La estrofa 1329 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Vamos a adentrarnos en el estudio de una de las estrofas más complicadas de la obra del Arcipreste de Hita. Su extraña sintaxis y algunas expresiones que contiene han supuesto hasta el momento una barrera infranqueable para los filólogos que trataron de desentrañar su misterio. Solo ha sobrevivido en uno de los tres manuscritos que recogen parcialmente la obra del poeta, el llamado ms. S, y es precisamente éste el menos fidedigno de todos, lo que nos impide su cotejo con los demás (G y T) para poder descifrarlo más fácilmente. Pero la misión de reconstruir el arquetipo perdido de la estrofa no es imposible. Cuando el autor de este manuscrito copiaba el texto que tenía delante de sí estaba más preocupado por conseguir un producto de bella apariencia que por reproducir con interés filológico la grafía de las palabras que a duras penas leía. Deformaba lo que no entendía y manipulaba algunas palabras que sí tenía que entender con tal de que su nuevo texto se leyera con facilidad, a riesgo de producir un sinsentido. Pero al carecer de imaginación suficiente para crear un nuevo verso partiendo de la nada sus burdas imitaciones nos dejan pistas valiosas que nos permiten concretar el alcance de su falsificación. Por ello, con algo de paciencia y de intuición podemos reconstruir con una buena dosis de certeza el arquetipo perdido de esta estrofa. Situarnos en la mente creadora del poeta nos ayudará a lograr nuestro objetivo.
La estrofa pertenece al episodio que este copista tituló «De cómo el Arcipreste fue enamorado de una dueña que vido estar faziendo oración». El pasaje comienza en la estrofa 1321, que sitúa la acción el día de San Marcos (el 25 de abril), fiesta muy celebrada en la época, cuando el propio Arcipreste, supuesto protagonista de la historia, se siente atraído por una “dueña fermosa” a la que ve en una iglesia, postrada en actitud muy devota, y le encomienda a su vieja alcahueta, Doña Urraca, que trate de atraerle su favor. Ella acepta el encargo y se hace pasar por vendedora de joyas -una de las actividades habituales de las alcahuetas- para poder acercarse a la mujer sin que sospeche de sus intenciones: «fízose que vendié joyas, ca de uso lo han;» (vs. 1324b). Es preciso advertir que en el medievo el concepto de joyas no coincidía necesariamente con el actual de ‘piezas de orfebrería’ sino que era más amplio. El Tesoro de Covarrubias (1611), además de la citada acepción recoge otra (actualizo la grafía): “Joyas, los arreos que el desposado envía a la desposada; así de oro como de aderezo.” Al fin, se pone en camino con su mercancía y consigue entrar discretamente en la casa de la señora, sin que la vea nadie: «non vido a la mi vieja ome, gato ni can». En el primer verso de la estrofa 1325, sin que se nos detalle cómo fue el encuentro con la dueña, la alcahueta le cuenta el motivo de su visita: “Díxol por qué iva e diole aquestos versos”. Pero ‘versos’ es una adaptación realizada por el copista del antiguo viesos, que significa ‘dichos, frases’; no se refiere a los renglones que conforman un poema. En cualquier caso, lo que la buhonera le dice constituye un enigma hasta ahora no desvelado: «“Señora”, diz: “comprad traveseros e aviesos”». No menos entendible resulta la respuesta de la dueña ante tal ofrecimiento (copio tal cual el texto del manuscrito): «[…]Tus dezires travyesos / entiende los Urraca todos esos y esos».
Si -actualizando la grafía del manuscrito- aceptamos como correcta la forma verbal entiéndelos, la dueña le estaría pidiendo a la alcahueta que entendiera sus propios dichos, lo cual no tendría sentido. Por lo tanto, en una primera lectura deberíamos aceptar que la palabra correcta fuera entiéndolos, como transcribe Cejador en su edición (1913). Pero la forma elegida no puede quedar al margen de lo que signifique el segundo hemistiquio del verso, que a su vez está relacionado con lo que signifiquen las palabras que designan a las mercaderías que la alcahueta muestra a la dueña provocando su rubor. ¿Qué podrían ser tales objetos?..
La palabra travesero se encuentra ya documentada con el sentido de ‘almohada’ en inventarios aragoneses del s. XIV, acepción que ha perdurado hasta la actualidad, y como tal la recoge el diccionario de la RAE, junto con su variante ‘travesaño’. Así, Cejador (1913) anota a pie de página: «Travesero, almohada que atraviesa el largo de la cabecera». En cuanto a la palabra avieso expresa su duda: «acaso como vieses de tela o de encajes para sábanas: vale torcido, y como sustantivo, extravío, mala costumbre». Aguado en su Glosario sobre Juan Ruiz (1929) lo rechaza, creyendo que los traveseros serían corchetes-macho y los aviesos corchetes-hembra; pero no documenta tales acepciones. Corominas (1967), tan imaginativo como siempre, supone que la vieja se presentó a la dueña guiñándole un ojo para que comprendiera sus segundas intenciones, y cree que los traveseros «son grandes almohadas que cruzan toda una cama, luego propios ante todo para camas donde dormirán dos». Y respecto de aviesso, después de indicar su acepción, como adjetivo, de ‘torcido, perverso’ y, como sustantivo, de ‘delito, falta’ en castellano medieval, rechaza rotundamente la teoría de Cejador de que sea una variante de vies, que deriva del francés biais ‘sesgo’, y que sería de incorporación muy reciente al castellano. Para él, aviesso «debió de ser alguna prenda de ropa o, más bien, de cama, como travessero […]. Como aviesso también significaba ‘el reverso, la otra cara, lo opuesto’ […] creo se tratará del emboce de la sábana […]: los emboces suelen estar adornados con encajes y bordados, a veces muy ricos. El emboce puede comprarse aparte de la sábana para coserlo a ella, y aun a veces se tiene separado de la sábana, se pone solo durante el día y se quita de noche para evitar ajarlo […]». Consecuentemente con estas ideas, termina dando su interpretación de la respuesta de la dueña -que transcribe como «entiéndolos, Urraca, todos: éssos ÿ éssos»- mediante una solución que no nos puede convencer, porque no nos hallamos frente a un texto escrito para ser representado en un espacio teatral donde el público pueda estar atento a los gestos de los actores para entender sus gracias: «La hermosa señala sucesivamente la boca de Urraca (éssos) y los versos (éssos)». Por otra parte, como no puede señalarse con un dedo a unos versos fuera de la boca que los pronuncia, entendemos que hay un errata en su edición y que quiso referirse no a los versos sino a los aviesos que considera ‘emboces’. Blecua en su edición de 1983 acepta que los traveseros sean almohadas y admite la posibilidad de que los aviesos sean sábanas. Pero en cuanto a la respuesta de la dueña, se aparta del criterio de Corominas proponiendo en sus notas dos posibles interpretaciones: «Verso oscuro. Quizá haya que leer entiénde[n]los…todos esos yesos, ‘hasta las paredes’, o todos e sos siesos, ‘y sus sentidos’». En su posterior edición de 1998 corrige la forma verbal de su segunda hipótesis: «entiéndolos…todos e sos siesos [‘sentidos’]».Pero respecto de esta última hipótesis tenemos que señalar que la palabra sieso es definida por el Tesoro de Covarrubias (1611) como ‘nalgas’, por lo que suponemos que Blecua se refería a sesos.
Lo cierto es que ningún editor o crítico se ha planteado que la palabra traveseros sea producto de la corrupción de otra palabra. Y precisamente por ello la estrofa no ha podido ser correctamente interpretada hasta ahora. Para empezar, la imagen de una discreta y astuta buhonera recorriendo las callejuelas con un muestrario de almohadas de matrimonio sobre su cabeza para ofrecérselas a una mujer con el objeto de incitarla a tener una aventura amorosa es tan disparatada que resulta incomprensible que Corominas la considerara. Aparte de ello, las fuentes medievales tampoco definen a los traveseros como almohadas para camas de matrimonio; y aunque lo fueran, por lo que veremos en el episodio la dueña tenía previsto casarse con un caballero, por lo que el hecho de que una vendedora le ofreciese ajuar doméstico para un futuro hogar conyugal no tendría que escandalizarla lo más mínimo. Es necesario, por pura lógica, encontrar otra palabra de parecida grafía a traveseros que designe, preferentemente, una prenda femenina portadora de un simbolismo lo suficientemente erótico como para provocar el rubor de la devota mujer. Y estamos hablando, como no podía ser de otra manera, de las ligas, llamadas en castellano medieval trabugeras o trabugueras, aunque hay documentadas otras variantes gráficas en documentos catalanes de los siglos XIII y XIV, que reseña el propio Corominas en su diccionario de la lengua catalana (DECLC) dentro de la entrada “trobiguera”, y que ilustra con fragmentos de los textos en los que se mencionan: trabugeres/trabugueres, trebugeres/trebugueres, trebugeras/trebugueras, e incluso una forma en masculino -que parece ser ejemplo único- perteneciente a un documento escrito en bajo latín de 1295: trabuguerios. Pero, curiosamente, este sustantivo masculino viene acompañado por un adjetivo calificativo femenino (traducible por ‘caireladas’), lo que hace a Corominas concluir que esta forma masculina del sustantivo es una errata y que deberíamos leer ‘trabuguerias’. De hecho, en el Libro de Alexandre, del S. XIII, consta esta palabra en femenino en las dos versiones que de esta obra nos han llegado: trabugeras (ms. P) y trebugueras (ms. O), si bien se refiere a unos lazos o ligas para sujetar a los muslos las brafoneras, una especie de medias de malla que protegían las piernas de los guerreros. Pero no podemos descartar que realmente existiera una forma en masculino, y una prueba de ello sería su utilización por el Arcipreste en el verso que comentamos, lo que explicaría de una vez por todas la palabra aviesos, que ya no sería un sustantivo que designase a otra prenda sino un adjetivo calificativo aplicado por ésta a los trabugeros con el significado de ‘pícaros, atrevidos, pecaminosos’. Imposible sería, por otra parte, que el poeta fuera el único que mencionara unas piezas de ajuar doméstico llamadas aviesos, que no podemos documentar ni siquiera buscando palabras gráficamente parecidas como hemos podido hacer con traveseros, cuya transformación en trabugeros requiere de muy pocos cambios. En cualquier caso, la alternancia de la g fuerte con la g suave parece indicar que aunque se escribiera con g fuerte se pronunciaba como suave. La palabra debía de encontrarse ya en desuso cuando el copista del manuscrito la confundió con otra, si es que no la sustituyó conscientemente por razones morales. El Tesoro de Covarrubias la desconocía, llamando a esta prenda liga, atapierna, cenogil, jarretera o ligagamba.
Así que la alcahueta le estaría mostrando a la dueña unas ligas que por su color chillón o acaso por su diseño serían consideradas provocativas en su época e inducirían a esta mujer a comprender las malas intenciones de aquella.
En cuanto a la dueña, si hemos de aplicar en su reconstrucción el principio de mínima intervención y desdeñamos las explicaciones extravagantes de Cejador y Corominas, la interpretación que nos parece más razonable es la que Blecua apunta como primera hipótesis en sus notas: la mujer contesta a la alcahueta que hasta las paredes (‘esos yesos’) han entendido su doble intención al ver semejantes prendas.
La estrofa 1325 quedaría, por tanto, así reconstruida:
Díxol por qué iba e diole aquestos viesos:
«Señora», diz, «comprad trabugeros aviesos».
Dixo la buena dueña: «Tus dezires traviesos
entiéndenlos, Urraca, todos esos yesos».
En la siguiente estrofa la alcahueta se explica: «“Fija”, dixo la vieja, “¿osarvos he fablar?”». El manuscrito no contiene signos de interrogación, pero todos los editores entienden por el contexto que se no se trata de una afirmación sino de una pregunta, ya que la dueña contesta: «[..] por que lo has de dexar» y la sintaxis indica que esta respuesta es más bien una invitación amable para que se exprese libremente (‘¿por qué lo has de dejar?’) antes que una negativa, como así lo entienden y puntúan todas las ediciones. Pero donde surge la confusión es en la nueva respuesta de la alcahueta, cuando dice: «Señora, pues, yo digo de casamiento far [hacer]», ya que se contradice con sus reales intenciones, que se manifiestan en el refrán del verso siguiente en el sentido de que es mejor que permanezca libre y con un “buen amigo” antes que casarse con un “mal marido”: «ca más val suelta estar la viuda que mal casar» (v. 1326d). En esta respuesta nos revela, además, que la dueña es viuda. Siendo el Arcipreste enemigo de bodas pero deseoso de aventuras pecaminosas, la contradicción solo puede salvarse si, como apunta Blecua, entendemos corrompido el verso anterior y sustituimos el pronombre personal por un adverbio de negación: «Señora, pues, non digo de casamiento far».
En la estrofa 1326 la alcahueta sigue insistiendo a la viuda con nuevos consejos con el mismo objeto de conseguir que la dueña se interese por el Arcipreste: « “Más val tener algún cobro mucho ençelado; [Más vale tener algún ‘beneficio’ oculto;] / ca más val buen amigo que mal marido velado”». Debe entenderse en este último verso que el poeta emplea un juego de palabras: “más vale tener un buen amigo velado (discreto, tapado) que un mal marido “velado” es decir, un hombre con el que ha pasado por un altar, pues el día de la boda su novia lleva puesto un velo, tal como podemos comprobar con la definición de esta prenda nupcial que proporciona Covarrubias (actualizo la grafía):
«VELO, el que lleva la novia cuando se casa, de donde se llamó aquel acto velambres, y ella y él, velado y velada».
Así, la alcahueta le acaba recomendando su cliente a la dueña, un hombre «muy loçano e cortés, sobre todos esmerado» (v. 1327d). Pero en este punto la conversación entre ambas mujeres se corta abruptamente sin que conozcamos la reacción de la mujer ante tal proposición.
En la siguiente estrofa la vieja va a visitar al Arcipreste muy animada y, según parece, sin haberle contado todavía el resultado infructuoso de sus primeras conversaciones al objeto de mantener vivo su interés. Por eso, dice el poeta en sus tres primeros versos:
Si recabdó [si tuvo éxito] o non la buena mensajera
vínome muy alegre, díxome de la primera [de pronto]:
«El que al lobo envía, a la fe carne espera.»
El refrán, documentado en la literatura medieval, significaría: ‘El que envía a cumplir una misión difícil a una persona con gran coraje puede confiar en que sabrá pelear y que volverá con éxito, al igual que el lobo cuando sale a cazar vuelve siempre con una pieza entre sus fauces’. Y se supone que a continuación la alcahueta le cuenta sus nuevos planes para que los apruebe el Arcipreste o que éste mismo se los detalla para que los ponga en práctica, puesto que el verso que cierra la estrofa, «Estos fueron los versos que llevó mi trotera», da a entender que los va a mostrar a continuación. Pero no ocurre tal cosa, ya que lo que sigue es la estrofa que vamos a estudiar, que parece únicamente contener el desenlace de una larga conversación mantenida entre la alcahueta y la viuda. Por ello, Corominas sitúa tras la estrofa 1328 una línea de puntos suspensivos indicando que deben de faltar varias estrofas continuación, lo que parece razonable. Por ello, interpretar el galimatías que viene continuación resulta una labor ímproba, aunque no imposible, que requiere hacer conjeturas razonables sobre el motivo que pudo llevar a la viuda a no acceder a los deseos de la alcahueta y a tomar la firme decisión de contraer matrimonio con un caballero.
La estrofa 1329 dice así, según la edición de Blecua:
Fabló la tortolilla en el regno de Rodas,
diz: «¿Non avedes pavor, vós, las mugeres todas,
de mudar vuestro amor por aver nuevas bodas?».
Por ende casa la dueña, con cavallero a podas.
Una lectura rápida de la misma nos basta para que nos surjan, al menos, las siguientes dudas:
1º) Respecto del primer verso, ¿quién lo pronuncia: la alcahueta o el propio Arcipreste?… Lo lógico es que se trate de la alcahueta refiriéndose a la dueña como tortolilla, por ser este ave un símbolo de la fidelidad a su pareja y, por tanto, de la castidad conyugal. La viuda no aceptaba dejarse seducir por un donjuán para tener una aventura pasajera sino que tenía previsto contraer nuevo matrimonio con la bendición de la Iglesia, como cristiana devota que era. No tendría sentido que fuera el Arcipreste quien llamase así a la alcahueta, una persona sin reputación a la que se supone haber llevado una vida disoluta; ni siquiera usando la palabra con ironía, que no vendría a cuento. Por otra parte, ¿qué tiene que ver el supuesto reino de Rodas con una tortolilla?… Desde luego, nadie ha encontrado una relación razonable entre ambos conceptos, por más que algunos filólogos lo han creído conseguir entrando en vanas disquisiciones sobre el significado del verbo rodar o sobre su etimología. Cejador, con sus habituales comentarios hilarantes, nos da una muestra del desconcierto que este verso ha provocado entre editores y críticos: «La tortolilla, como ave sencilla, pregunta en el reino de Rrodas, esto es, donde ruedan y andan las mujeres rodando de amor en amor […]». Corominas entiende referida esta mención a la isla de Rodas, en el archipiélago griego del Dodecaneso, donde tuvo su sede en el siglo XIV la Orden de los caballeros de Rodas, pero no aporta justificación alguna. No relacionaremos aquí a todos los estudiosos que han tratado de encontrar esa relación con difusas o extravagantes argumentaciones. Lo cierto es que el misterio ha permanecido sin resolver hasta hoy, y la razón de ello es que nadie pensó que el sintagma “regno de Rodas” fuera el resultado de una corrupción del texto realizada por un copista negligente. Lo que hemos hecho con la palabra traveseros tendremos que hacer para descubrir qué es lo que realmente escribió el poeta en este verso.
2º) La redacción de su segundo verso es sintácticamente incorrecta: cuando la dueña, como tal ‘tortolilla’, interpela a la alcahueta llamándola vos, la posterior aposición explicativa «las mujeres todas» no concordaría en número con dicho pronombre, que está en singular, por lo que habría un error de sintaxis malsonante. El verso debería decir, o bien, ‘vosotras las mujeres’ (sobrando el adjetivo todas) o una expresión tal como ‘vos, como toda mujer’. Pero en una conversación entre dos mujeres la primera fórmula carece de sentido y la segunda resulta, cuando menos, extraña.
3º) En el verso tercero se habla de “mudar” de amor por volverse a casar, lo que no se entiende muy bien. En cualquier caso, la palabra vuestro que recogen todos los editores no se lee claramente en el manuscrito, ya que está abreviada mediante un extraño garabato que parece contener una tachadura, y podría tratarse de otra palabra.
4º) No se entiende la expresión ‘a podas’ del cuarto verso. Ciertamente, en el manuscrito no se lee «con cavallero a podas» sino «con cavallo apodas»; aunque por razones obvias todos los editores recogen la lectura cavallero en sus respectivas publicaciones, y vamos a aceptar esa corrección. Pero sobre la palabra apodas ninguna explicación de las que se han dado resulta convincente. La edición de T. Sánchez (1790) consideró que ‘Apodas’ era el nombre propio del caballero con el que se casa la dueña, lo que asumieron Ducamin (1901) y Aguado; Cejador lo considera más bien un mote, como palabra supuestamente derivada del verbo medieval apodar, que significaba ‘estimar, calificar’, por lo que aplicado al caballero significaría «muy estimado, cualificado». Corominas, en su diccionario etimológico (DCELC, 1954-1955) dedica un amplio comentario, dentro de la entrada Apodar, no solo a la palabra apodas de este verso sino también a su cognado apodo que el Arcipreste menciona en otros dos versos del Libro, el 931a («Nunca jamás vos contesca, e lo que dixe apodo /[yo lo desdiré…]») y el 1534c («[a]llega el omne thesoros por lograrlos apodo» ) y que interpreta como la primera persona del presente de indicativo del verbo apodar con un significado de ‘lo calculo bien, sé lo que me digo’ y de ‘imagino’, respectivamente. Pero esta interpretación implica colocar una coma antes de la palabra apodo en ambos versos, signo que no figura en ninguno de los manuscritos que los recogen (el primero solo en el ms. S y el segundo en los mss. G, S y T). Sin la coma, en el primer verso apodo parece un adverbio (quizás sea fusión de la locución a apodo) con el significado de ‘adrede’ o ‘con pleno convencimiento’; y en el segundo verso apodo parece un sustantivo con el significado de ‘imaginación, cálculo’: “pone el hombre toda su imaginación en lograr tesoros” (pero la muerte trunca sus planes, se viene a decir a continuación con otras palabras). En cuanto a apodas a Corominas le parece extraño que pudiera ser una apelación al lector entre signos de interrogación con el sentido de ‘¿calculas tú, lector?’. Termina reflexionando: «quizá deba enmendarse casa en casó y entender a (a)podas como frase adverbial ‘por cálculo, por reflexión’ (o atribuyéndolo a la tórtola, habría que cambiar casa la dueña por casa te, dueña)». Chiarini (1964) comenta las propuestas de Corominas, pero opta por la que éste desecha y transcribe la expresión como una pregunta al lector: «¿apodas?». En su posterior edición del Libro (1967) Corominas cambia de criterio y, colocando una coma tras la palabra cavallero, escribe «apódas’»; es decir, considera que se trata de la forma verbal «apódase» apocopada, con el significado ya mencionado de ‘se calcula’, quedando la expresión fuera de la narración de la “tortolilla”: sería un comentario del narrador. No convencido del todo de tal lectura -que, desde luego, resulta extraña y malsonante- postula como segunda hipótesis la que había formulado en su diccionario: que se tratara de la supuesta locución adverbial a apodas. E. Alarcos (Dos notas léxicas a Juan Ruiz…,1983) rechaza la expresión apocopada que elige Corominas para su edición pero apoya la alternativa que proponía en sus notas, de apodas como una locución adverbial con el significado de ‘adrede’, y todo ello basándose en la pervivencia de la palabra apode, con ese mismo sentido, en el dialecto asturleonés, que apoya con varios ejemplos.
Pero aun aceptando que la palabra apodo que el Arcipreste utiliza en los versos 931a y 1534c sea un adverbio que signifique ‘adrede’, ‘con cálculo’, ‘por reflexión’ (aplicable a sus posibles variantes a apodo/a podo) o se trate del presente de indicativo del verbo apodar (‘estimo, calculo, imagino’) o de un sustantivo de la misma familia, lo cierto es que esta palabra o expresión no es la misma que la que nos encontramos en el verso 1329d. Como tampoco lo es la dialectal apode. Y como no podemos aceptar por el contexto que la palabra apodas del verso que estudiamos sea la segunda persona del singular del presente de indicativo del verbo apodar ni una forma apocopada de apódase, que no serían sino soluciones a la desesperada para encontrar sentido a lo que no lo tiene a simple vista, llegamos a la conclusión de que no debemos buscar una interpretación de la palabra apodas sino sustituirla por otra gráficamente parecida que el copista pudiera fácilmente confundir para desgracia de la futura comunidad filológica. Solo deberíamos tener claro, por el contexto, que como explicación o consecuencia de lo que la dueña responde a la alcahueta en los dos versos anteriores, contrajo matrimonio con un caballero totalmente convencida: «Por ende casó la dueña, con cavallero […]». Buscaremos, pues, un adjetivo calificativo que pueda rellenar ese hueco y dar pleno sentido al verso aunque no rime en -odas.
¿Por dónde empezar?
El primer paso en nuestra búsqueda consiste en analizar si la terminación -odas de estos versos pudo ser la original que concibió el poeta. Y la respuesta es bien clara: no pudo serlo. Solo el segundo hemistiquio del tercer verso se entiende y parece encajar a la perfección en el contexto de la historia: «por aver nuevas bodas». Está claro que la viuda quería contraer de nuevo matrimonio con un caballero con el que se había comprometido, y ése será el final de la historia, frustrante para el Arcipreste, como podemos ver en la siguiente estrofa: «E desque fue la dueña ya con otro ya casada / escusose de mí e de mi fue escusada» (vss. 1330ab). Pero precisamente porque solo ese segundo hemistiquio se entiende podemos asegurar que es falso: que el copista, al no entender el texto que estaba leyendo lo transformó en otro que le parecía a propósito para ocupar su lugar, y con ello condicionó la rima del resto de los versos, falsificando las palabras originales para que su trabajo pareciera correcto, sin tachones ni garabatos, dejando a los lectores posteriores la labor ímproba de descifrar su significado. Pero si nos situamos en la mente de un poeta – que es una de las labores que debería hacer todo estudioso de la obra del Arcipreste- la primera idea que se nos viene a la cabeza es que nunca se nos ocurriría terminar un verso en -odas para tener luego que buscar otras tres palabras con la misma dificilísima rima y salir airosos de nuestra temeridad. El resultado salta a la vista: el poeta no lo consiguió porque ni siquiera lo pretendió. Los versos terminaban de otra manera, y no será muy difícil encontrarla, pues de seguro el copista sí identificó la consonante d de la última sílaba, que fue la que le sirvió de base para cometer su falacia.
Una vez que nos consideramos libres de buscar otra terminación para los versos de esta estrofa tenemos que empezar nuestra tarea por el que nos parezca más accesible, y éste es sin duda el cuarto verso: existe en el castellano medieval un adjetivo calificativo que tiene dos acepciones que nos servirían: argudo/a. Al copista le pudo confundir ver esta palabra abreviada con virgulilla: «ãguda». La encontramos en varios pasajes del Libro de Alexandre con la acepción de ‘valiente, decidido, diligente’, de los que destacamos dos:
«Fue aína Parmenio por en todo argudo / metiose por la villa, amató quanto pudo; / desent [después] llegó el rey, un cuerpo estrevudo [atrevido], / sí que non le vagó, fue el fuego vençudo» (estr. 879).
«Dio salto en la villa, su espada en mano, / fue fiera maravilla como escapó sano; / mas como era en priesa argudo e liviano / cobró [capturó] en un ratillo al buen rey greçiano» (estr. 2229).
Deriva este adjetivo del verbo reflexivo argudarse ‘apresurarse a hacer algo, adelantarse, moverse con ligereza para anticiparse a otro’, como podemos comprobar en otro verso de esta misma obra, en la estrofa 1040, cuando Negusar, bajo el mando de Darío, se enfrenta en combate con Filotas, que lucha a favor de Alejandro Magno: «Ant que oviés el braço al cuerpo deçendido/ argudose Filotas, barón entremetido, / dióle una espadada por el cobdo mismo; / perdió el diestro braço que l’ avié remanido [quedado]».
Por lo tanto, el adjetivo arguda tendría como referente a la dueña aunque el poeta lo hubiera desplazado al final del verso por necesidades de la rima, y calificaría a aquella como ‘decidida’. Quedaría así reconstruido el verso: «Por ende, casó la dueña con caballero arguda».
Debemos regresar, pues, al primer verso, y comprobar si con la terminación -uda podemos encontrar un sustituto para la palabra Rodas que no nos lleve a un callejón sin salida.
La palabra que hoy se transcribe como Rodas está escrita en el manuscrito en minúscula y con dos erres: «rrudas». Y una erre doble es muy fácil de confundir con una eme. Si cambiamos rrudas por muda nos encontramos con una palabra que pertenece al campo semántico de la ornitología, y que se refiere al proceso natural que experimentan las aves, al llegar el estío, por el cual van perdiendo gradualmente sus plumas hasta que se les vuelven a regenerar. Mientras dura este proceso, las aves pierden parte de su capacidad de vuelo y son más vulnerables ante la presencia de los depredadores, por lo que tratan de ocultarse entre las ramas y los arbustos, y sienten una especial necesidad de ser protegidas por sus machos. Por su parte la palabra regno se parece mucho a otra palabra que es sinónimo de ‘ala’: remo. Como las aves tienen dos alas que experimentan igualmente la muda, deberíamos utilizar aquella palabra en plural. Así que el verso actual sería una deturpación de «Fabló la tortolilla con los remos de muda». El sentido de esta frase es claro: la viuda era como una tortolilla mientras muda sus plumas; se sentía vulnerable (probablemente por cuestiones económicas) y ansiaba sentirse protegida por un caballero casándose con él. Aparte de ello, la palabra muda de este verso explicaría su utilización en el verso tercero, pues se trataría de un ingenioso juego de palabras: nada mejor que una tortolilla durante el periodo de la muda para usar esa palabra al hablar de una muda de sentimientos.
Entramos ahora en el verso segundo, cuya reconstrucción no es tan difícil si tenemos en cuenta que la conversación transcurre entre dos mujeres y que la dueña era viuda. Ninguna mujer se refiere a sí misma como miembro del colectivo de las “mujeres todas”; pero sí lo podría hacer como parte del colectivo de las mujeres viudas y hablar en general de lo que una viuda podría o debería hacer. Por lo tanto, este verso debería de terminar en el sintagma «mujer viuda».
Para reconstruir la alocución de la dueña a la alcahueta es necesario analizar conjuntamente los versos segundo y tercero, ambos confusos; no sabemos aún si estamos ante una oración enunciativa como parece a simple vista o interrogativa como suponen todos los editores. Así que lo primero que debemos hacer es identificar la palabra final del tercer verso partiendo del único dato que podemos dar como cierto: termina en -uda. Y en una narración en la que una viuda vulnerable -como una tortolilla durante el periodo de muda- justifica volver a casarse (“mudar de amor”) ante quien trata de evitarlo podemos imaginar que la intención de esa mujer no es otra que la conveniencia de recibir el apoyo de un caballero con honra y hacienda: la palabra que buscamos, pues, sería ayuda. La viuda podría estar contestando a la alcahueta con una especie de máxima o refrán justificativo de su firme decisión tal como: “No tiene miedo una mujer viuda de volverse a casar porque recibe nueva ayuda”. Aplicar esta idea a los versos segundo y tercero exige realizar en ellos ciertos ajustes; pero no debe extrañar al lector cuantos retoques tengamos que practicar para corregir esta estrofa, habida cuenta de las graves manipulaciones que este copista suele realizar sobre el texto que le sirve de base -a veces disparatadas-, patente cuando se coteja su trabajo con los demás manuscritos que recogen esta obra. En este caso, la corrupción del texto que dio origen a todo el entramado de cambios que deformaron la estrofa pudo producirse si un primer copista transcribió la palabra ayuda con dos eles, siguiendo este posible proceso:
nueva ayuda < nuev’ alluda < nueva lluda < nueva luda < nuevas bodas
Mi propuesta de reconstrucción de la alocución de la dueña sería, por lo tanto: “Non habede pavor una mujer viuda / de mudar el su amor por haber nueva ayuda”. Aunque es probable que falten versos en este episodio como sugiere Corominas, es también posible que el Arcipreste prescindiera de dar más detalles sobre la situación financiera de la viuda para sorprender al lector con una respuesta reveladora en una sola estrofa, aumentando así el efecto cómico de la narrativa.
La reconstrucción que propongo de toda la estrofa parte, pues, de considerar que la alcahueta es la que se expresa en el primer verso contándole al Arcipreste la contundente respuesta que le dio la viuda y que frustrará las expectativas de éste, el cual reanuda la narración en el cuarto verso, al contar al lector lo que más tarde ocurrió como consecuencia de esa firme decisión de la mujer:
«Fabló la tortolilla con los remos de muda;
diz»: “Non habede pavor una mujer viuda
de mudar el su amor por haber nueva ayuda”.
Por ende casó la dueña con caballero arguda.
Para que el lector pueda opinar al respecto, adjunto la reproducción fotográfica de esta estrofa en el ms. S y también la de la 1325, en la que hemos sustituido unas enormes almohadas de matrimonio por unas más livianas ligas de mujer.