El reloj de la cárcel
El reciente indulto concedido por el aún presidente de los EEUU Biden de su hijo Robert Hunter, no pasará a los anales de la historia como la acción más decorosa llevada a cabo por la máxima autoridad del estado más importante de América. Ha indultado a su hijo con mayor facilidad que la necesitada por un presidente de plaza de toros de primera para hacerlo con un ejemplar de Victorino Martín. Amor de padre elevado a la desvergüenza de un cargo saliente que ha amargado la vida judicialmente al entrante durante todo su mandato.
La justicia es un concepto manejable como manejables son sus órganos e instituciones. Tenemos el reciente ejemplo de Raul Morodo, exembajador español en Venezuela que ha sido condenado recientemente por el Tribunal Supremo de España en un caso relacionado con fraude fiscal. La sentencia ha impuesto a Morodo una pena de 10 meses de prisión. Inicialmente, la Fiscalía Anticorrupción había solicitado una pena de 3 años y 6 meses de cárcel para él y 8 años y 6 meses para su hijo, Alejo Morodo. La condena se centra en el ocultamiento de ganancias a la Hacienda española . Un caso más de “cacería humana” orquestada por jueces fachas contra angelitos socialistas.
Antonio y Manuel Machado tenían un hermano llamado Francisco, menos conocido, que fue funcionario de prisiones. Dirigió la cárcel de mujeres de Madrid a partir de 1933. Una de sus huéspedes fue Dolores Ibarruri, conocida como “Pasionaria”. Este Francisco Machado, caballeroso, licenciado en Derecho, aunque no tan famoso como sus hermanos poetas, dejó su huella en la literatura con su obra «El Reloj de la Cárcel «. Toma su título del existente en el patio de la cárcel de Leon. Se trata de una reflexión sobre la vida en prisión y los sentimientos que surgen en un entorno tan restrictivo. La obra se caracteriza por un tono melancólico y una profunda introspección sobre la condición humana. A través de esta obra, Francisco Machado explora temas como el tiempo, el aislamiento y la búsqueda de libertad, lo cual resuena con las experiencias de los internos.
“Hay una luz redonda
en la plaza desierta;
el reloj de la cárcel
con su campana vieja.
Sus tañidos al viento
toda la plaza llenan,
cuando suenan las horas
parece que se quejan».
A ver el reloj no van quienes han cometido un delito. Van los que la judicatura decide en cada caso aplicando y ejecutando sus sentencias. Mucho cuidado con esto, porque se calcula que más de un 10 % de quienes disfrutan de su estancia en los centros penitenciarios españoles, son inocentes. Pero hoy resulta desesperante ver cómo los jueces son insultados, menospreciados, tratados como auténticos pintamonas. La calumnia y el desacato no operan cuando los ataques provienen de sujetos aforados, creando una impresión de impunidad poco ejemplarizante.
Una mejor España es aún posible si todos aceptáramos que el error acerca al delito y que no hay peor cárcel que la negación del desacierto y la elusión cobarde, a través de la ridícula mentira, de las consecuencias de haberlo cometido.