La estrofa 1392 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- El episodio titulado por un copista «Enxienplo del gallo que falló el çafir en el muladar» contiene una adaptación de una fábula de tradición esópica que la alcahueta Trotaconventos le cuenta a la monja Doña Garoça para tratar de convencerla de que debe dejarse seducir por el Arcipreste (o su alter ego Don Melón de la Uerta/Ortiz). Pero el relato nos ha llegado en tres manuscritos medievales (G, S y T) que contienen tantos errores de transcripción y tantas diferencias entre sí que el sentido pleno de algunas de sus estrofas ha constituido un misterio filológico que ha perdurado hasta nuestros días.
Comienza la fábula en la estrofa 1387, especialmente corrompida por los copistas, pero cuyo arquetipo perdido tuve ocasión de reconstruir en un trabajo anteriormente publicado. Ahora, para poder descifrar el misterio filológico que encierra la estrofa 1392, es necesario traer aquella a colación. Pero esta vez partiré directamente de la versión reconstruida, a la que añado ahora una leve mejora, fundamentalmente en su segundo verso, al sustituir mañana -palabra que contienen los tres manuscritos- por maraña, pues el primero de estos sustantivos, además de requerir de un artículo o de una preposición precedente para evitar una incorrección sintáctica que de añadirse convertiría al hemistiquio en hipermétrico, incorpora un elemento irrelevante para el relato, el momento del día en que sucede la historia. El arquetipo perdido de la estrofa sería, por lo tanto:
«En un muladar andaba el gallo chico;
estando escarbando maraña con el pico
halló un çafir goliardo dentro de un carcavico;
espantose el gallo, dijo como santico:»
Ciertamente, la voz maraña no debía de ser muy conocida en aquella época puesto que un siglo más tarde no la recogerá Nebrija en su Diccionario español-latino (h. 1494); pero Corominas (DCEC) la considera «de origen incierto, quizás prerromano» y la encuentra emparentada «con el tipo provenzal y francoprovenzal baragne ‘zarzal, maleza, estorbo’».
Covarrubias sí la recogerá en su Tesoro (1611) con varias acepciones; pero, en cuanto a la que nos interesa, se remite a un testimonio hoy perdido de El Brocense, y se limita a definirla en términos latinos, que serán traducidos al castellano por el Diccionario de Autoridades (1734) al reseñar una de las seis acepciones conocidas de la palabra (actualizamos ligeramente su ortografía):
«MARAÑA. s. f. La abundancia de malezas, que hacen impracticables los montes y otros sitios. Es del Griego Maralna, que significa el sitio áspero e intricado, según El Brocense, citado por Covarr[ubias]. Latín. Implicatum nemus»
En cualquier caso, la cuarteta comienza contando la historia de un pollo (gallo chico) que al escarbar en un basurero encuentra un zafiro vagabundo (goliardo) que un rico ha perdido; pero en vez de alegrarse de su hallazgo le muestra su desprecio por no servirle de alimento. El zafiro, despechado, le responderá en la siguiente estrofa que no actuaría así si supiera cuántos honores recibiría si su dueño lo hallara. De la comparación con esta fábula la alcahueta extrae dos ejemplos de la vida real que expone a continuación. El primero se refiere a los libros en general, que muchos leen pero no llegan a entender, alusión que la crítica filológica ha considerado tradicionalmente como una alusión a la propia obra del Arcipreste y que, sin serlo necesariamente, no se puede descartar, debido a la abundancia de segundas intenciones en ella y al hecho de utilizar el número singular en el verso: «muchos leen el libro e tiénenlo en poder / que non saben qué leen nin lo pueden entender» (vss. 1390ab). El segundo ejemplo es más genérico y se refiere a cualquier «cosa preçiada e de querer» a la que su poseedor no honra como debiera. En la siguiente estrofa, la moraleja se despliega como una imprecación contra aquel que, comportándose como el gallo de la fábula, desprecia la buena suerte que Dios pone en su camino, a quien la alcahueta desea que encuentre muchos sufrimientos y penalidades en la vida, es decir, que «aya mucha lazería e coita e trabajar» (v. 1391c). Y ahora llega el momento de aplicarle las enseñanzas que pueden derivarse de esta fábula a Dª Garoça, en una estrofa en la que se encuentra otro de los grandes enigmas filológicos del episodio. La reseñamos según la edición de Blecua (1998):
«Bien así contesçe a vos, Doña Garoça:
queredes en convento más agua con la orça
que con taças de plata, e estar a la roça
con este mançebillo, que vos tornaría moça»
Básicamente, la alcahueta compara a la monja con el pollo que desprecia un objeto valioso al acusarla de preferir beber agua en una modesta orza o tinaja del convento a beberla en tazas de plata con su joven pretendiente, el cual la haría sentirse otra vez moza. Pero, ¿qué significa la expresión «estar a la roça»?…Antes de entrar en su análisis debemos exponer que, aparte de existir en los manuscritos alguna divergencia de orden menor en otros hemistiquios, las diferencias de lecturas que nos encontramos en éste nos demuestran, al carecer todas ellas de un sentido fácilmente reconocible y ajustado al contexto, que se debieron a que ninguno de los respectivos amanuenses entendió el mensaje que tenía que transcribir. Vamos a compararlas:
-Ms. G: «estar alaroça»
-Ms. S: «e estar a la roça» (o «e estar ala roça»)
-Ms. T: «e estar alaroça»
Veremos lo que los editores y críticos del Libro han entendido por esta expresión a lo largo de la historia.
T. Sánchez (1790) sigue la lectura del ms. S modificando su ortografía, en su correlativo v. 1366c, «e estar a la roza», no obstante lo cual en su glosario final, en la entrada Roza, sustituye esa expresión por Estar en la roza, y dice a propósito de ella: «Parece estar en conversación».
Cejador (1913) sigue estrictamente la lectura del ms. S y comenta : «A la roça, muy pegado, como en Aragón de roza, que significa andar muy pegado a faldas, etc., y rocero, el demasiado familiar con sus inferiores y el aficionado a mujeres, del rozarse demasiado, del cual roza es posverbal».
J. Oliver Asín, en su artículo Historia y prehistoria del castellano “alaroza” (BRAE, 1950), rechaza la lectura «a la roça», expresión a la que no encuentra sentido, y defiende la existencia en el verso de la palabra alaroza (o alaroça), castellanización del árabe «al-‘arūsa», que significa ‘novia musulmana’, y de la cual existía un único testimonio en el Cancionero de Baena, aunque en un dezir escrito en gallego. Pero para que encaje sintácticamente en el verso abre una cuarta vía entendiendo que entre el verbo ‘estar’ y el sustantivo ‘alaroça’ el copista omitió el adverbio ‘como’ . Así, el hemistiquio “estar como alaroça” tendría su perfecta métrica y supondría una indicación de la alcahueta a Dª Garoça para que aceptara casarse con el mançebillo/Arcipreste ya que éste la trataría como a una esposa musulmana, mejor que si fuera una cristiana, poniendo como ejemplo de ese supuesto privilegio que él pondrá el ajuar, como las tazas de plata mencionadas y -según deduce de la dos estrofas posteriores- su alimentación y sus vestidos, que serán más lujosos de los que están a su alcance en el convento.
M. Morreale, en su artículo Apuntes para un comentario literal…, (BRAE, 1963), defiende la antigua existencia de la expresión «a la roça», por su proximidad con el verbo rozar, empleado en el conocido refrán «del roce viene el cariño», aunque elogia el trabajo de Asín y admite la posibilidad de que el poeta utilizara aquella expresión con un doble sentido entre «a la roça» y «alaroça».
Chiarini (1964), Corominas (1967), Joset (1974) y Gybbon-Monnypeny (1988) siguen la lectura del Ms. T y la teoría de Asín para la palabra alaroça, pero no corrigen el hemistiquio añadiendo el adverbio propuesto por éste para perfeccionar el hemistiquio. No obstante, Joset da cierto crédito a la teoría de Morreale dándola como posible, y Gybbon-Monnypeny afirma: «Y, sin embargo, si estuviera sólidamente documentada a la roça como expresión castellana, tal vez fuese mejor imprimirla así». Blecua, que ya hemos visto que transcribe la versión a la roça, deja anotada todas las demás teorías pero se inclina por la manifestada por Morreale
Pero en este trabajo vamos a rechazarlas todas las teorías anteriores, pues si la expresión “a la roça” es totalmente desconocida en la literatura medieval, la teoría de Asín nos parece un profundo despropósito por las siguientes razones:
1ª) Es una obviedad que cualquier hombre rico y galante que desee contraer matrimonio con la mujer que ama la obsequiará con todos los caprichos que se pueda permitir, y que esa vida no se parecerá en nada a la austeridad de costumbres, cuando no pobreza, exigida a la monjas por la disciplina de los conventos, por lo que, lógicamente, nunca comerán manjares ni vestirán lujosos paños.
2ª) No hace falta ser un novio musulmán para ofrecer una vida lujosa a una mujer; solo hace falta ser rico y afectuoso.
3ª) No existe a lo largo de toda la extensa obra del Arcipreste un solo indicio de que su personaje fuera musulmán, pretendiera pasar por uno de ellos o admirara de alguna manera la cultura o religión mahometana, algo totalmente incompatible con las devotas oraciones a la Virgen María que el Arcipreste va incorporando a lo largo de su obra y con su propia misma profesión. Tampoco existe indicio alguno de que Dª Garoça tuviera un origen morisco.
4º) No tiene sentido que todos los copistas eliminaran del hemistiquio el adverbio ‘como’, tan fácil de entender, y en cambio dejaran incólume la palabra ‘alaroça’, un vocablo tan extraño que no dejó huella alguna en la literatura en castellano de su época.
Para desentrañar este misterio filológico tenemos que situarnos tanto en la mente creadora del poeta como en la mente de los copistas, algunos de ellos poco diligentes en su trabajo al encontrarse la menor dificultad de transcripción, y otros verdaderos manipuladores, que adaptan el texto a su conveniencia cuando el original no se acomoda a su particular gusto.
¿Qué pudo ocurrir para que un primer copista manipulara el texto de este verso y lo hiciera ininteligible?
Si nos fijamos en la estrofa, la alcahueta está estableciendo un paralelismo entre la actuación del gallo de la fábula y la indiferencia que muestra Dª Garoça. Por lo tanto, el poeta construirá la segunda estrofa siguiendo el mismo esquema que se marcó en la primera, sin salirse de su contexto y de un modo que el lector entienda fácilmente la comparación. El problema estriba en que el hemistiquio correspondiente a la primera estrofa estaba ya corrompido por un primer copista cuando otro posterior se enfrentó a la transcripción del segundo, lo que le impidió entender correctamente lo que tenía que transcribir. Volvemos, por tanto, al verso 1387c; pero esta vez mostraremos, tras nuestra reconstrucción del primer hemistiquio, las versiones del segundo que presentan los tres manuscritos:
[halló un çafir goliardo] él nunca mejor vido (ms. G) / mejor ome non vido (ms. S) / mejor omne non vido (ms. T).
Decíamos en nuestro trabajo de reconstrucción del arquetipo perdido de aquella estrofa:
1º) Que todos los versos debían terminar en -ico.
2º) Que no tenía sentido utilizar el hemistiquio para ensalzar de esa manera hiperbólica un zafiro fuera de un contexto que lo exigiera, por lo que ese lugar debería ocuparlo, de un modo y natural, la indicación del lugar en el que el gallo había encontrado al zafiro.
3º) Que la reconstrucción del arquetipo perdido debía partir del más fidedigno de los manuscritos, el G, porque su copista no tenía una verdadera intención manipuladora sino que transcribía lo más fielmente posible el texto que debía copiar imitando su grafía en la medida de lo posible. Por lo tanto, la palabra ‘nunca’, inexistente en el resto de los manuscritos, debía proceder de algún error de lectura del texto original y nos iba a servir de importante pista para determinar el lugar en el que se hallaba el zafiro: nunca > un ca[…]ico.
4º) Que la razón más probable que habría llevado a ese primer copista a desfigurar el hemistiquio era haberse topado con un localismo que le pareciera ininteligible. Y ese localismo propio de la provincia de Jaén, patria chica del Arcipreste, no podía ser otro que carcavico; es decir, una pequeña oquedad.
Por lo tanto, si el gallo se había encontrado al zafiro dentro de una concavidad o agujero, en la comparación que hace la alcahueta debíamos recurrir a un concepto similar para situar en él al mançebillo. Pero esta operación mental del poeta requiere también reconsiderar el papel de las tazas de plata en la estrofa que ahora analizamos. Las tazas ya no serían el regalo que el Arcipreste (o su alter ego) estaría dispuesto a entregar a Dª Garoça si aceptara casarse con aquél, sino que serían una metáfora alusiva al valor del propio amante. El verso debería ser reconstruido partiendo, pues, de que la alcahueta reprocha a Dª Garoça que prefiere beber más agua con la vulgar orza del convento que con el tesoro (‘tazas de plata’) que está depositado ficticiamente en el hoyo donde se encuentra el joven amante, ocupando el lugar del zafiro de la fábula.
Hemos visto que el poeta renuncia en esta estrofa a la rima consonante para componer su estrofa, incumpliendo el estricto canon que marca la técnica de la cuaderna vía: la palabra orça solo rima asonantemente con Garoça y con moça. No nos puede extrañar ahora que vuelva recurrir a este tipo de rima para rematar el tercer verso con una palabra, sinónimo de ‘hoyo’, que cumpla ese requisito. Y tenemos una bien conocida de origen latino: ‘fossa’. En el Libro de Alexandre, escrito en castellano romance en el primer tercio del siglo XIII, nos encontramos una mención de esta palabra en el verso 1633c que demuestra que aun siendo latina ya había sido incorporada al acervo del castellano por una parte de los escritores de la época, al menos en su acepción de ‘sepultura’, aunque la forma más empleada fuera uesssa. Curiosamente, de los manuscritos medievales en que nos ha llegado esta obra, el ms. O recoge la forma fossa mientras que el ms. P escribe en su lugar uessa.
No obstante, la forma fossa sigue siendo un término estrictamente latino en el Diccionario de latín-romance de Alfonso de Palencia (1490), aunque ya la traduce al castellano con el sentido más amplio con el que la usó el Arcipreste:
«Fossa: Foya, hondura, tragadero e cosa cavada: dende fossado dizen porque tiene muchos foyos»
Poco más tarde la registra, también como término latino, el Diccionario latino-español de Nebrija (1492), y con la misma amplitud de significado:
«Fossa:[…] por la cava, hoio o uessa»
Cerca de dos años después, Nebrija publica su Vocabulario español-latino (h.1494), que aún no contiene una entrada en castellano para fossa pero sí para el sintagma uessa para enterrar, que hace equivalente a la palabra latina fossa.
El Tesoro de Covarrubias (1611) la recoge ya en castellano y con una sola ese:
«FOSA, vale hoya, o lugar cavado.[…]»
Sin embargo, el Diccionario de Autoridades (Tomo III, 1732) retoma la doble ese:
«FOSSA. s. f. La hoya o lugar cavado, que se abre en la tierra para diferentes usos.[…]»
A la vista de esa evolución histórica ya podemos contestar a la pregunta que antes nos hacíamos. El primer copista que se encontró huérfano del modelo de referencia por la corrupción del segundo hemistiquio del verso 1387c, leyó la palabra fossa en el correlativo verso 1392c y la entendió en su significado de ‘sepultura’, por lo que, no teniendo sentido que el joven seductor se encontrara muerto, se vio en la necesidad de sustituir el texto que leía por otro de similar grafía, con tal de no dejar en su manuscrito un espacio en blanco que desmereciera su trabajo. El resultado fue una cadena de errores que ha causado un verdadero quebradero de cabeza a la comunidad filológica durante más de dos siglos.
No habiendo podido documentar la forma medieval foça, reintegraré el arquetipo de esta estrofa con la forma fossa, y añadiré, como inicio de este controvertido hemistiquio, el relativo que para dar pleno sentido al verso, sustituyendo también la preposición a por en:
«Bien así contesçe a vos, Doña Garoça:
queredes en convento más agua con la orça
que con taças de plata que están en la fossa
con este mançebillo que vos tornaría moça»
Reproduzco a continuación la imagen de esta estrofa en los tres manuscritos mencionados, y que el lector tenga la última palabra.