Hemos ganado
Juan Carlos Girauta.- El colapso del ‘wokismo’ como discurso hegemónico ha sido mucho más rápido de lo que cabía esperar. No era en absoluto evidente lo que había sucedido en el, digamos, pensamiento de la izquierda. Si uno analizaba el estado de partida y el de llegada del ‘ser de izquierdas’ quedaba tan desconcertado por la desconexión que ni siquiera consideraba posible la existencia de fundamentos comunes. Mucho menos de encajes estructurales. Con no poco esfuerzo, llegamos a entender esa transición. El izquierdismo hasta principios de la segunda década del siglo XXI arrastraba aún, en su vertiente popular, los despojos del cadáver teórico marxista. Como es sabido, las pretensiones de cientificidad, y la comodidad de una teoría omnicomprensiva, infunden al izquierdista una injustificada y temeraria tranquilidad en el debate, que traducirá en actitudes de superioridad moral (dada la imposibilidad práctica de demostrar superioridad en un plano meramente intelectual, sin sentimentalismos). Triunfó la figura del maestro ciruela. Una consecuencia inesperada de la caída del comunismo fue la aparición de gurús de izquierdas mentecatos.
Desde mediados de la pasada década, el grito histérico, el insulto compulsivo, la llantina victimista y la acusación de violencia a quien le llevara la contraria aisló al izquierdista bajo un caparazón. Entiendo a quienes, manteniendo sus posiciones marxistas, más o menos revisadas, mostraban repulsión ante tanta obscena idiotez. De repente, ser de izquierdas ya no significaba lo que siempre había significado, la adscripción a un lenguaje con unas cuantas ideas, un código para relacionar disciplinas, una jerarquía de estas disciplinas, más ciertos dogmas fundamentales. De la comodidad que proporcionaba un ‘sistema’ asimilable con las lecturas adecuadas… al descaro de pontificar sobre lo que te echen (sintiéndolo muy fuerte): la inconveniencia de fotografiar a tribus amazónicas, la maldad occidental, las ventajas de prescindir de Dios, los lobbies sionistas. Luego, entre sombras de sombras del tándem Marx-Freud, el sexo. Y desde ahí, nada.
Este razonamiento sobrevino: no hay dos clases sociales, ergo no hay lucha de clases, ni intereses antagónicos. La izquierda murió. ¿Por qué no se notaba? Porque dos postmarxistas madrugadores habían propinado una descarga eléctrica a lo Frankenstein al inerte cuerpo. Si los repentinos woke no habían sentido una terrible sacudida, si parecía que no había mediado solución de continuidad entre los mundos de 2010 y 2020 (fechas para el gran público, en la universidad había sucedido mucho antes), fue porque se levantaron antagonismos irreconciliables e intereses contrapuestos en todos los ámbitos imaginables, incluyendo esta vez las ciencias duras. Después de muerto, Foucault mandaba sobre mentes que no lo conocían. Sabemos de la afición woke a la cancelación y censura del prójimo, de su acusación de fascismo a cuanto no encaje con sus supersticiones. Sabemos que no tienen una causa sino muchas, y que estas siempre presentan opresores y oprimidos. Parecían dominarlo todo y, de repente, ¡han perdido la guerra cultural! Al público serio se le escapan las risitas con el discurso woke. Será por Trump, por nuestro empeño, por su debilidad. O por todo a la vez.