La estrofa 384 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- La enigmática estrofa que vamos a comentar en este trabajo se encuentra incardinada en el episodio que algún copista tituló «Aquí fabla de la pelea qu’el Arçipreste ovo con Don Amor» y que comprende las estrofas 372 a 387 del Libro, formando un conjunto que la crítica ha venido calificando tradicionalmente como una «parodia de las horas canónicas», es decir, de aquellas en las que la Iglesia Católica dividía tradicionalmente el día asignando a los clérigos la práctica de determinadas oraciones y ritos, y que en tiempo del Arcipreste eran ocho: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. A su vez, estas estrofas forman parte de un amplio debate o diálogo -género literario muy en boga en el medievo- en el que dos personajes entablan una conversación reprochándose mutuamente sus comportamientos erróneos o maliciosos, empleando cuantos argumentos a su favor encuentran en apoyo de sus respectivas tesis. Este género medieval tenía en general una finalidad pedagógica, de forma que el lector, a la vista de unos y otros argumentos aprendiera a razonar y a defenderse de los ataques dialécticos de sus enemigos y especialmente de los que atentaran contra la fe. Pero el Arcipreste de Hita utiliza esta técnica a su especial conveniencia. Se trata sin duda de un personaje ambiguo: devoto por una parte y cínico por otra. Y ahí reside su grandeza: en despistar al lector, que no sabe nunca a qué atenerse. Tan pronto se pasa de una devota oración a una historia llena de picardía. Quizás ambos sentimientos convivían dentro de él y chocaban entre sí produciendo en su mente una neurosis difícil de soportar. Y de esa lucha constante entre su temor religioso y su condición humana (pecadora) surgió este Libro tan heterogéneo y contradictorio.
En este episodio el Arcipreste (o su alter ego D. Melón de la Huerta) se enfrenta a un dios profano del amor, pariente del Eros griego o del Cupido romano, al que castellaniza llamándole Don Amor, y al que reprocha su impiedad y su habilidad para seducir a las personas sometiéndolas ciegamente a su voluntad, contraponiéndolo al amor divino, que no goza del mismo poder de atracción. Así, por ejemplo, en la estrofa 373 el poeta reprocha a este dios no pensar nunca en obras piadosas, no visitar a los presos para consolarlos, ni importarle las personas que sufren, los apocados, los enfermos o los ancianos: es tan cruel que solo le interesan los jóvenes sanos e impetuosos. Y es a continuación de esta estrofa cuando a lo largo de una serie de ellas desarrolla esa “parodia”, pues el reproche o acusación que vierte sobre este personaje alegórico al que se dirige va citando cada una de esas horas canónicas e incluyendo fragmentos en latín pertenecientes a los Salmos que se recitaban en ellas, como si Don Amor, en su influencia sobre los sentimientos humanos, actuara con su propia liturgia, plagiada de alguna manera de la católica. La parodia, por tanto, no la realizaría el Arcipreste para burlarse de las sagradas escrituras sino que sería obra de ese dios pagano, limitándose el poeta a ponerla de manifiesto con su particular ingenio, pero en el contexto de una diatriba -más o menos cínica- contra aquél.
El resultado es un conjunto de estrofas de difícil comprensión por dos motivos:
1º) Por la gran manipulación que ha sufrido el texto original por obra de sucesivos copistas poco cuidadosos, de tal manera que algunos de sus versos (o fragmentos de ellos) han sido transcritos de manera dispar en los manuscritos que los reproducen, dando lugar a distintas -y a veces poco razonables- interpretaciones. El hecho de que los versos de más difícil lectura sean hipermétricos es un indicio de esta manipulación, pues ya hemos sostenido en diversas ocasiones que el poeta tenía sobrados recursos para componer sus versos ajustándose al canon de la cuaderna vía, y que solo en supuestos excepcionales recurría a una irregularidad desplazando la cesura a un lado y compensando al otro hemistiquio para que la métrica del conjunto fuera alejandrina.
2º) Porque gran parte de la crítica considera que el Arcipreste en estos versos no se limitaba a hablar de las cualidades de Don Amor en sentido figurado, manteniéndose dentro de los límites de la corrección moral, sino que tras la aparente inocencia de sus expresiones se ocultaban profundos significados obscenos e irreverentes.
En el presente trabajo he escogido una de las estrofas que más han sufrido el ataque de estos exégetas que encuentran en este pasaje significados o juegos de palabras escabrosos ocultos a cada paso, pero que quizás no estuvieran en la mente del poeta. Intentaré, en la medida de lo posible, defender su discurso como una diatriba sutil y nada procaz contra el sentimiento egoísta del amor pasional, retirando de la memoria colectiva ese título con el que se viene conociendo este episodio, para sustituirlo por otro de signo contrario: la «parodia de la liturgia amorosa de un dios pagano». Es una tarea ardua enfrentarse en solitario a toda una tradición filológica asentada a lo largo de tantos años; pero quizás algún lector pueda ser benevolente con esta tesis si se fija en lo que esta crítica ha parecido obviar: que en ningún momento Don Amor aparece físicamente en el relato personificado en un clérigo u otra persona cualquiera; es solo una idea, un concepto abstracto que representa a la pasión amorosa; es invisible y de naturaleza espiritual, y por tanto ningún reproche se le está haciendo que tenga que ver con actos obscenos realizados con su cuerpo, y menos con las mujeres de carne y hueso que acuden a rezar devotamente a un templo.
Con estas observaciones previas ya estamos en condiciones de reseñar la referida estrofa, lo que hacemos según la versión de Blecua, y que nos ha llegado a la actualidad en dos manuscritos (S y G) que en este concreto caso presentan escasas y poco relevantes diferencias entre sí:
«Nunca vi sancristán que a vísperas mejor tanga; (384)
todos los instrumentos tocas con chica manga;
la que viene a tus vísperas, por bien que se remanga,
con “Virgam virtutis tue” fazes que de aý retanga».
De un atento examen del contextocreo que el mensaje que debe inferirse de una reintegración razonable del arquetipo perdidosería el siguiente: El predicador católico medieval, para imbuir a sus fieles el amor divino y mostrarles el camino hacia la salvación de sus almas se enfrentaba a una difícil tarea, conminándolos a refrenar sus instintos naturales a base de largossermones y de graves amenazaspara los pecadores que se entregaran libremente a la concupiscencia de la carne. En cambio, elsentimiento amoroso humano atrae a las personas con mucha facilidad: no necesita deextensos y terroríficos discursos, sino de pocas y galantes palabras, pues es como un músico que interpretase una hermosa melodía acompañado por una orquesta muy bien conjuntada. En base a este símil, la mujer que acude a la imaginaria “misa de vísperas” del amor humano, por mucho que trate de contener sus deseos pecaminosos (como debería hacer en la correspondiente misa del amor divino) acabará cayendo en la tentación y se doblegará ante el gran poder de seducción que ejerce ese dios, altamente adulador y nada intimidante.
Vamos a ver a continuación cómo los editores del Libro y algunos críticos que se han ocupado del estudio de este episodio interpretaron cada uno de estos versos.
1. Análisis del primer verso
Lo primero que me llama la atención de su segundo hemistiquio es que contiene una incorrección formal impropia de un poeta de la categoría del Arcipreste, y es la repetición del sustantivo clave en que se centra toda la estrofa: la palabra “vísperas”, mencionada también en el tercer verso. Esta duplicación es malsonante y de ser original demostraría falta de imaginación para incorporar otra palabra que añadiese alguna novedad semántica al conjunto. Pero si se trata de un error de copista -tan frecuente en la obra del Arcipreste- se explicaría de un modo sencillo la posterior producción de una cadena de errores en la reproducción de las palabras que rematan cada verso conformando su rima consonante, contribuyendo en gran medida a la consideración de toda la estrofa como un conjunto de significación abiertamente indecente. Si en el tercer verso el poeta se refiere a la mujer que, en sentido figurado, acude a la misa de vísperas de Don Amor, y a continuación comenta su actitud en ella como algo que a él le resultará beneficioso, lo más seguro es que la palabra vísperas del primer verso (que en castellano romance era bisílaba y se escribía viespras) sea una deturpación de fiesta. El poeta, en este primer verso, no querría comparar a Don Amor con un sacristán tañendo una campana -tanga es tercera persona del presente de subjuntivo del verbo tañer- sino expresar: «nunca vi sacristán que fiesta mejor tenga» (ya que triunfará en su víspera). Al confundir el copista el subjuntivo de tener por el de tañer, debió pensar que la palabra fiesta que estaba leyendo no tenía sentido en ese contexto y la cambió por la que ya aparecía escrita en el verso tercero. La consecuencia de todo ello fue que cambió la terminación “-enga” de todos los versos por “-anga” y dio origen a una enorme confusión que ha desconcertado a todos cuantos han intentado descifrar el misterioso significado de esta estrofa. Veamos si podemos sostener la coherencia de esta reconstrucción al estudiar el resto de la estrofa.
2. Análisis del segundo verso
El poeta atribuye a Don Amor una cualidad especial dentro de sus habilidades. Pero nadie ha entendido hasta ahora la lectura que nos ha llegado a la actualidad y que transcribo de cada uno de los manuscritos con su misma grafía:
Ms. S: «todos los instrõs [?] toca con la chyca manga»
Ms. G: «todos los instrumentos tocas cõ chica mãga»
¿Instrõs?, ¿chica manga?…
La edición de T. Sánchez (1790) omite todo este episodio por considerarlo abiertamente inmoral, por lo que el primero en darlo a conocer fue Amador de los Ríos en su Historia crítica de la literatura española de 1863. La posterior edición de Janer (1864) lo recoge saltándose la estrofa que hoy numeramos como 385 y sin hacer comentario alguno. En este verso concreto se inclina fundamentalmente por la lectura aparente del ms. S, que ya hemos calificado en diversas ocasiones como el menos fiel en la transcripción del texto original, pero rechaza -quizás por suspicacia moral- que Don Amor toque instrumentos, como se lee claramente en el ms. G, y opta por transcribir: «todos los instierros toca con la chica manga». Aparte de que esta lectura contiene dos hemistiquios irregulares cualquiera que sea el lugar en que situemos la cesura, da a entender que el verso se refiere a «entierros», cosa que no encaja de ninguna manera en el contexto, aunque de esta manera nunca podría tener una connotación obscena.
Ducamin (1901) opta por una lectura híbrida entre ambos manuscritos, ya que acepta como base la del ms. S, peroincorporando la lectura instrumentos del ms. G, con el resultado de dar una perfecta medida al primer hemistiquio pero hacer hipermétrico al segundo. Cejador (1913) elige otro híbrido para recomponer el verso, aunque más cercano al ms.G, pues solo se diferencia de éste en que incluye el verbo tocar en tercera persona. Cree que chica manga significa «con los menores medios», ofreciendo unacuriosa explicación: «Manga fue bolsa o talega para recoger cosas». Y tras recogervarias expresiones populares que emplean la palabra manga,pero que nada tienen que ver en este contexto («saber hacer sus mangas», «quita allátu manga, Jorge», «estar de manga» y «como si lo tuviera en la manga») concluye que con chica manga equivale a «con gran facilidad».Chiarini (1964),sigue la lectura de G pero añadiendo el artículo la de S, y se adhiere en sus notas a la interpretación escabrosa de instrumentos queOtis H. Green había expuesto en 1958: «todos los instrumentos: serán, fuera de metáfora, los órganos de reproducción o más bien las «zonas erógenas» principalmente afectadas por el comercio carnal»; y ahonda en esta ideaal ver en chica mangaun símbolo fálico, por la mención de mangaen alusión a la trompa de un elefante en un pasaje del Calila e Dimna.
Corominas (1967) nos sorprende, como acostumbra, con una imaginativa lectura: «todos los estrumentes tocas con artemanga». Sin explicar la razón por la que elige esa extraña variante de instrumentos, que no se encuentra en ninguno de los manuscritos, argumenta con detalle su lectura artemanga diciendo: «yo leo bien claramente [en un microfilm del ms. G] con hart mãga, o sea con arte manga, […] Estamos ante una variante de la palabra artimaña […] que es ‘artificio para engañar’, […] ‘sabiduría’, […] o ‘magia’ […]». Pero debemos contestar al sabio Corominas que arte se escribe sin hache, tanto ahora como en la Edad Media, y que tal variante no está documentada, por lo que su viejo microfilm debía de carecer de calidad. En el manuscrito no existe ningún parecido gráfico entre chica y arte. Vamos a ver la imagen de la palabra chica del verso 384b comparada con otras similares de otros tres versos y con cinco ejemplos de la palabra arte, de los muchos que se podrían poner, todos ellos sin hache. Como puede verse, no hay confusión posible entre ambos términos.
Criado de Val-Naylor (1972) siguen la lectura de Ducamin sin aportar tampoco comentarios. Joset (1974) recoge la del ms. G, y se suma a la interpretación escatológica de instrumentos y chica manga que apuntaba Chiarini. Gibbon-Monnypeny (1987) sigue la lectura de este último y su misma interpretación obscena de ambos conceptos. Blecua (1988) anota que «se desconoce con exactitud el significado de manga», y reseña los comentarios de los anteriores editores a los referidos conceptos, añadiendo para chica manga otra posible significación despectiva -bastante imprecisa- alusiva a las mangas estrechas de las túnicas que antiguamente llevaban ciertos clérigos. B. Morros (2009) cita a F. Rico, quien sugirió que los músicos medievales, para tocar mejor los instrumentos, llevarían mangas cortas; idea banal, desde luego, que no merecería ser recogida por el poeta en este verso. Pero parece desechar tal significación inocua añadiendo un posible significado obsceno y blasfemo para manga, por su comparación con una pieza de uso litúrgico y de forma cilíndrica llamada “manga”, dando profusas explicaciones en las que no vamos a entrar.
Nos basta con afirmar que si aceptamos que el primer verso terminaba en -enga, y que la idea que subyace en la estrofa -y se deduce de otras de su conjunto- es que ese dios profano que representa el amor pasional hechiza a las mujeres con su melodiosa música pero con pocas palabras (es decir, mediante un flechazo), el único sintagma que encaja plenamente en el verso es chica arenga, aunque tengamos que admitir que existió un primer copista que no hizo bien su trabajo. Por lo tanto, este verso, ya con un significado diáfano y con la métrica correcta sería:
«todos los instrumentos / tocas con chica arenga».
3. Análisis del tercer verso
Si tenemos en cuenta lo dicho a propósito del primer verso, que en castellano romance vísperas se decía viespras, tendríamos un primer hemistiquio métricamente correcto tanto, aparte de diáfano en su significado: «la mujer que viene a tu (imaginaria) misa de vísperas…».El problema se encuentra en el segundo hemistiquio, una oración concesiva que comienza con la locución conjuntiva por bien que; es decir, «por más que, por mucho que», y que parece exigir a continuación una forma verbal en presente de subjuntivo, no de indicativo, pues está hablando de una hipótesis; de una actitud que se supone que tomará la mujer, pero que será insuficiente para evitar la consecuencia que se expresará en el verso cuarto. Sin embargo, en ambos manuscritos se transcribe una forma verbal en presente de indicativo. Actualizando la grafía, en el ms. Sleemosseremanga y en el ms. Gse arremanga. Y aunque aparentemente ambas lecturas son variantes de un mismo verbo, la crítica no ha sido unánime tanto a la hora de escoger entre una u otra variante como de atribuirle un significado preciso.
Cejador, con apoyo en antiguos refranes, cree que la palabra correcta es arremanga, «porque arremangarse es ponerse a trabajar, por tener que alzarse las mangas». Para él este hemistiquio querría decir: “por más intento que haya traído a vísperas [la mujer] de tornar a sus tareas». Chiarini prefiere remanga, como subjuntivo del antiguo verbo remanir (permanecer, quedarse, sobrar) y entiende por bien que se remanga en el sentido de «con tal de que se quede un poco» (por poco que se quede); pero esta construcción traduce en sentido contrario la locución adverbial empleada por el Arcipreste. Corominas lo advierte y cree que la palabra que elige, arremanga, alude en sentido figurado a quien se prepara para luchar: «por más que ella venga dispuesta a defender su virtud (todo será inútil)». Joset sigue a Corominas en lectura e interpretación, aunque añade otro posible significado obsceno al hemistiquio «dada la polisemia del verbo y su sentido propio», aunque lo expresa con cierta elegancia: «a obtener el máximo de tus posibilidades amorosas». Gibbon-Monnypenny también sigue a Corominas aunque resume su interpretación: «por más que se disponga a resistir». Blecua, a pesar de elegir remanga – y con el mismo sentido de «oponerse»- en sus notas a pie de página corrige la expresión por se arremangue, advirtiendo con ello la incorrección sintáctica que supone el empleo del verbo en presente de indicativo, que para Corominas era una licencia poética del Arcipreste.
Pero nosotros no creemos que el poeta hubiera hecho uso de licencia alguna para forzar una rima, ni que hubiera empleado un verbo que pudiera entenderse en un sentido burdo como remangar/arremangar, cuyo sentido literal es alzar(se) las mangas o las faldas del vestido. Ni tampoco creemos en una forma verbal de remanir, que da lugar a interpretaciones poco acordes con el sentido común, ya que lo que se espera de la asistente virtual a una misa de vísperas del amor humano no es que acabe cayendo en su poder por mucho/por bien que se quede en su presencia sino al contrario, por mucho que quiera escapar de allí o refrenar sus deseos, por muchas precauciones que tome.
Para encontrar la palabra original debemos partir de una intuición: si en el ms. G, -que es indudablemente más fiel al original que el ms. S- el verbo consta de a protética, debe de tratarse de un verbo que, al igual que remangar/arremangar, tenga dos variantes, una ellas con prefijo y otra sin él. Y como estamos partiendo de la base de que el verbo debe terminar en -enga, la palabra ideal para reconstruir el arquetipo es prevenga, cuya forma aprevenga está documentada en Andalucía, la patria chica del Arcipreste. Ya tenemos, por tanto, reconstruido este hemistiquio: «por bien que se aprevenga».
4. Análisis del cuarto verso
Comienza con uno de esos fragmentos de Salmos que, como hemos comentado, salpican todas estas estrofas como si Don Amor parodiara la liturgia católica, y que ha dado también argumentos a los defensores de la existencia prolija en este episodio de metáforas de segundo grado de carácter procaz. En este caso, y tras la preposición “con” que probablemente es añadido de copista porque es innecesaria y convierte al hemistiquio en hipermétrico, se menciona el comienzo del Salmo 109:2 de la Vulgata, cuya continuación omitida incluimos entre corchetes: Virgam virtutis tue [emittet Dominus ex Sion: dominare in medio inimicorum tuorum]. Su traducción sería: «La vara de tu fortaleza [enviará Yavéh desde Sión: Domina en medio de tus enemigos]». Pero el fragmento que emplea el poeta para dirigirse burlescamente a Don Amor se traducía en las Biblias medievales con distintas palabras, sin alterar la idea principal. Así, en la de El Escorial (ms. I.i.4): «la vara de la tu fuerça», y en la de la BNM (ms. 10.288): «la verga de tu fortaleza» . Ni qué decir tiene que la polisemia del término verga ha reforzado notablemente las tesis de estos críticos que sostienen el carácter abiertamente obsceno y blasfemo de la estrofa y del episodio en su conjunto. Cejador, después de exponer el significado inocuo de la expresión en los términos comentados añade, con su natural gracejo: «¡aunque todavía cabe sentido harto más feo!»; Corominas le secunda: «Claro que hay juego de palabras con otra cosa […]», y Gybbon-Monnypeny califica la expresión latina como «equívoco sacrílego y obsceno patente». Pero nosotros no seguiremos por ese camino tortuoso que nos indican.
Esta expresión latina era bien conocida en la Edad Media porque formaba parte del ritual de coronación de los reyes. Como podemos leer en el Ceremonial Romano: «Accipe virgam virtutis…» (recibe el cetro del poder…) recitaba el Arzobispo metropolitano de turno mientras les entregaba el bastón que representaba la autoridad que recibían de Dios. Y nosotros vamos a respetar la presunción de inocencia del Arcipreste, que probablemente solo querría acusar a Don Amor de sentirse como un dios pagano que con la fuerza milagrosa de su condición divina conseguía doblegar cualquier voluntad rebelde venciendo a cualquier enemigo que tratase de oponerse a sus designios.
Y así llegamos al segundo hemistiquio del verso, que contiene el desenlace de la diatriba que el poeta vierte en esta estrofa: ¿Qué conseguía Don Amor con la fuerza irresistible de su encanto, con su pernicioso hechizo, sobre la mujer que trataba de evitarlo refrenando sus deseos pecaminosos, contraponiendo a su instinto sus deberes morales o acaso el temor reverencial a la autoridad paterna dueña de su destino?…
En el ms. S leemos: fazes que de aý retãgã (haces que de ahí retangan) y en el ms. G: fazes que aý rremãga (haces que ahí remanga). Ducamín opta por la lectura hipermétrica de S sin comentarla y que, podemos suponer, se trata del presente de subjuntivo de retañer (volver a tañer o tocar). Al transcribirla en tercera persona del plural el verbo concordaría con los instrumentos que tocaría Don Amor: estos resonarían en la mujer. Pero, si de esa idea se trata, el verbo correcto para expresarla no será retañer sino retiñir, con su subjuntivo retinga, que no respetaría la rima exigida. En cualquier caso, una construcción tan extraña que no solo resulta ininteligible sino que también rompe la rima consonante del conjunto. Cejador prefiere la lectura de G e interpreta “remanga” como el presente de subjuntivo de remanecer, variante de remanir, que, como hemos visto al hilo del verso precedente, significaba «quedar, sobrar». Y desarrolla el verso, haciendo un alarde literario: «Acabadas las vísperas, remanece y se queda en la iglesia aún la más hacendosa y de más remango: tal es la autoridad del poder del Amor, cuando allí la entretiene en tus vísperas». Chiarini sigue al ms. S pero escribe retanga en singular, obviando la virgulilla que recae sobre la vocal final, y absteniéndose de explicar su posible significado, quizás por no encontrárselo, ya que implicaría que es la propia mujer la que resuena por sí misma y no por la acción de los instrumentos. A cualquiera de estas lecturas se adhieren los demás editores, y no faltan matices eróticos para completar su significación.
Pero creo que todos ellos se equivocaron. Porque lo que Don Amor conseguía es que la mujer se doblegara, que se rindiera y sucumbiera ante su poder de seducción cediendo a su inicial oposición. El verbo que podría expresar esta idea y cuyo presente de subjuntivo termina en -enga es «revenir». En el Tesoro de Covarrubias revenirse es «encogerse y consumirse poco a poco». Tal vez esta definición no nos ayude mucho para reintegrar el texto. Pero es probable que en el medievo se usara en un sentido figurado documentado mucho más tarde y que hoy recoge el diccionario de la RAE: «ceder en lo que se afirmaba con tesón o porfía». Si el poeta escribió esta palabra con la letra u en vez de con la uve, y con virgulilla de abreviación sobre la vocal de la segunda sílaba, es fácil que un copista no la entendiera y transformara su original rreuẽga en cualquier otra palabra de parecida grafía.
En definitiva, respetando la métricacorrecta de la cuaderna vía, nos atrevemos a reconstruir el arquetipo perdido de esta estrofa de al siguiente manera, y con las debidas reservas:
«Nunca vi sacristán que fiesta mejor tenga;
todos los instrumentos tocas con chica arenga;
la que viene a tus viespras, por bien que se aprevenga,
Virgam virtutis tuae, fazes que aý revenga».
Reproduzco las imágenes de esta estrofa en ambos manuscritos para que el lector curioso pueda comprender el alcance de esta dificultad interpretativa. Pero para formarse un criterio sobre el trasfondo de la historia, es decir, si nos encontramos ante un autor jocoso pero elegante y sutil en sus planteamientos o abiertamente chabacano y blasfemo, ahí queda el episodio y el resto de su obra para que juzgue por todo el contexto y no por unas pocas palabras, tan susceptibles de deturpación por copistas negligentes en su trabajo. Así, el que se atreva a adentrarse en ese maremágnum de inextricables palabras en que consiste, no la obra original del Arcipreste, sino lo que nos ha llegado de ella, acaso pueda compartir esta tesis en defensa del honor mancillado de nuestro gran poeta. Su verdad yacerá para siempre sepultada entre sus ignotas cenizas; pero aunque no sepamos en qué sima se encuentran, sí podemos al menos aflorarlas levantando el fango que sobre ellas han vertido tantos críticos a lo largo de la historia. A esa labor tan dificultosa como reconfortante se encamina este trabajo.