La estrofa 1007 del Libro de buen amor. La torre y el alhorre
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Un copista tituló el episodio en el que se encuentra esta estrofa como «De lo que contesçió al Arçipreste con la serrana e de las figuras della». En él relata a lo largo de dieciséis cuartetas cómo, al descender apresuradamente de la cima de un puerto de montaña para escapar de una terrible helada, se encontró con una serrana de aspecto monstruoso a la que pidió alojamiento, acompañándola a la Tablada, en el puerto de Guadarrama. Casi todas las estrofas están dedicadas a la descripción satírica de esta mujer, a la que compara con una figura del Apocalipsis de San Juan, y de la que no se imagina qué demonio podría tenerla por querida: «non sé de quál diablo es tal fantasma quista» (v. 1011d). Ya nos hemos ocupado en otros trabajos de descifrar algunos enigmas filológicos que encierran las estrofas 1013, 1014 y 1015, en las que el Arcipreste se ocupa de describir todos los rasgos de su cabeza comparándolos con los de diversos animales, para acabar llamándola barbuda y piojosa. Pero ahora nos vamos a centrar en estudiar una de las estrofas introductorias del episodio, previa a este desventurado encuentro, en la que el poeta incluye un refrán cuyo significado no ha suscitado la unanimidad de los eruditos, pues, como comenta Blecua a pie de página en su edición (1998) «el refrán está sin documentar y el sentido es ambiguo». Solo el ms. S -el menos fiable de los tres que recogen parcialmente la obra del Arcipreste- incorpora esta estrofa, lo que ha añadido cierta dificultad a la hora de tratar de descifrarla.
Después de relatar en la estrofa 1006 que en la cima del puerto le sorprendió un viento con grand elada, en la siguiente toma la decisión de correr cuesta abajo (ayuso) para escapar del frío y de una muerte segura. Así dice la estrofa, tal como nos ha llegado y con los signos de puntuación añadidos por Blecua:
Como omne non siente tanto frío si corre,
corrí la cuesta ayuso, ca diz: «Quien da a la torre,
antes diçe la piedra que sale el alhorre».
Yo dixe: «Só perdido si Dios non me acorre.»
Como la dificultad de la estrofa reside en la interpretación de su enigmático refrán, nos centraremos únicamente en desentrañarlo, partiendo de que el verbo deçir referido a la piedra -no equivalente a dezir- significa ‘bajar, descender’.
T. Sánchez (1790) no comenta el refrán pero incluye en su glosario final la palabra «alhorre» definiéndola como «Cardenal del golpe, contusión. En árabe Jarha significa herida». Pero esta acepción no constaba previamente en ningún diccionario ni podía deducirse claramente de alguna otra fuente documental, por lo que bien podemos colegir que se trató de una hipótesis inventada por el propio editor, que consiguió, no obstante, ser incluida en varios repertorios lexicográficos del siglo XIX como el de Salvá (1847), el de Gaspar y Roig (1853), el de Domínguez (1869) y el de Eguílaz (1886), que consiguieron convencer en el siglo XX a algunos eruditos o editores del Libro como J. M. Aguado (Glosario sobre Juan Ruiz,1929) y Corominas, quien, en su diccionario etimológico (DCEC, 1954) comenta: «En J. Ruiz, 1007, alhorre parece significar ‘cardenal de un golpe’, y vendrá del significado de ‘inflamación’[…]». En definitiva, esta hipótesis derivaba de la acepción primera que el Diccionario de Autoridades (1726) ofrecía para aquella palabra (actualizo su ortografía):
«ALHORRE. s. m. Enfermedad que padecen los niños recién nacidos, procedida del humor que sacaron del vientre de su madre, y se purga con unas manchas o empeines encendidos, que brotan regularmente en la parte posterior, y viene a ser una especie de usagre […]».
Cejador (1913) acierta al renunciar a un significado de alhorre ajeno al campo semántico de las torres y los lugares altos, optando por otro que encaja plenamente en él, habida cuenta de que no hay otra alternativa razonable: el de las aves. La palabra alhorre/ alforre/alfforre aparece bien documentada en las fuentes medievales como un ave de interés cinegético; aunque esa denominación desapareció muy pronto sin dejar rastro y los filólogos no han podido hasta ahora encontrar su equivalente moderno, contentándose con asegurar que se trata de alguna clase de halcón, puesto que presuponen que ese ave juega un papel crucial tanto en el refrán como en la propia estrofa como paradigma de la alta velocidad. El propio Cejador lo admite en su edición, con un comentario confuso en el que compara al narrador con la piedra y al halcón que levanta el vuelo con la serrana feísima a la que más tarde se encontró, lo cual no tiene ningún sentido, pues en el momento en que el narrador decide aplicarse el refrán aún no sabe ni se imagina que se va a encontrar con tal persona: «Cuando se tira una piedra a la torre, antes cae ella, que no sale el halcón que allí estaba. Así él bajó corriendo antes de salir el bicho extraño que le espantó». Chiarini (1964) siguió su postura y rechazó expresamente la de Corominas. Pero este último autor recapacitó más tarde en su edición del Libro (1967), entendiendo que este término se refería a un halcón, aunque lo llama genéricamente gerifalte, que es solo una especie de ellos: «Proverbio aplicado a cualquiera que se halla en una posición peligrosa, como la del amenazado de morir de frío, o la del que ha arrojado una piedra hacia arriba para hacer salir el gerifalte que anida en lo alto de la torre, y si él no se aparta le caerá la piedra en la cabeza […]». Joset (1974) también admite que el refrán se refiere a un halcón, sin especificar su especie. Blecua (1983 y 1998) y Gybbon-Monnypeny (1988) dudan entre varias posibles acepciones admitiendo la de ‘halcón’ solo como una de ellas.
Nosotros aceptamos que nos encontramos ante un ave y que alguna relación tiene en el refrán con la velocidad de una piedra lanzada con fuerza por un tirador o, acaso, en caída libre por la simple fuerza de la gravedad; pero no compartimos el prejuicio de que se trata de un ave veloz como el halcón porque esta idea contradice de un modo flagrante lo que afirman las mismas fuentes medievales, como tendremos ocasión de comprobar. Esto implica que desecharemos de plano otras dos interpretaciones de la palabra alhorre propuestas por la crítica, que solo podemos calificar de desaforadas:
1ª) La que aporta Gonzalo C. Leira en sus Nuevas nótulas al «Libro de buen amor», (PSA, 1976), que explica en su entrada Alhorre: «Aquí es “tizón”, voz de albañilería. […] El refrán quiere decir: “El que golpea en la torre, antes deshace la piedra que se remueva el sillar”». Ignoramos la fuente en la que este autor se ha documentado, ya que él no la menciona; pero resulta increíble que ningún escritor medieval se haya referido al alhorre con esa acepción. En cualquier caso, el refrán no podría significar lo que Leira propone porque estaría alentando al narrador a no moverse de su sitio, como si se dijera a sí mismo: “Por mucho que granice o hiele, a mí no me afectan las inclemencias del tiempo, ya que soy tan fuerte como una torre a la que alguien tirara una simple piedra”.
2ª) La que ofrece F. B. Marcos Álvarez en su artículo «”Sale el alhorre”. Un pasaje oscuro del “Libro de buen amor» (Siglos dorados, 2004). Este autor, tras advertir la obviedad de que un alforre no podía ser un halcón, opta por retorcer la gramática del castellano medieval para encajar en estrofa y refrán una acepción de alhorre basada en la segunda acepción que para esa palabra recoge el mencionado Diccionario de Autoridades (actualizo nuevamente su ortografía):
«ALHORRE. Se decía en lo antiguo en lugar de ‘ahorro’, o carta de libertad que se daba a los esclavos. Esta voz parece vino del Arabe Horr, que segun el P. Alcalá significa ‘libre’. O de Hurria, que significa la libertad de las personas que en España se llaman ahorradas: y se conoce que a la voz Horr, o Hurria añadimos el artículo Al, y dijimos ‘Alhorr’, o ‘Alhurria’, y se corrompió en ‘alhorre’, y despues en ‘ahorro’ […]».
Según este autor la expresión ‘sale el ahorre’ significa ‘sale él libre’. Pero carece por completo de sentido que el refrán diga que el sujeto que lanza la piedra contra una torre se sentirá inmediatamente libre como si fuera un esclavo recién manumitido. Y aún más chocante sería el empleo del refrán por el Arcipreste para declararse libre de esclavitud por el mero hecho de bajar una cuesta para resguardarse del mal tiempo. Por otra parte, la forma alhorre solo es un sustantivo que significa ‘manumisión’, ya que el adjetivo que designa al hombre que ha sido objeto de dicha liberación sería horro, como recogerán el Vocabulario español-latino de Nebrija (h.1494) y el Tesoro de Covarrubias (1611); mas si se hubiera querido utilizar el participio correspondiente al verbo ‘ahorrar’ la forma correcta sería ‘ahorrado’. El propio Arcipreste utiliza la tercera persona singular del presente de indicativo del verbo, escrita con letra efe, en el v. 512c: «non ha siervo cabtivo que el dinero non le aforre», tal como nos ha llegado en el muy fidedigno ms. G, y esta vez en su contexto apropiado.
¿Qué ave es, por lo tanto, un alhorre/alforre? Ya hemos visto cómo la comunidad filológica que acepta la acepción ornitológica de la palabra en el refrán se ha inclinado por considerar que se trata de una especie de halcón, pues ningún otro ave rapaz podría simbolizar la velocidad como éste. Ahora bien: esa idea presupone que el poeta considera que la piedra cae a mayor velocidad que la del ave más veloz, y que con ello quiere significar que debe escapar muy deprisa del lugar donde se halla para eludir la helada que se avecina, ya sea porque pretende asemejarse a la piedra misma, ya porque la piedra (que es arrojada por el cielo en forma de helada) supone un verdadero peligro para él al viajar más rápido que cualquier halcón. Pero bien podría el poeta comparar la caída de la piedra con la velocidad de reacción de un ave de actitud pasiva y lentos movimientos con la que él mismo se sintiese identificado para significar con ello que de dejarse llevar por su propia naturaleza esa piedra que le viene del cielo en forma de helada y que empieza afectando a los lugares más elevados (como quien dispara hacia una torre) le acabará golpeando. El propio poeta parece retratarse en un verso como un hombre de torpes movimientos al describir sus andares una alcahueta como los de un pavón (v. 1486b); y en otros nos muestra su afición a utilizar los servicios de las fornidas serranas en sus continuos viajes por la sierra, a las que tiene que recurrir para que le transporten a cuestas cuando se encuentra agotado. O incluso puede que el poeta al compararse con el ave no se identificara con él sino que pretendiera distanciarse, como pensando: «no debo comportarme como ese animal que permanece impávido ante un peligro inminente, ya que yo soy muy distinto».
En cualquier caso, esta es la acepción que vamos a defender por varias razones, siendo la primera de ellas la que hemos apuntado: en las fuentes medievales que tratan sobre aves de cetrería queda bien claro que el alforre no es ninguna clase de halcón sino que, muy al contrario, es un ave con una estrategia de caza totalmente distinta. Si el halcón es valiente y se arroja a plena luz del día sobre grandes presas en una lucha sin cuartel, el alforre está descrito como un ave que caza insignificantes presas y que no lo hace en una lucha cuerpo a cuerpo sino aprovechándose del sigilo, de la astucia, del disimulo y del camuflaje. Vamos a verlo en sendas fuentes de la época, de las que reseñamos los fragmentos más significativos, modernizando su ortografía.
En el Capítulo XLI del Libro del cavallero et del escudero de Don Juan Manuel (h. 1326-1328) se establece una distinción muy clara entre ambos tipos de aves. A los halcones, que divide en siete especies, los clasifica como aves que cazan y no son cazadas (salvo excepcionalmente por águilas) y que atrapan presas muy grandes, mientras que a los alforres los clasifica como aves que cazan y son cazadas, además de que solo toman pequeñas presas (viles cazas) y lo hacen en vil manera, mencionándose incluso que son cazadas por los propios halcones:
«Empós la águilas, hay otras aves cazadoras que cazan siendo bravas, y cazan mejor siendo mansas, que cuando son bravas no cazan sino solamente para se gobernar. Y por ende cazan aquello que [más ligeramente pueden matar], mas [cuando] son en poder de los hombres, afeitándolos bien, hácenles matar cazas muy extrañas y muy maravillosamente. Y los que esto hacen [mejor] son los halcones, porque son más ligeros y más ardides. Y de los halcones hay siete naturas: los primeros, mayores y mejores, son los gerifaltes; y empós ellos, los neblís; y empós ellos, los sacres; [y empós ellos , los baharís; y empós ellos los bornís]; y empós ellos, los esmerejones; y empós ellos, los alcotanes. Y todas estas naturas de halcones, los buenos halconeros conócenlos por talle y por facciones y por plumaje y por empeñolamiento, y cuáles son mejores.[…].Todas aquestas que os he dicho cazan y no son cazadas, comoquier que las águilas matan algunas veces todas estas aves […]».
«Otras hay que cazan y son cazadas, así como los budalones y los alforres y los aguiluchos y todas las aves de su natura, y lechuzas y mochuelos y cárabos y cuclillos; y todas éstas cazan viles cazas y en vil manera; y los azores y los halcones cazan a ellas.».
Por su parte, la Ley VI del Título VIII del Libro V del código legislativo de Alfonso X conocido como el Espéculo (h. 1255-1260), señala:
«Cazadores hay aves que son de muchas maneras, y a las unas les viene más por natura que a las otras. Y por eso lo hacen de día y osadamente. Y son la águilas, y los azores, y los halcones, y los gavilanes, y los esmerejones, y los alcotanes, y los cernígolos [cernícalos]. Y hay las otras a quien no cabe cazar derechamente por natura, porque lo hacen escondidamente, y como a miedo; son estas: los buitres, y los franchuesos [quebrantahuesos], y los alforres, y los milanos, y los búhos, y las lechuzas, y las otras aves que cazan de noche. De donde decimos que estas aves de que hablamos primeramente, a que conviene más cazar que a las otras, y si alguno las hallare en yermo con alguna caza de aves o de bestias bravas, que no se la debe toller [quitar]. Que pues que ellas son bravas, y lo que cazan es bravo y no es de ninguno, ganan señorío en ello. E las otras aves que dijimos que cazan escondidamente, y habiendo la caza que les hallaren, débensela tomar, que no ganan señorío derechamente en ello, lo uno porque no les conviene, lo al [lo otro] porque lo hacen como en manera de ladronicio.».
Por añadidura, el Libro de la caza de las aves (h. 1385), del Canciller López de Ayala, que realiza un estudio exhaustivo de cada tipo de halcón, tampoco menciona entre ellos a los alforres.
Por otra parte, parece extraño que el inventor del refrán centrara su idea en advertir sobre un hecho tan conocido como la velocidad de una piedra al caer o el peligro que supone encontrase debajo. Y si aún así pretendiera construir una máxima de sabiduría sobre ello, habría elegido en su comparación a un ave que fuera el paradigma de la velocidad y de fácil rima como es el halcón. Pero elegir a un ave que destaca por la cualidad contraria y de tan difícil rima nos induce a pensar que el autor buscaba para construir su refrán precisamente un ave que fuera considerada por la sociedad de la época como el paradigma de la lentitud, tranquilidad e impasividad ante los ruidos del entorno como el alforre, de tal manera que se vio forzado a rimar su nombre con la palabra ‘torre’ y de ahí le vino la idea de referirse al tiro de una piedra hacia aquella, paradigma a su vez de la altitud, para componer una sátira sobre dicho ave y, por extensión, sobre los hombres que se comportan como él. Así, este ave (o la persona torpe que se tenga que dar por aludida al escuchar el refrán) se comportaría como si estuviera sorda ante el estruendo producido por la piedra disparada contra una torre (fenómeno muy corriente en la época si pensamos en el disparo de una catapulta durante un asedio), pues caería la piedra al suelo antes de que reaccionase. No obstante, aún podemos añadir un matiz a esta particular caída. El refrán, no comienza diciendo “cuando da a la torre” sino “quien da a la torre”, por lo que el verbo deçir, que ya hemos dicho que significa ‘descender’, refleja una acción que se imputa a una persona, no al propio objeto que cae. Esto significaría que quien dispara primero hacia un lugar alto (como el cielo que descarga primeramente su helada sobre las cumbres antes de afectar a las zonas bajas de la tierra) acaba más tarde dirigiendo su proyectil hacia abajo (bien porque se vaya quedando sin fuerzas, bien porque ya no queden defensores en las almenas de esa imaginaria torre), lo que daría un margen de maniobra razonable a quien quisiera aprovechar la enseñanza del refrán para vencer su pereza o pasividad, sin tener que recurrir a la exageración que implicaría actuar en breves segundos.
Para dar con el paradero de ese misterioso animal tenemos que seguir dos pistas:
1ª) La característica típica del ave consistente en parecer sorda ante los ruidos del entorno para cazar o para pasar desapercibida ante otros depredadores tiene que haber dejado alguna huella en alguna lengua vernácula, que designará al ave precisamente con el adjetivo “sorda” u otro similar.
2ª) El nombre alforre, de origen indudablemente árabe, debe de obedecer a alguna característica típica e inconfundible de ese animal, ya sea a su impasibilidad ante el peligro, hacia su manera de atrapar a sus víctima, o a alguna cualidad morfológica que la distinga especialmente de las demás.
Y de estas pistas la primera nos lleva directamente hacia la becada o chocha perdiz (Scolopax rusticola), también conocida en algunos lugares de España como ‘sorda’, un ave limícola forestal que se camufla en el entorno para pasar desapercibida, es de hábitos nocturnos y se caracteriza por permanecer impasible ante los ruidos como táctica para no ser detectada. Sus presas son lombrices, larvas, babosas e insectos principalmente (viles caças en lenguaje medieval) y para atraparlas excava en la tierra con su largo y estrecho pico, que utiliza a modo de barreno. Como no pretendemos escribir un completo tratado sobre las becadas remitiremos al lector curioso a que amplíe conocimientos recurriendo a los numerosos artículos científicos, cinegéticos o gastronómicos que tratan sobre ellas. Pero una cosa nos falta para dar por concluida nuestra investigación: ¿por qué la bautizaron los antiguos árabes como alforre?…
Una de las características más llamativas de este ave es, como hemos dicho, su fino y largo pico con el que excava la tierra para proveerse de alimento. Tal vez el Arcipreste también se viera reflejado en la becada por este rasgo físico, pues en el v. 1486d es descrito por la alcahueta con estas palabras: «la su nariz es luenga: esto le descompón». En cualquier caso, a algún árabe de los que ocuparon la Península durante varios siglos, se le ocurriría designar a este ave como “el cavador”, que, al menos en árabe moderno, suena muy parecido a “aljiffaro”. De ahí a alfforre no hay más que un paso.
Con una imagen del alforre-becada atrapando un gusano y otra de la estrofa tal como la recoge el único manuscrito en que nos ha llegado, damos por concluido nuestro trabajo y nos comprometemos a seguir intentando descifrar los enigmas que aún acompañan a la obra inmortal del Arcipreste de Hita.
Cuánto sabe este hombre…