La estrofa 656 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- En el presente trabajo trataremos de desentrañar el misterio filológico que encierra una estrofa perteneciente al episodio que un copista tituló «Aquí dize de cómo fue fablar con Doña Endrina el Arçipreste». Pero antes de entrar en su análisis pondremos al lector en antecedentes haciendo un breve recorrido por la historia que se nos está contando.
El Arcipreste, que había recurrido a los sabios consejos de una diosa pagana a la que llama Doña Venus (esposa de Don Amor), es aleccionado por ésta para que sea atrevido, perseverante y cortés si quiere tener el éxito que pretende con las mujeres difíciles de seducir. La historia sigue muy de cerca la anónima comedia elegíaca del siglo XII Pamphilus, escrita en versos latinos, que en el medievo se atribuía falsamente al poeta romano Ovidio, autor del Ars Amandi. Adaptando este modelo, el Arcipreste -como el joven Pánfilo que en aquella obra ve venir a su amada Galatea- se encuentra paseando por una plaza a la hermosa viuda Doña Endrina, de la que está perdidamente enamorado. En la estrofa 653, con la que comienza el episodio, expresa su fervoroso sentimiento hacia ella elogiando su figura y su donaire: «¡ Ay Dios, e quán fermosa viene Doña Endrina por la plaça! ». Diremos de esta cuarteta que, desde el punto de vista formal, es una de las pocas en las que el poeta prescinde de la rima consonante que exige el canon de la cuaderna vía en aras de lograr una mejor expresividad, adecuada a la especial emotividad de la escena. Así, el verso segundo termina en «garça» (para elogiar el esbelto cuello de la dama), el tercero en «buenandança» (expresión de su elegante caminar) y el cuarto en «alça» (porque cuando alza los ojos y le mira se siente herido por saetas de amor).
Pero el Arcipreste advierte que una plaza muy concurrida no es el lugar adecuado para cortejarla y declara sentirse demudado y tembloroso ante la situación (estr. 654). En consecuencia, viéndose rodeado de tanta gente, se encuentra muy nervioso, la memoria le falla y no recuerda bien lo que tenía pensado decirle a la dama: «apenas me conosçía nin sabía por dó ir:» (v. 655c). Y es que un pretendiente lo primero que quiere es privacidad para poder declararse a la mujer amada. El temor de ser escuchado por la vecindad y convertirse en objeto de murmuraciones le produce una profunda perturbación del ánimo; necesita encontrar algún lugar cerrado, allí donde no puedan alcanzar los oídos ajenos. Lo expresa muy bien en la estrofa 656, una cuarteta en cuyo segundo verso reside un misterio filológico que vamos a tratar de resolver. Partimos de que esta estrofa solo aparece recogida en el ms. S, que es precisamente, de los tres que recogen parcialmente la obra del Arcipreste, el menos fidedigno de todos: su copista con frecuencia no entiende lo que debe transcribir, o simplemente no le gusta su estilo y decide adaptarlo a su gusto con objeto de dar una buena apariencia formal a su trabajo. Esta estrofa dice (añadiéndole los signos de puntuación):
Fablar con mujer en plaça es cosa muy descobierta:
a bezes mal perro atado tras mala puerta abierta;
bueno es jugar fermoso, echar alguna cobierta;
ado es lugar seguro, es bien fablar cosa çierta.
El primer verso se entiende sin problemas: hablar intimidades con una mujer en un lugar tan concurrido de gente como una plaza es cosa muy descubierta; cualquiera puede oír la conversación. Por ello, -como se indica en el verso tercero- es bueno bromear elegantemente (jugar fermoso) y disimular con alguna estratagema verbal (echarse alguna cubierta), para que nadie sospeche de las verdaderas intenciones del que está hablando. En el cuarto verso termina su exposición aclarando que allí donde hay un lugar discreto (ado es lugar seguro) es donde se pueden decir las verdades (fablar cosa çierta). Pero nos queda analizar el confuso verso segundo, que parecería un refrán confirmatorio de lo que ha expresado en el primer verso si no fuera porque le falta el verbo que daría sentido a la oración, al menos desde un punto de vista estrictamente sintáctico. Haremos un breve repaso de lo que los editores y críticos interpretaron acerca de este enigmático verso:
T. Sánchez (1790) soluciona el problema por la vía fácil cambiando arbitrariamente el participio atado por la forma verbal que necesita para construir artificialmente una oración: «A veses mal perro anda tras mala puerta abierta». Pero ¿por qué un copista iba a confundir la grafía de la palabra atado por otra tan distinta? El refrán, aún así, resulta inadecuado por su dureza para lo que se quiere expresar, pues califica de ‘malo’ tanto a un perro (y por analogía a cualquier viandante) como a una simple puerta por el hecho de estar abierta. Los demás editores -salvo Janer (1864)- rechazaron esta permuta lingüística de Sánchez y propusieron lecturas alternativas jugando con las mismas palabras utilizadas por el copista. La edición paleográfica de Ducamin (1901), como no podía ser menos, transcribe el verso tal cual lo hace su modelo, el ms. S, sin comentarlo. Cejador (1913), que tampoco lo glosa, lo desarma y reconstruye a su antojo apiadándose del perro y de la puerta, que ya no son malos; sin embargo no incluye verbo alguno que evite la evidente malsonancia de su elisión: «A bezes mal atado el perro tras la puerta». J. M. Aguado (Glosario sobre Juan Ruiz, 1929) utiliza el mismo truco de Sánchez pero cambiando atado por atiende, obteniendo un resultado decepcionante, que descalifica al viandante llamándolo mal perro. M. Morreale (Apuntes para un comentario literal…, 1963) soluciona la falta de verbo en la oración añadiendo puntos suspensivos al final del verso, y así considera que la lectura del ms. S es «clarísima […] y muy característica de la manera impresionista y elíptica» del Arcipreste. Pero nosotros no creemos que lo que a todas luces es un refrán omita el resultado de los hechos que enuncia, dejándolo a la imaginación del lector; algo impropio del estilo del poeta. A esta filóloga le encaja que el poeta llame mala a la puerta «porque lo es, no en sí, sino en sus efectos». Chiarini (1964) vuelve al texto original del ms. S y cree solucionar el problema de la ausencia de un verbo que dé sentido al refrán añadiendo entre corchetes el presente de indicativo del verbo ser en el sentido de ‘estar’ al comienzo del segundo hemistiquio: «a bezes mal perro atado [es] tras mala puerta abierta». Corominas (1967) creyó resolver el misterio con su habitual criterio contrario totalmente al sentido común. Rehizo por completo el verso con una peculiar transformación que calificamos de puro disparate. Absuelve a la puerta de la cualidad de ser mala pero no al perro. Y como le sobra un “malo”, que se empeña en aprovechar, convierte la locución adverbial «a bezes» que aún con esa grafía medieval se entiende perfectamente, en una palabra compuesta de dos adverbios: «mal y «abez», término éste último que -con variantes como abés o avez- significaba ‘apenas’ o ‘difícilmente’ según el contexto, y que ya se encontraba en desuso en la época del Arcipreste. Así, pues, lo transcribe: «malabez es perro malo atado tras puerta abierta»; y así lo justifica: «656 b Verso que nadie ha entendido hasta ahora: así recobra su sentido, perfecto y oportuno. O sea: la maledicencia, cuando se habla en estas condiciones, es como un perro de mala índole apenas atado tras una puerta abierta: de un tirón el perro se desatará al ver la salida libre […]». Rechazamos de plano, como lo hicieron los posteriores editores y críticos, esta artificial e ininteligible construcción de Corominas. Joset (1974) sigue y comenta el criterio de M. Morreale transcribiendo el verso con puntos suspensivos al final. Y terminamos con Blecua (1983 y 1998), que reconoce que «el verso presenta dificultades en la interpretación literal por el momento irresolubles» y rechaza la propuesta de M. Morreale de cerrarlo con puntos suspensivos creando una elipsis a completar por la imaginación del lector porque «no se corresponde con el estilo del autor en el uso del refrán». No obstante, propone « tres posibles enmiendas: “[ha] a bezes”, ‘hay a veces’; “á cado”, ‘tiene su cubil’; “tras mala puerta afierta o ahierta”, de un afertar ‘acechar’ no documentado pero posible (cf. refertar) ». Pero ninguna de estas retorcidas explicaciones nos satisface.
Para encontrarle al verso un sentido diáfano hay que partir de dos consideraciones:
1ª) Respecto del primer hemistiquio, la mera intuición nos dice que el refrán solo afirma que hay una cosa que está mal: el perro está mal atado, por lo que tenderá a escaparse a la menor posibilidad, en cuanto el recinto en el que se encuentra tenga la puerta abierta. Comparar una conversación íntima en un lugar muy concurrido con un perro mal atado, que puede escaparse fácilmente si ve una puerta abierta, nos parece muy oportuno, sin necesidad de descalificar a un perro, a una persona o a una puerta. El problema es que esta estrofa no cumple el canon estricto de la cuaderna vía, que exigiría hemistiquios de siete sílabas métricas cada uno, ya que en cada verso hay un hemistiquio de siete y otro de ocho sílabas, con la excepción del primero, que tendría dos hemistiquios octosilábicos, a salvo de que consideremos que el segundo está corrompido por el copista al añadirle el adverbio muy, de un modo totalmente innecesario. Si admitimos -como voy a proponer- que el texto original dice simplemente: «es cosa descobierta», ya tendrían todos los versos de la estrofa una misma medida. Y ahora es cuando se entiende que el poeta haya escrito «a bezes mal perro atado» en vez de «a bezes perro mal atado», pues esta última forma no permite la aplicación de la sinalefa que hace octosilábica a la construcción anterior, con la consecuencia de resultar un verso excesivamente largo, de nueve sílabas métricas.
2ª) El verbo que falta en la oración para que su significado sea diáfano e inteligible para cualquier persona debe encontrarse al principio del segundo hemistiquio y tiene que haber sido corrompido por el copista en base a la grafía que aparentemente leía en el texto que le servía de referencia. Por ello, tenemos que convertir la construcción “tras mala” en una forma verbal gráficamente parecida a los dos elementos que ahora la conforman. Y hay solo una posibilidad. El perro mal atado tenderá a “traspasar” una puerta abierta para escaparse, al igual que una conversación íntima en un lugar muy concurrido tenderá a traspasar los límites de la privacidad escuchándose por oídos extraños que la acaben divulgando por el vecindario. El proceso de corrupción del texto pudo tener su origen en que el poeta (o un copista posterior) utilizara una ese larga al escribir traspasa, haciendo que un posterior amanuense leyera traspala, y al no encontrarle sentido transformara esta forma verbal a su gusto basándose inconscientemente en el adverbio mal que acababa de leer en el hemistiquio anterior. El proceso de corrupción sería, por lo tanto:
traspaſa > traspala > tras mala
En consecuencia, ya podemos reconstruir el arquetipo de esta estrofa dándole pleno sentido, sin forzar el lenguaje con construcciones extravagantes e ininteligibles. Para una mejor lectura actualizamos su lenguaje en la medida de lo posible:
Hablar con mujer en plaza es cosa descubierta:
a veces mal perro atado traspasa puerta abierta;
bueno es jugar hermoso, echar alguna cubierta;
ado es lugar seguro, es bien hablar cosa cierta.
Un vez que el Arcipreste explica su conveniencia de usar una estratagema para despistar a los viandantes que puedan escucharlo, la pone en práctica en la estrofa siguiente, en la que se dirige a Dª Endrina en voz alta para darle recuerdos de una supuesta sobrina suya residente en Toledo que -según fantasea- quisiera conocerla por haber oído hablar mucho de su buena fama. Es el mismo recurso que usa Pánfilo para acercarse a Galatea, relatado en los versos 165 y siguientes del modelo latino. Pero mientras en aquella obra el parlamento del fogoso joven se mantiene en todo momento dentro de una línea triste y romántica, la adaptación que hace el Arcipreste entra de lleno en el terreno de lo cómico. Así, el lector que conociera la fuente de inspiración de nuestro poeta esperaría encontrar en la estrofa siguiente el mismo tono serio y apasionado de Pánfilo, cuando revela a su amada que ha rechazado en su tierra el matrimonio con una doncella rica y con grandes virtudes por agradarle más Galatea; pero aquí nos encontramos con un recitativo de tipo guiñolesco que parece indicar que el Arcipreste está disimulando ante los viandantes haciéndose pasar por un cómico ambulante que abordara a una dama en la calle para provocarle una sonrisa a cambio de una moneda:
-Querían allá mis parientes cassarme en esta saçón
con una doncella muy rica, fija de Don Pepión;
a todos di por respuesta que la non quería, non:
de aquella sería mi cuerpo que tiene mi coraçón.
Por ello, en la siguiente estrofa el Arcipreste cuenta que bajando la voz le hizo saber a Dª Endrina que la estaba hablando en broma (en juego fablaba) porque toda la gente les estaba mirando, y que una vez que se quedaron solos cambió su tono para declararle su quejura del amor que sentía. A partir de este momento el ms. S deja de contar la historia y retoma su lugar el más fidedigno ms. G , que parte desde la estrofa 660, a la que le faltan los dos primeros versos, cuyo contenido aproximado no es difícil de imaginar si recurrimos al modelo latino que el Arcipreste adaptaba. Transcurren así muchas estrofas en las que el amante se explaya contando sus sentimientos a la viuda y en las que ésta rechaza sus continuas pretensiones considerándolo un seductor como tantos otros. Pero tanta insistencia acaba dando sus frutos y Dª Endrina le promete volver a verlo cuando llegue el verano y no a solas, sino delante de testigos para evitar murmuraciones que perjudiquen su honra. Esto le dará pie al Arcipreste -al igual que a Pánfilo- a buscarse una alcahueta, a la que llama Trotaconventos, para que actúe de intermediaria entre él y la viuda, siguiendo los consejos que había recibido de Don Amor y de Doña Venus; lo que ocurrirá tras aceptar la alcahueta su encargo nos dará pie a nosotros para desentrañar nuevos misterios filológicos; pero, parafraseando a Michael Ende, esa es otra historia y la contaremos en otra ocasión.
Reproducimos ahora la imagen de esta estrofa en el manuscrito que la contiene, y que el lector saque sus propias conclusiones: