La estrofa 1452 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Estudiaremos en este trabajo una estrofa en la que figura una extraña expresión cuyo significado no ha encontrado la aceptación unánime de la comunidad filológica. De los tres manuscritos que la recogen, en dos de ellos (G y S) se menciona un achate pastor; en el otro (T) se habla de un chato pastor. No se conoce la palabra achate; pero aun aceptando que la versión correcta fuera la que contiene el adjetivo chato, se ignora el significado de esa palabra que daría sentido al verso, ya que, desde luego, no podría tratarse de un calificativo de la nariz del pastor o de su estatura. La extraña sintaxis del primer hemistiquio del verso que contiene esta expresión contribuye en cierta medida a dificultar su comprensión. Entraremos en un análisis detallado del verso después de situar a la estrofa en su contexto.
Pertenece a un episodio titulado por un copista «Enxienplo de las liebres», que, a su vez, está incardinado dentro de un conjunto de fábulas o ‘enxienplos’ que se narran entre sí, alternativamente y para apoyar sus respectivos argumentos, dos mujeres que dialogan tratando de convencerse la una a la otra de que cada una de ellas tiene la razón. Se trata de la alcahueta Urraca o “Trotaconventos”, contratada por el Arcipreste, y de una monja, Doña Garoça, a la que aquella quiere embaucar con sus argucias y promesas para que acepte tener una aventura amorosa con el poeta. Por lo tanto, este ‘enxienplo’ de las liebres formaría parte de otro episodio o capítulo que comenzaría en la estrofa 1332 y que el mismo copista tituló: «De cómo Trotaconventos consejó al Arçipreste que amase alguna monja e de lo que le contesçió con ella».
El Arcipreste se sentía frustrado por no haber conseguido, valiéndose de la misma intermediaria, seducir a una hermosa y devota viuda que, necesitada de una protección formal, y fiel a sus creencias cristianas, lo había rechazado optando por contraer matrimonio con un acomodado caballero. Y ahora, la alcahueta le ofrecía fijar su atención en alguna monja, un tipo de mujer que le parecía más conveniente a sus necesidades, ya que no le despreciaría para casarse con otro y mantendría la boca cerrada para que el asunto no se hiciera público: «non se casará luego nin saldrá a conçejo» (v. 1332c). Así, le describe a las monjas como mujeres golosas y agradecidas a los hombres que satisfacen su exquisito paladar con delicados manjares, y le habla de ellas como ‘encobiertas’ (discretas),’donosas’, ‘plazenteras’ y ‘doñeaderas’, término éste de imprecisa definición cuando se aplica a las mujeres, pero que podría significar ‘apasionadas’. Pero el poeta ve muy difícil acceder a una mujer de profesión religiosa: «¿yo entrar cómo puedo, do non sé tal portillo?» (v. 1343b). La alcahueta le responde que ella se encargará de lograrlo pues cosas más difíciles ha conseguido: «quien faze la canasta fará el canastillo» (v. 1343d).
Con el beneplácito del Arcipreste, la vieja Trotaconventos se pone en acción y acude a un convento a visitar a Doña Garoça, para la que había trabajado en tiempos pasados, por lo que es recibida cordialmente por ella. Y, tras unas palabras de saludo, le cuenta el objeto de su visita recomendándole vivamente la amistad del Arcipreste, un “mançebo bienandante”, como una recompensa que se merece por haber recibido la alcahueta de ella mucho bien cuando estuvo a su servicio: «del bien que me fezistes en quanto vos serví, / para vós lo querría tal que mejor non ví» (vs. 1346cd). Al oír este consejo, Dª Garoça se muestra a la defensiva y contraataca contándole una fábula, la del hortelano y la culebra, cuya moraleja le viene a propósito para reprocharle su ingratitud, pues ve una mala intención en aquella a la que ayudó cuando estaba necesitada. Pero la alcahueta también conoce otra fábula con una moraleja de signo contrario, la del galgo y el señor, y le responde con ella quejándose de que la señora bien se valió de ella cuando era joven y podía rendir al máximo, mientras que ahora, ya vieja e impedida, no la tenía en ninguna consideración. No acaba aquí el diálogo entre ellas sino que continuarán contándose fábulas para defender sus respectivas posturas, y al hilo ellas irán desfilando sucesivamente dos ratones o ‘mures’, un pollo o ‘gallo chico’, un asno con un perrito faldero o ‘blanchete’, una raposa, un león con otro ‘mur’, otra raposa con un cuervo, y, finalmente, las liebres de las que se habla en el episodio al que pertenece la estrofa que vamos a comentar. Esta fábula se la contará la alcahueta a Dª Garoça para convencerla de que es vano el temor que manifiesta de perder la castidad: «el miedo de las liebres las monjas lo havedes» (v. 1444d). Y este verso da pie a que, a partir de la siguiente estrofa, le cuente una adaptación de una de las fábulas esópicas divulgadas en el medievo por compiladores como Gualterus Anglicus (Walter el inglés), obras a las que el propio Arcipreste designa con el nombre genérico de “Isopete”. No nos detendremos en estudiar las diferencias entre su versión y las de todas sus posibles fuentes, aspecto que ha sido ya estudiado con detalle por Otto Tacke (1911), M. Morreale (1987) y B. Morros (2003), entre otros; nos bastará con resumir su argumento.
En el relato del Arcipreste unas liebres que se encuentran en la selva se asustan al escuchar de pronto un chapoteo en una laguna (ondas arrebatadas), por lo que salen corriendo y se juntan para protegerse de un enemigo que desconocen. Miran a todas partes pero no saben dónde está el peligro, así que hablan de esconderse, contagiando su miedo a unas ranas cercanas, que corren despavoridas a sumergirse bajo el agua. Al ver esta estampida, una de las liebres, aparentando más sensatez, aconseja a las demás que se queden en su sitio ateniéndose a la buena esperança, pues no conviene tener miedo vano escapando como han hecho las ranas. Sin embargo, su propio temor es tal que nada más terminar su discurso ella misma sale huyendo, lo que provoca que sus compañeras hagan lo mismo corriendo detrás de ella. Con este cuento la alcahueta trata de convencer a la monja de que no debe ser cobarde como las liebres que huyeron sin motivo, sino esforzada, ya que «esperança e esfuerço vençen en toda lid» (v. 1450b). Y en la siguiente estrofa, introductoria de la que vamos a estudiar, Trotaconventos aprovecha la desbandada final de la fábula para obtener otra moraleja con la que apoyar su discurso frente a la monja. No solo el miedo infundado de las liebres ante un peligro irreal merece ser ridiculizado, sino también el hecho de que tan solo una de ellas, en pleno desvarío, sea capaz de arrastrar a las demás tras de sí. Aquí la alcahueta parece querer decirle a la monja que una discreta aventura con el Arcipreste no le va a hacer perder la honra (no va a ser objeto de escarnio público) aunque alguna vez alguna monja la hubiera perdido por confiar en un amante desvergonzado y lenguaraz: «por una sin ventura muger que ande radía [descarriada] /temedes vós que todas irés por esa vía» (vs. 1451cd).
Y llega el momento de reseñar la estrofa que debemos analizar, que contiene el principal consejo que la alcahueta ofrece a Dª Garoça y deriva de la fábula anterior, destinado a vencer su férrea resistencia a dejarse seducir por el Arcipreste. Dice así, según la edición de Blecua (1998):
«Tened buena esperança, dexad vano temor,
amad al buen amigo, quered su buen amor;
si más ya non, fabladle como a chate pastor,
dezidle: “¡Dios vos salve!”, dexemos el pavor.»
Los dos primeros versos, coincidentes en los tres manuscritos, no ofrecen dudas en cuanto a su interpretación: El Arcipreste no sería un amante desalmado que se aprovecharía de la inocencia de la monja para avergonzarla luego en público, sino un buen amigo del cual solo podría recibir buen amor, por lo que ésta debería tener su esperanza puesta en él, perdiendo el vano temor propio de las liebres de la fábula. El problema viene en los demás versos y, especialmente, en el tercero, cuyo texto no coincide en los tres manuscritos que recogen la estrofa, como vamos a ver:
-Ms. G: «si más que non fablarle como achate pastor»
-Ms. S: «sy más ya non fablande como achate pastor»
-Ms. T: «sy más que non fabralde como a un chato pastor».
Como vemos, en ninguno de ellos figura la expresión recogida por Blecua: «a chate». Pero ello es producto del desconcierto que expresión tan poco clara ha provocado en la crítica a lo largo de la historia, como vamos a comprobar haciendo un repaso por las principales ediciones del Libro.
T. Sánchez (1790) transcribe la palabra en mayúscula como si se tratara de un nombre propio, pero sin explicar la razón: «Achate pastor». Janer (1864) hace lo mismo, como es habitual. Ducamin (1901), fiel al ms. S, vuelve a escribirla en minúscula. Cejador (1913) sigue al ms. T, «chato pastor», pero no comenta su significado. Corominas, que elige esta lectura de Cejador, dedica un amplio e interesante comentario al verso en su diccionario etimológico (DCELC, 1955), en la entrada ‘Chato’:
«[…]. El hecho es que, si bien Aut. [el Diccionario de Autoridades] da varios ejs. del S. XVII, todos los autores de esta época extractados por Herrero García en su estudio sobre Los rasgos físicos y el carácter según los textos españoles (RFE XII, 174) emplean unánimente romo y nunca chato; aquél era, en efecto, el vocablo noble. Es verdad que chato y chata aparecen ya en 8 versos de J. Ruiz (952c, d, 956a, 963a, 964a, 972b, 977c, 1452c), pero el verdadero significado que ahí tiene el vocablo está por averiguar, y aunque no es imposible que sea algo derivado del sentido actual, desde luego no estamos ante un sinónimo de ‘romo’.[…]. Los comentaristas del Libro de Buen Amor guardan un prudente silencio. Ante todo obsérvese que en J. Ruiz es siempre sustantivo. Los primeros ejs. se refieren todos a una misma serrana, pero en 977c se aplica a una segunda serrana, diferente de la otra. De ninguna de las dos nos dice el Arcipreste qué clase de nariz tenía, como lo indica de otra tercera serrana (1013c). En 952d la propia interesada se llama a sí misma la chata rezia: luego es denominación objetiva y no un término poco amable aplicado por el autor. En 1452c la Trotaconventos trata de convencer a la dama de que se digne dirigir la palabra al Arcipreste: «Amad al buen amigo, quered su buen amor; / si mas que non, fablalde como a (un) chato pastor, / dezilde: «¡Dios vos salve!», dexemos el pavor.» Es decir, entiendo: ‘si todavía no queréis amarle, por lo menos saludadle como se hace con todos, aun con el pastor serrano que encontramos en nuestro camino’. Creo, por lo tanto, que en el Arcipreste chato y chata son meros sinónimos de ‘serrano, habitante de las sierras’. Lo mismo ocurre con el pasaje de J. A. de Baena (princ. S. XV) que he citado s. v. culcasilla: «diz que vos dexó en la culcasilla / un chato pastor toda la rezmilla». ¿De dónde procede este otro vocablo? ¿Tiene que ver con el prov[incial] mod[erno] chato ‘moza, muchacha’, quizá en calidad de creación expresiva, hipocorística, como el ast. xato ‘ternero’? ¿O bien partiendo del uso de chato PLATTUS por parte de los aldeanos, como término acariciativo, aplicado aun a personas que no eran romas (comp. los datos que reuní en RFH VI, 22), se llegó a la objetivación de este vocablo, preferentemente rústico, como designación de los serranos? Esto no es improbable. Pero son éstos problemas que no es posible resolver sin más documentación. En todo caso no pueden utilizarse los pasajes de J. Ruiz para la fechación de chato en castellano».
Posteriormente, en su edición del Libro (1967), insiste en su definición de chato como sustantivo equivalente a ‘serrano’ y considera a pastor, en este verso, como adjetivo sinónimo de ‘rústico, campesino’. Y en cuanto a la confusa expresión del primer hemistiquio, que transcribe con la conjunción que de los mss. G y T en vez de con el adverbio ya del ms. S, «si más que non», Corominas anota que significa ‘por lo menos’, al igual que en catalán «si mes no significa lo mismo». Consecuentemente, reitera su interpretación del verso en términos similares a los que había indicado en su diccionario.
Estos comentarios merecen ser estudiados con cierto detenimiento. Efectivamente, no tiene sentido que en este verso chato designe una cualidad física del pastor, como no lo tiene en el del Cancionero de Baena cuando se menciona a un chato pastor dentro de una cantiga de escarnio (folio 134r), en la que no juega papel alguno la nariz del personaje. Y el hecho de que el Arcipreste designe en su obra a dos serranas distintas como Chata (o chata en minúscula, lo que no podemos precisar) parece indicar que se trataba de un sinónimo de ‘vaquera’ o ‘serrana’. Pero en el verso que nos ocupa, que habla de saludar a alguien como a un pastor, la cualidad de que éste trabaje en una sierra, en un llano, o en un valle, resulta indiferente para el mensaje que se quiere transmitir. Y no iban a ser merecedores de un mejor o peor saludo dos pastores por trabajar en ámbitos geográficos distintos. Tampoco en el citado Cancionero parece tener sentido que el pastor al que se refiere ese verso tenga que trabajar específicamente en una sierra y no en otro lugar; sería más propio que el término chato aludiera a su edad, acorde con el uso actual de la palabra, ‘muchacho, jovencito’, cuando las personas mayores saludan o se dirigen cariñosamente a los niños o adolescentes. ¿Se referiría el Arcipreste, entonces, a un pastor joven? Tampoco parece que saludar a un pastor requiera de un tratamiento más o menos afectuoso según la edad que tenga…
La lectura e interpretación de Corominas ha contado prácticamente con el favor de todas las ediciones posteriores a su citado diccionario, como la de Chiarini (1964), Joset (1974), y Gybbon-Monnypeny (1988). Blecua (1983 y 1998), transcribe, como hemos visto, si más ya non en el primer hemistiquio, y a chate pastor en el segundo, pero no rechaza frontalmente la interpretación de Corominas; la admite como probable, considerando chate como un doblete o variante de chato, y añade otro posible significado: «Podría tratarse de una frase a chate o [a] achate pastor que desconocemos».
¿Qué otra solución cabría para este enigmático verso? Rechazando de antemano que exista un adjetivo, sustantivo o locución adverbial que solo haya utilizado el Arcipreste en su obra, queda una alternativa, nada desdeñable habida cuenta de que ni los mismos manuscritos coinciden en su escritura. Los editores entienden, en términos generales, que en estos dos versos la alcahueta sugiere a Doña Garoça que al menos acepte saludar cortésmente al Arcipreste como haría con un sencillo pastor. No podemos asegurar que esa interpretación sea incorrecta, sea cual sea el sentido exacto de chato. Pero si esta palabra nos crea un problema de interpretación en nuestros días y se lo creó a los copistas del siglo XIV hasta el punto de que dos de ellos la deformaron sustituyéndola por otra, achate, de la que no ha quedado la menor huella en la literatura, podemos razonablemente admitir que ni una versión ni otra son correctas. Para encontrar la que pueda ocupar su lugar lo primero que debemos hacer es acudir al campo semántico de la vida bucólica. Y allí encontramos al cabritillo o ‘choto’, un animal al que un pastor suele tratar con palabras cariñosas. Si el poeta se refiere a un choto y a un pastor en este verso, y cambiamos en él las palabras que necesitemos para encontrarle pleno sentido -como hicieron los mismos copistas en su momento-, complementándolo con el verso siguiente significaría: “Por más que no le habléis como a un choto un pastor (con palabras amorosas), decidle “¡Dios os salve!” (saludadle); dejemos el pavor (perded el miedo a que pueda pasar algo malo)”. La alcahueta no necesitaba referirse a un pastor de ningún origen o condición especial para convencer a la monja de que saludara al Arcipreste: lo que quería era asegurarle que no tenía que forzar sus sentimientos comprometiéndose de antemano a tener una aventura con alguien al que no conocía y que podría poner en peligro su reputación si era un desvergonzado. Lo importante es que quisiera conocerlo: el amor vendría después, teniendo en cuenta las habilidades seductoras del Arcipreste.
De esta manera, mi propuesta de reconstrucción del arquetipo de la estrofa, con todas las reservas posibles, sería (actualizando la grafía):
«Tened buena esperanza, dejad vano temor,
amad al buen amigo, quered su buen amor;
por más que no habladle como a choto pastor,
decidle “¡Dios os salve!”; dejemos el pavor.»
El lector juzgue libremente a la vista de la reproducción de esta estrofa en los tres manuscritos mencionados. Tan válida será su opinión como la mía.