. Nunca una zancadilla había sido tan rentable.

Por si fuera poco y mientras miles de españoles con una extensa vida laboral han sido desahuciados, Obama y los suyos seguirán disfrutando de casa gratis hasta noviembre de 2017.

Definitivamente, peor que ser paria en la India es ser paria en España. Para alcanzar tan degradante condición basta con no haber tenido la suerte de ser un inmigrante o con llamarse igual que el autor intelectual del atentado del 11-S. Aunque no haya aprendido nuestro idioma, Osama Abdul Moshen sí habrá tenido tiempo para conocer las debilidades de este sistema putrefacto que ha consagrado el principio de que “los españoles, lo último”. Eso le permitirá seguir explotando el “drama” de la zancadilla en Hungría y con ello poder vivir de este cuento en que se ha convertido la solidaridad con todo el que venga de fuera.