Laureano Benítez.- Es un hecho ya aceptado en el mundo de los despiertos que este fin de los tiempos que estamos viviendo desde la Plandemia covidiana es una colosal batalla entre la Luz y las Tinieblas, entre Dios y el Diablo, entre el Bien y el Mal. El resultado final ya lo conocemos de sobra, porque ¿quién como Dios?, pero de lo que se trata realmente es de una lucha por las almas, por salvarlas de la oscuridad del pecado, de las tinieblas de la condenación eterna.

Es por eso que la Agenda 2030 es un proyecto oscuro, tenebroso, que busca crear una inmensa marea de negritud que succione las almas con sus vórtices infernales, que anegue la Humanidad en sus sombríos remolinos. El Mal se ha revestido siempre de sombras, de tinieblas, de oscuridad, mientras que el Bien se abre siempre a horizontes luminosos y refulgentes, hasta el punto de que en la espiritualidad oriental se llama “iluminación” a la plena realización del hombre, a la perfecta unión con el Creador de la conciencia humana.

Para instalar ese chapapote oscuro en el mundo, la Agenda 2030 diseña, prepara, y ejecuta proyectos cuya finalidad última es el control absoluto de las masas, sumiéndolas en turbulencias caóticas que, a través del miedo que provocan, hagan que esas masas imploren masoquistamente por seguridad, por protección, aunque sea a costa de sus bienes y sus libertades.

Esta hoja de ruta para abismar a las masas en la oscuridad orweliana, en las tinieblas del Tártaro se vale, naturalmente, de la planificación de apagones —los llamados “blackouts”—, orientados a colapsar por completo unas sociedades totalmente dependientes de la red eléctrica, hasta el punto de que basta teclear un código, introducir un diabólico algoritmo, pulsar un simple botón para desencadenar el caos, provocando que nada funcione, que todo se venga abajo con estrépito, que nos veamos atrapados en una Matrix de oscuridad y miedo.

En el fondo, se trata de apagar no solo las luces y las telecomunicaciones, sino la misma civilización, la misma dignidad del ser humano, apagando su libertad, su dignidad, su modo de vida… Es por eso que, junto a los apagones que podríamos llamar “físicos”, existe un constelación de oscuridad que ha ido tragando sibilinamente las conquistas de la civilización occidental, en un proceso masónico en el que, a partir de su consigna de “Solve et Coagula”, el “Solve” es el “apagón” creador del caos que después se pretende coagular a base de reinicios, de reseteos, de reprogramaciones a la medida del globalismo luciferino.

La covidemia fue eso, y la climodemia también responde a ese esquema, al igual que los apagones que ya aparecen en el horizonte de la Matrix oscura.

Pero, como decía, ha habido muchos apagones a lo largo de la historia, desde la manipulación del genoma humano —que nos hizo menos espirituales y más materialistas—, hasta la apocalíptica apostasía que padece el mundo occidental, done la fe se está apagando a marchas forzadas, con apagones como el producido por la anticatólica Revolución Francesa, la satánica Revolución Bolchevique, el Concilio Vaticano II, el funesto pontificado de Bergoglio, el incendio de Notre Dame, el asedio al Valle de los Caídos, la satánica infiltración en obispos y cardenales. A la par, se encienden los fuegos prometeicos de Lucifer en todos los ámbitos de nuestra sociedad, pues, como dijo Piotr Kropotkin, “la iglesia que mejor ilumina es la que arde”.

Como es natural, el apagón del 28 de abril —y los que vendrán, no lo duden— responde a un plan oscuro siniestramente ejecutado por los correveidiles de la mafia satánica que despelleja nuestro mundo. En efecto, al igual que el famoso “Evento 201” de octubre de 2019 —organizado por la Fundación Bill y Melinda Gates— fue un simulacro de la plandemia covidiana que estalló pocos meses después, el 9 de julio de 2021 tuvo lugar un evento llamado “Cyberpoligon”, organizado por el Foro Económico Mundial, durante el cual el satánico Klaus Schwabb dijo que “No prestamos suficiente atención al aterrador escenario de un ciberataque integral que paralice por completo el suministro eléctrico, el transporte, los servicios hospitalarios y nuestra sociedad en su conjunto. La crisis del C19… es una pequeña perturbación en comparación con un gran ciberataque”.

Ese ciberataque consistió en la simulación de un ataque dirigido a la cadena de suministro en un ecosistema corporativo en tiempo real.

Este operativo recuerda a la “Operación Invierno Oscuro” —“Dark Winter”— nombre en clave de una simulación de ataque bioterrorista de alto nivel realizada el 22–23 de junio de 2001, diseñado para llevar a cabo una versión simulada de un encubierto y generalizado ataque de viruela en algunas zonas de Estados Unidos.

Dark Winter se centró en evaluar las insuficiencias de una respuesta de emergencia nacional durante el uso de un arma biológica contra la población estadounidense. El ejercicio tenía por objeto establecer medidas preventivas y estrategias de respuesta mediante el aumento de la conciencia pública y gubernamental sobre la magnitud y el potencial de esa amenaza que plantean las armas biológicas.

Como se ve, el objetivo real de estos ataques oscuros es por un lado calibrar la solidez de unas infraestructuras —sean sanitarias, eléctricas, económicas, de telecomunicaciones, etc— para ver si esos ataques son eficaces a la hora de perturbarlas; por otra parte, su objetivo más húmedo es comprobar la reacción de las poblaciones para que, según respondan, hacer los ajustes necesarios en sus “apagones”.

Aparte de esas “performances” de las organizaciones globalistas, otra prueba irrefutable de la premeditación y alevosía de los apagones es el descarado “primado negativo” de series como “Día cero”, “Dejar el mundo atrás”, y “Blackout”, que exponen los planes oscuros con todo descaro.

El colmo de este descaro lo podemos ver —una vez más— en la serie “Los Simpson”, donde en un capítulo se habla de un apagón, y se da incluso una fecha: ¡28 de abril!

Dado que las revoluciones se suelen hacer en las primaveras, en vez de un “Invierno Oscuro” estamos en una “Primavera Oscura”. Ahora están en un período de pruebas, testeando, experimentando con las poblaciones, y España, una vez más, ha servido de laboratorio oscuro, pero es indudable que estos apagones abren ya en el horizonte sus fauces tenebrosas, porque ¿qué es la Agenda 2030 sino un apagón global de la Humanidad, para ofrendar sus cadáveres, sus escombros, sus pavesa, sus cenizas, al Señor de las Moscas?

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