Abascal, dónde están sus caballos y sus cojones
¿Se ha vacunado ya, señor Abascal? Le voy a confesar algo: ni lo sé ni me importa. Como no me importa lo que van a hacer los miembros de su partido, ni de ningún otro. Aunque confieso que disfrutaría mucho viendo cómo se inoculan el ARN mutado y mutante, todos, ya que tan favorables se muestran al pinchazo masivo. Incluso han hablado de movilizar al ejército para acelerar la campaña, concretamente su grupo parlamentario en la Comunidad Valenciana, sin ir más lejos. En la misma PNL piden la implementación de la telemedicina para evitar nuevos contagios.
Me pregunto qué pensará el representante de su partido en la Comisión de Sanidad, su experto en la materia, su flamante doctor y parlamentario el señor Steegmann, sobre la práctica de la medicina a través de una pantalla de ordenador. Sin contacto humano, viendo a los pacientes a través de una webcam, sin poder olerlos, tocarlos, mirarlos a los ojos. Sí, sí, lo primero es la seguridad. Mantenernos a salvo, que estamos en pandemia. Además, el señor Steegmann es hematólogo y la información más útil que puede obtener, dada su especialidad, viene dada por los valores que marca un análisis de sangre. Pero son muchos los médicos que reivindican el trato personal con los pacientes, ya que un examen a simple vista puede proporcionar información muy valiosa sobre su estado físico y anímico, simplemente el tono de su voz, la tersura de su piel, el brillo de sus ojos. Todo eso puede ser de gran utilidad para un médico que se sabe depositario de la confianza de un paciente, porque en eso se basa, o se basaba antes de que la pandemia pusiera del revés los principios médicos más elementales, la relación médico-paciente: en la confianza.
Y esa confianza se ha roto. Por muy grande que sea el prestigio que lo avala y por muchos seminarios médicos a los que haya asistido su doctor, ni siquiera por sus artículos publicados en un medio de tan reconocido renombre científico como El País, jamás me pondría en sus manos. Le explico por qué.
Allá por mayo de 2020, su doctor recriminaba al Gobierno que no había hecho bien sus deberes con Moderna, la farmacéutica americana que produce una de las “vacunas” a base de ARN mensajero. Lo hacía a través de un tuit en el que decía que el grupo parlamentario de Vox en el Congreso, a fecha de 6 de marzo, había instado al Gobierno a contactar con Moderna. Curiosa fecha porque aún no había sido declarada la pandemia por parte de la OMS (acontecimiento planetario acaecido el 11 de marzo). Pero seguramente el doctor ya sabía que íbamos a vernos inmersos en una amenaza vírica a escala mundial y que el laboratorio Moderna, que no es una pequeña biotecnológica como nos han vendido en los medios sino una rama más de la gran industria farmacéutica que se financia con los mismos fondos que las grandes como Pfizer o Johnson & Johnson, iba a tener lista una vacuna contra un virus del que no se conocía, ni siquiera, la gravedad de la infección que podría causar. Pero como dice el doctor en su tuit, “en Vox estudiamos y trabajamos”. Además constato que tiene facultades adivinatorias, porque ni un título de Medicina, ni siquiera con la especialización en Hematología, permite prever el comportamiento de un agente patógeno completamente nuevo que apenas lleva un par de meses propagándose por el mundo. Igual el doctor desconoce que el estudio de la inmunidad es fundamental a la hora de elaborar una estrategia de prevención, aunque eso es algo que hasta los hematólogos deberían saber.
Pero en Vox trabajan, nos dice el doctor. Sin embargo ese trabajo no debió servir de mucho, porque los contratos de compra de las vacunas express se llevaron a cabo unos meses más tarde a través de la Unión Europea, que fue la encargada de gestionar la adquisición de los lotes para su distribución en todos los países que la conforman, en el mes de agosto. Contratos en los que, por cierto, queda reflejada la exención para las productoras del fármaco de toda responsabilidad civil y penal sobre los posibles efectos secundarios de su pócima mutante y mutagénica.
Entonces, ¿por qué mostraba tanta prisa el doctor en que el Gobierno cerrara un acuerdo con Moderna? ¿Y por qué nadie ha puesto de relieve que ese trabajo que con tanta vehemencia reivindica el doctor en Twitter podría tener detrás un posible conflicto de intereses? ¿Qué ganaba el señor Steegmann instando al Gobierno a ponerse de acuerdo con el laboratorio Moderna en marzo?
Ha pasado un año y nos encontramos en plena campaña de vacunación masiva, pero no ha sido Moderna la que se ha llevado el gato al agua en España ya que se están inoculando preparados genéticos de diversas marcas. Aunque no nos engañan: detrás de todo están los de siempre, mismos fondos, mismo capital. Los que están empeñados en que comamos carne sintética o en vendernos la idea de que somos un peligro para el planeta que habitamos y que la mitad de la población les sobra. Los que nos dicen que no debemos tener hijos. Que debemos acoger a los que huyen del hambre y de las crisis climáticas desde naciones lejanas pero no debemos preocuparnos por el dueño del bar de enfrente, que al fin y al cabo ha cerrado su negocio por nuestra seguridad y por su bien. Por ellos ¿qué están haciendo usted y su partido, señor Abascal? Y por los que no queremos someternos a este experimento genético que la oficialidad, incluido su doctor y todo su grupo han denominado vacuna, ¿van a levantar la voz? ¿Van a defender la libertad individual o se van a mantener en la ambigüedad? ¿Cuál es el papel de Vox en la política actual, más allá de cobrar de las instituciones y enarbolar banderas españolas en sus revolucionarios llamamientos a la movilización ciudadana al volante de un automóvil? Eso sí, la mascarilla que no falte.
Y sobre todo: qué van a hacer cuando existan ciudadanos de primera y de segunda clase en base a eso que se va a llamar pasaporte verde y que no es más que la tarjeta de la discriminación de las personas en función del grado de sometimiento al sistema. La respuesta debe estar en el mismo lugar en donde dejó su caballo y sus cojones, señor Abascal.